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Queridos medios y periodistas,
La semana pasada se conmemoró el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer; en Bogotá, afuera de las instalaciones de la Fiscalía General de la Nación se reunieron miles de personas para iniciar la movilización anual que tiene como objetivo manifestar que seguimos estando expuestas a violencias estructurales, físicas, psicológicas, simbólicas y culturales por ser mujeres.
En el recorrido por la calle 26 reconocí entre la multitud un cártel con la siguiente consigna: “No aparecemos muertas, nos matan”, acompañada de varios recortes de titulares de noticias de medios de comunicación nacional que ‘informaban’ sobre el hallazgo de los cuerpos de decenas de mujeres que habían sido víctimas de feminicidio en Colombia. Además de sentirme completamente de acuerdo con la pancarta, fue para mí evidente que la manifestación feminista no solo es un escenario para exigir al estado acciones para eliminar la violencia machista, que solo entre enero y febrero de 2023 ha dejado 25 feminicidios en el país, y reclamar justicia para el casi 90% de los casos que siguen en la impunidad; también, es el escenario para cuestionar al periodismo y sus narrativas.
Hace tan solo mes y medio se dio cubrimiento mediático al caso de feminicidio de Valentina Trespalacios, la DJ colombiana de 23 años que fue asesinada por su expareja, un estadounidense. Si hasta ese 22 de enero, creíamos que los medios habían avanzado en un cubrimiento ético y respetuoso con las víctimas de violencia de género, estábamos equivocadas. La estrategia del clickbait y la espectacularización del caso fue la orden del día –de las semanas que duró el caso en la agenda de los medios–, recayendo en el amarillismo, el desprestigio a la víctima y a sus familiares y creando debates moralistas innecesarios sobre el consumo de drogas, las aplicaciones de citas, el estilo de vida en la escena electrónica y demás, que finalmente intentaban justificar el asesinato y la violencia que vivió Valentina.
Lamentablemente, no podemos decir que este es el proceder y el estilo periodístico de dos o tres medios, sino de decenas a lo largo del país, que terminan invisibilizando las luchas de la sociedad civil y de los medios independientes que buscan cambiar las narrativas, no sólo en Colombia sino en toda América Latina. Lo mismo ocurrió en 2022 con el caso de Debanhi Escobar en México, la joven de 18 años desaparecida en una carretera del estado de Nuevo León y cuyo cuerpo fue hallado días después. Los medios se dedicaron a revictimizar y a validar las versiones de la fiscalía local, filtrando información privada de ella y videos donde se le veía comprando alcohol y discutiendo con sus amigas.
Esto no solo sucede en el cubrimiento periodístico a casos de violencia contra las mujeres, sino también en los casos de violencia contra la comunidad LGBTIQ+, en la mayoría de casos invisibilizados; empezando por el lenguaje inclusivo y los debates sociales sobre la identidad de género, acaso, ¿se han preguntado si cuando se trata de personas transgénero se han respetado sus identidades? El discurso que toma un medio es un acto político y también violenta.
Ante esta constante realidad que nos obliga como audiencia a cuestionar la responsabilidad de los periodistas y de los medios de comunicación en la revictimización a las víctimas de estos casos y a problematizar los reiterados discursos violentos, estigmatizantes y machistas, Elementa convocó el pasado primero de marzo un espacio de diálogo regional en Twitter con periodistas de Colombia, México y Argentina para conversar sobre las experiencias de cada uno de sus países, reconocer los errores y retos que hay en el gremio y compartir herramientas para formarse en un cubrimiento con enfoque de género, de DDHH y en clave de desintoxicar narrativas.
A modo de conclusión, podríamos decir que hay mucho en que avanzar. El periodismo se mantiene en dos disyuntivas: por un lado, la priorización de la estrategia del clickbait, que defiende el morbo, asegura el éxito efímero en redes sociales, alimenta los discursos asociados a la desigualdad y genera más desinformación; y por el otro, la formación en un periodismo consciente y crítico que dignifica a las víctimas y deja de normalizar las violencias basadas en género.
Si los medios y los periodistas se inclinaran por la segunda, podrían empezar por aceptar que hay un desconocimiento de cómo hacerlo y hay omisión para incorporar estos debates dentro de sus redacciones; luego, podrían asumir la responsabilidad de generar espacios seguros para las mujeres y la comunidad LGBTIQ+ dentro de sus ecosistemas de trabajo para que esas violencias no se reproduzcan dentro. A partir de allí, podrían contemplar la posibilidad de incluir mujeres feministas en sus salas de redacción o de acercarse a medios especializados que hacen pedagogía hacia la construcción de nuevas narrativas. Lo siguiente, ya sería un trabajo editorial que acoja los aprendizajes.
Ojalá poder leer, ver y escuchar pronto que en Colombia y, en lo posible, en América Latina el periodismo se ha acogido a este llamado. Ya es suficiente con vivir en una época de discursos de odio que rebasan las redes sociales e internet.
Firma, una periodista que espera que el periodismo dignifique a las mujeres.