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La discusión que desató la visita del presidente Gustavo Petro y parte de su gabinete a la isla de San Andrés me hizo pensar en el problema de la tierra que, entre otras cosas, ha sido eje del conflicto armado en Colombia. Recordé varias conversaciones que sostuve con lideres comunitarios en la subregión caribeña de los Montes de María hace unos meses haciendo trabajo etnográfico, en donde casi en unísono me decían: “una cosa es tener tierra, y otra es tener territorio”.
Si bien algunas comunidades directamente afectadas por conflictos violentos han tenido acceso a la propiedad de la tierra, por ejemplo, por medio de la Ley 70 del 1993, éstas no tienen control soberano sobre su uso. La glorificación del mercado libre en forma de neoliberalismo, el control territorial como estrategia de guerra por parte de grupos armados y la dependencia de una economía mono-cultivadora (coca, palma africana, caña de azúcar) condicionan el uso que comunidades campesinas, afrocolombianas, raizales y víctimas del conflicto reciente le puedan dar a sus tierras.
Un título de propiedad sobre la tierra no garantiza que las relaciones sociales que las comunidades construyen con la vida natural y cultural de sus entornos sea la deseada; en muchos casos, las condiciones estructurales les obligan a establecer relaciones sociales indeseadas. En las montañas de Antioquia hace varios años, un campesino me contó porqué es mas conveniente para algunos campesinos cultivar hoja de coca para el sostenimiento de sus familias que desarrollar otro tipo de cultivo: “se demoran mucho más y les sale más caro bajar en burro verduras de la montaña a la población mas cercana que echarse una mochila al hombro con pasta de coca y bajar a pie… además la mitad de las verduras llegan mallugadas, entonces resultan perdiendo plata” me narró.
La diferencia entre tener tierra a tener territorio según muchos líderes comunitarios es algo así: tener el titulo de la tierra no garantiza su uso libre y su productividad por fuera de la económia de monocultivos establecida, ya sean de hoja de coca, palma africana, etc.; tener territorio, en cambio, es tener participación en el desarrollo de la tierra, determinar su uso (natural y social), y obtener los beneficios económicos y culturales de su producción y uso. En Colombia, no solo se les somete a las comunidades mas desfavorecidas a robustecer los réditos de los monocultivos, sino que las tragedias naturales en sus tierras son explotadas para fortalecer algunos sectores de la economía, como el de el concreto y la construcción.
La explotación de las zonas afectadas por desastres naturales para amasar fortunas, como indica lo anunciado por el gobierno entrante sobre la reconstrucción de casas en San Andrés no es algo nuevo en el mundo. Naomi Klein observó cómo transformaron el sistema público de educación en New Orleans, Estados Unidos, después del devastador huracán Katrina en agosto del 2005, para privatizar el erario publico de los estadunidenses. Guiados por el principio del economista Milton Friedman, de que las tragedias son oportunidades económicas, en lugar de reconstruir las escuelas públicas en la ciudad que quedaron bajo el agua, el gobierno local decidió subsidiar a las familias mas afectadas por el huracán dándoles “vouchers” (bonos) para que sus hijos fueran a escuelas privadas.
Esto, en lugar de ser una medida temporal para resolver necesidades inmediatas, se convirtió en el nuevo sistema de educación publica de la ciudad. Gran parte de los millones de dólares que llegaron a New Orleans para la reconstrucción de la ciudad terminaron en las cuentas bancarias de los propietarios de las “charter schools” (escuelas privadas que se financian con fondos públicos). Esto no solo tuvo implicaciones económicas, sino también culturales, dado que el tejido social y cultural de la ciudad se disgregó como resultado de la transformación del sistema de educación (las escuelas publicas eran centrales en la planeación y ejecución del carnaval de Mardi Gras), transformando para siempre la relación de los habitantes de New Orleans con su territorio. A este tipo de maniobras económicas, Naomi Klein les llama “disaster capitalism” o capitalismo del desastre, en su libro, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism (2007).
Si en Colombia queremos entrar en una era de posconflicto, de convivencia pacífica, de desarrollo moderno de la economía, de pluralismo político, del respeto a la vida humana, tenemos que sentar las condiciones políticas y materiales para que haya mas acceso a la tierra y donde tener tierra signifique también tener territorio.