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Los contratistas o “trabajadores independientes” en Colombia, que lo único que podemos reclamar a las empresas contratantes es nuestro sueldo, nos obligan cada mes a pagar nuestra salud al sistema que cada tanto se roban. Y por esto, yo había salido casi que corriendo a buscar por una calle vieja de la frontera el punto autorizado para el pago. Sin embargo, por alguna razón el negocio aquel donde acostumbraba a cancelar religiosamente cada mes había desaparecido, fue ahí donde conocí a Wilson.
-¡Pa donde va chamito!-, me dijo desde una moto “biwis” negra, como las llaman aquí.
-¡A pagar la salud mano!, pero vea, esta vaina cerrada-, le respondí con desilusión.
-Sí, yo venía pa lo mismo, pero cruzando el puente viejo hay otro punto-, dijo en tono de invitación.
-¡Ah, qué vaina!-, exclamé.
-Si quiere lo llevo, pero es mototaxi-, me dijo cobrándome sin cobrar.
Me monté sin casco, porque según me comentó los policías élites que traen del centro del país están concentrados en sitios estratégicos donde puedan hacer partes, y que este lugar ya no les significaba importancia, y que por tanto se justificaba violar la ley. Cruzamos el viejo puente por donde un día había pasado el tren que venía desde Venezuela, justo encima de los vestigios del afamado río Pamplonita, inspiración de canciones que hoy parecen muertas.
Nuestra conversación en el trayecto, primero fue un sartén de maldiciones del conductor y después un rosario de sátiras de cómo es posible que los trabajadores independientes no tengamos mejores garantías laborales como cualquier trabajador. También maldijimos la impertinencia de cerrar un punto de pago como el del barrio viejo que además servía de envío de giros y mercancía de las gentes del barrio hacia sus familiares o amigos en otros lugares del país.
Llegamos y me dijo que él esperaba, que hiciera el pago de salud y volvíamos al lugar donde me había recogido. Entré rápido, reclamé por el anterior punto de pago cerrado, la chica me ignoró y amablemente me atendió. Cancelé casi el 10% de mi sueldo, un despropósito, pensé, y con sensación de estar regalando el dinero al sistema de salud colombiano conté en efectivo la cuota. Salí un poco triste y me subí de nuevo a la moto “biwis”.
-¡Por eso es que hay que invertir en otras cosas!-, me dijo percatándose de mi cara.
-Pero no hay mucho-, le respondí triste.
Arrancamos detrás de un carro negro con matrícula venezolana.
-Cómo que no-, dijo sorprendido.
-Pues sí, en qué, no tenemos mucha industria en Cúcuta-, le respondí con sarcasmo.
-Pues yo tengo la mía-, me respondió convencido.
-¿Sí?-, lo interrogué incrédulo.
Un trabajador vestido de extraterrestre con casco amarrillo y gafas oscuras, nos marcó el pare con una paleta roja en su mano derecha. Con los pies de Wilson en tierra nos sostuvimos.
-Sí mano, aquí donde usted ve, la motico aguanta con cien kilos de carne-, me respondió retomando la conversación.
-¿Qué?-, dije sorprendido.
-Pues sí, cien kilos, en esta “nave” atravesando la trocha-, decía con orgullo.
Me dieron ganas de reírme pero no quedaba bien, Wilson estaba hablando muy en serio.
-Y además, no solo tengo esta motico, tengo cuatro “biwis” más- repuso con más orgullo.
-¿Y cada cuánto traen la carne?-, interrogué.
“El hombre extraterrestre” volteó su paleta por el lado verde, y arrancamos de nuevo.
-¡Cada tres o dos días!-, gritó, por nuestro lado pasaba un bus rugiente.
-¡Ah ya!-, grité para ser oído.
Pasamos de nuevo por el puente y el sol se ponía majestuoso sobre el río que un día le trajo tanta riqueza a Cúcuta.
-Son casi como un millón de pesos semanal metiendo la carne por contrabando- decía con tono de felicidad.
-¿Y la guardia venezolana no pone problema?- pregunté con suspicacia.
-Nada mano, eso se les da cualquier cosita y lo dejan pasar a uno, además desde que no demos boleta por la trocha, todo bien-, me explicaba
Le pedí que me dejara en el lugar donde nos conocimos y ahí nos despedimos.
-¡Toca mano!, pagar una salud tan cara y uno trabajando dizque independiente, pues qué más da-, dijo justificándose.
-Pues sí-, le respondí pagándole con dos billetes de dos mil pesos la carrera.
Arrancamos en direcciones contrarias y solté una carcajada, imaginando cien kilos de carne por la trocha en semejante moto.