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En las calles, las personas comentaban de un oficial llamado Brisneda, que pertenecía al F2, o los “feos” como popularmente se les conocía. Decían que el susodicho deambulaba en las noches velando por el orden y la justicia, asesinando a sangre fría a quien estuviera consumiendo drogas o tuviera fama de bandolero.
Recuerdo que este pueblo, que pertenece a la zona metropolitana de Medellín, tenía en su centro una pequeña montaña donde estaba el cementerio con un cuarto al lado fungiendo de morgue. Cuando este cuarto resplandecía en las noches por las luces encendidas, el mensaje era claro: ¡hay muerto!, Brisneda había hecho justicia. Un silencio apabullante recorría las calles ante las luces blancas que se divisaban desde el pueblo.
Nadie había visto a Brisneda, era imposible conocerlo. En realidad, por las descripciones que escuchaba de la gente y de algunos de mis familiares, lo imaginaba alto, flaco y no sé por qué, de gabán. A veces en la escuela entre conversaciones de niños jugábamos a adivinar como era este agente, que para los adolescentes representaba el prototipo del “berraco”, puesto que había logrado exterminar algunas bandas criminales de entonces, temidas en todo el pueblo. Recuerdo que mi abuela decía, que este sujeto había hecho un pacto con el diablo y por esta razón nadie lo podía reconocer.
Algunos comentarios afirmaban que era un policía nuevo que habían traído al comando de policía, y que en las noches salía de civil a recorrer las calles. Otros decían que era un asesino contratado por algunas familias pudientes y que venía de Segovia Antioquia, para pacificar al poblado. No faltaba quienes afirmaban que era más bien como una sombra sin identidad alguna. Lo cierto del caso, es que los golpes de este agente, fueron certeros: logró eliminar a “pollo malo”, un temido bandido, y asesinó a doña Margot, la dueña de los expendios de droga, a esta la sacó de su casa y sin piedad alguna, la arrojó a la bella quebrada de piedras blancas.
La década de los noventa fue convulsionada para el Valle de Aburrá, las mafias después de la caída de Pablo Escobar, se comenzaron a repartir las plazas de droga, y la oficina de Envigado trató de cohesionar el negocio. Tanto políticos como empresarios, hicieron vínculos oscuros con las mafias, especialmente con la oficina de Envigado: subieron y bajaron políticos en altos cargos, permearon los clubes de fútbol y convirtieron a Medellín en una “tacita de plata”, radiante por el blanqueo de capitales mafiosos. La fuerza pública en gran parte fue cooptada y agencias macabras como el F2 impartían el orden a base de terror.
Un día, Brisneda resultó muerto y todo se supo. El clan mafioso de la familia Correa, que quería adueñarse del negocio en el norte del Valle de Aburrá, no iba a permitir que un agente del F2, asociado al parecer con la oficina del sur de este mismo Valle, Envigado, impartiera el orden en su propio pueblo. Así que los Correa, una familia de procedencia pobre, enriquecida con el negocio de la cocaína, le tendió una trampa al inmortal Brisneda y acabó para siempre con el que fuera nuestro mito urbano.
Compraron información con el mismo F2 para identificar el nombre del agente encubierto; la misma agencia lo vendió. Una vez identificado ya no había nada que hacer. Parece ser que Brisneda, tenía una debilidad por las mujeres y los caballos, y que en anonimato frecuentaba una taberna de una famosa caballeriza del pueblo, a donde iban los más pudientes. Después de tomarse unos tragos pagó el servicio de alguna chica que se le ofreció. Esta mujer ya había sido pagada por los Correa, y después de las tareas del amor, dio las coordenadas del susodicho.
Entraron en la habitación y le dieron disparos en todo el cuerpo, el “invencible” Brisneda, quedó frio en calzoncillos. Después le escribieron una nota y se la pegaron al cuello, en la nota, según cuentan, decía que efectivamente él era el famoso Brisneda, y algo así como que a los bravos también les entra… La noticia recorrió el pueblo, y cuando las luces blancas de la morgue se encendieron esa noche, medio pueblo especulaba que el terror había terminado y que ahora comenzaba otro, hasta nuestros días.