Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En solo los últimos cuatro meses se han reportado tres cirugías de trasplantes de órganos de cerdos genéticamente modificados a humanos, un tema que se ha explorado desde el siglo XVII, pero que ha avanzado a pasos lentos. El primer caso se conoció en octubre de 2021, cuando cirujanos del centro médico Langone Health, de la Universidad de Nueva York, trasplantaron exitosamente los riñones de cerdos genéticamente modificados a dos personas que tenían muerte cerebral. En enero de este año un caso similar fue narrado por investigadores de la Universidad de Alabama, en Birmingham (Estados Unidos) -esta vez sí publicado en la revista científica American Journal of Transplantation, quienes explicaron cómo los riñones de un cerdo, también modificado, habían “filtrado sangre, producido orina y no fueron rechazados inmediatamente” por un humano en muerte cerebral hasta 74 horas después del procedimiento.
Puede ver: Una conversación sobre el poder de los hongos que se hará en Cartagena
Pero la anécdota más cautivadora, quizás, es la de David Bennett, un hombre de 57 años que tenía insuficiencia cardíaca avanzada y una arritmia conocida como fibrilación ventricular. Bennett, se podría decir, tenía los días contados. No era apto para recibir una bomba cardíaca mecánica, por su arritmia, ni era parte de la lista de trasplantes de órganos humanos. ¿La razón? Tenía un historial de no seguir instrucciones como tomarse regularmente los medicamentos, lo que descalifica a las personas de la lista de órganos.
Tras lograr el consentimiento de Bennett y una autorización de emergencia de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), la Universidad de Maryland realizó lo que se conoce como el primer trasplante de corazón de cerdo genéticamente modificado a un humano que, a diferencia de los otros casos, no tiene muerte cerebral.
El hecho de que las tres cirugías se dieran en solo cuatro meses, claramente, generó alerta en los medios. Se podría decir incluso que dio la sensación de que se trataba de un tratamiento que estaría disponible pronto. Pero como lo señala Cristian Mauricio Álvarez, director del Laboratorio de Inmunología de Trasplantes de la Universidad de Antioquia, “aunque sí se trata de un paso muy grande, ya que venció una primera barrera en temas de inmunología, todavía le falta bastante para que sea una terapia factible”. En otras palabras, recuerda, es un avance científico, pero aún no terapéutico.
Puede ver: ¿Consumir carne realmente ayudó a la evolución humana?
El sueño de tener más órganos para trasplantar
Además de ser experimentales, los tres procedimientos mencionados tienen otra cosa en común: los órganos vienen de Revivicor, una empresa en Virginia que se fundó en 2003, pero que sus inicios incluso están vinculados con Dolly, el primer mamífero en ser clonado. En vez de crear cerdos para alimentos, Revivicor los cría para que donen sus órganos. Claro, lo que implica que estos tengan varias modificaciones en sus genes.
El cerdo donante del corazón que recibió Bennett, por ejemplo, tenía 10 alteraciones. Cuatro genes inactivados, que buscan que las proteínas no expresen unos azúcares que el cuerpo humano rechaza o que el corazón no responda a factores de crecimiento para evitar que sus proporciones sean mayores a las del cuerpo humanos. Y seis genes humanos que fueron insertados para que los órganos del cerdo sean mejor tolerados por el donante.
Puede ver: Científicos logran que las patas amputadas de ranas vuelvan a crecer
Pero, aunque Revivicor es ahora una de las piezas más visibles de esta industria, está lejos de ser la única. El sueño de lograr trasplantar órganos animales a humanos es uno antiguo por una simple razón: se trata de recursos escasos. Álvarez comenta que así la cultura de donación haya mejorado y existan leyes como la colombiana, en la que todos somos donantes a menos que quede explícitamente establecido lo contrario, no todos los órganos van a ser viables. “Se necesitan unas características muy específicas a la hora de fallecer para donar”, agrega. “Ahora con el covid-19 se afectó mucho este campo, porque si el donante o quien lo recibe eran positivos para coronavirus no se podía realizar el procedimiento”. Por esto, la ciencia ha tornado a los animales.
Desde el siglo 17, cuenta Ricardo Peña, doctor en farmacología molecular y profesor de la Universidad de los Andes, se han intentado insertar tejidos animales en humanos. En 1667, por ejemplo, se hizo la primera transfusión de sangre de cordero a un humano, aunque el donante murió al poco tiempo por reacciones alérgicas. Tiempo después, en 1984, la historia de “Baby Fae” se volvió famosa, ya que se convirtió en la primera bebé que habría durado unos días viviendo con un corazón de babuino en el pecho.
Puede ver: Científicos descubren más de 130.000 nuevos virus
Las técnicas se fueron refinando y la experimentación de algunos animales, como los primates, quedaron en su mayoría prohibidas. Pero se dio pie a lo que se conoce como ratones o cerdos humanizados: animales con genes de humanos que buscan quebrar la barrera inmunológica que existe entre especies. “Ya hay varias compañías dedicadas a esto”, explica Peña. “Solo en el repositorio del National Institutes of Health de Estados Unidos (los centros de investigación en salud de ese país) hay más de 60.000 mutaciones distintas en diferentes líneas de ratones”.
Claro, no solo se trata de modificar a los animales para trasplantar sus órganos, sino para entender en algunos casos cómo pueden funcionar potencialmente algunos fármacos o medicamentos en los humanos. Ahora, además, con las puertas más abiertas en técnicas de edición genética como el CRISPR/ cas9, conocidas popularmente como “el cortar y pegar” de la genética, el potencial de los animales humanizados crece.
Ética, dos debates a la vez
El 20 de enero, días después de que Bennett recibiera su nuevo corazón, Jan Dutkiewicz, investigador en políticas de Harvard y quien se ha dedicado a explorar la relación entre humanos, animales y el ambiente, publicó una columna titulada “¿Deberíamos criar cerdos solo por sus corazones?” en el portal The New Republic. Allí destacaba que tras la cirugía realizada en Maryland el debate ético se había centrado en el tema médico y humano. ¿Por qué habían seleccionado a Bennett y no a otros pacientes para realizar este procedimiento? ¿Cómo se determina si el paciente se está poniendo en mayor riesgo o no? De hecho, tras ver que Bennett sobrevivió -y al parecer, lo sigue haciendo-, algunas personas habían levantado su voz porque Bennett es un exconvicto. Pero también, señala Dutkiewicz, era una discusión que se superaba fácilmente, pues desde un tema bioético estaba resuelto. La medicina no aplica los mismos criterios que la justicia. Un exconvicto tiene el mismo derecho a vivir que una persona que no ha cometido un crimen.
Puede ver: Vía Láctea: investigadores hallan un objeto nunca antes visto por los astrónomos
“Por ahora se trata de un tema experimental, pero seguramente en la medida de que se avance se necesitará una regulación específica”, asegura Peña. “Se deberá siempre tener en cuenta el consentimiento informado del paciente, los riesgos y lo que apruebe o no el comité de ética de la institución, como sucede actualmente. Esos comités de ética, vale aclarar, también evolucionan”.
Pero para Dutkiewicz había otro debate ético oculto: el de cultivar a cerdos para usar sus órganos. “Los xenotrasplantes dependen de una suposición fundamental, pero silenciosa: que las vidas de los animales que producen los órganos no importan. O, al menos, que importan mucho menos que el de las vidas humanas que podría salvar”, sugería. ¿Pero en qué se diferencia cultivar cerdos para comer -en sistemas que muchas veces los tienen hacinados y en malas condiciones- que hacerlo por sus órganos? Pistas de la respuesta, aunque quizás es una mucho más compleja-, la arrojó la doctora Katrien Fevolder, investigadora de la Universidad de Oxford a la BBC, quien recordó que solo se deben usar cerdos editados genéticamente para órganos si podemos asegurarnos de que no sufrirán daños innecesarios en el proceso.