Medellín: Ciudad de Heridas y Cicatrices

Joan Camilo López
19 de agosto de 2024 - 05:00 p. m.

Todos los años, en el mes de julio, dicto un curso sobre etnografía para la paz en la universidad de Columbia en colaboración con la universidad de Los Andes. Con estudiantes de maestría de ambas universidades, siempre iniciamos el curso elaborando una pregunta que guiará nuestro trabajo de campo en las comunas nororientales de Medellín. Este año nos dimos la tarea de explorar las formas en las que las comunidades afectadas por la guerra urbana en Medellín, y cuyas vidas han sido rotas, reconstruyen–pegan–los pedacitos que van quedando dispersos en los barrios mediante el paso de la guerra.

Sí, uno de los efectos de la guerra, de un evento violento y devastador, es que la vida personal y colectiva se rompe. Pensemos en la imagen de un jarrón de cerámica que es violentamente arrojado al suelo; el impacto lo rompe y sus piezas quedan dispersas por el suelo. La vida como la conocemos se transforma profundamente cuando la guerra pasa por nuestro país, por nuestra ciudad, por nuestro cuerpo. Es por eso que decimos que la guerra rompe. Y podemos pensar en esas rupturas como las heridas de la guerra. Sí, cuando la guerra pasa por nosotros nos despedaza, y quedamos rotos, heridos. La respuesta a la guerra entonces tiene que ver con la reconstrucción de la vida; con recoger las partes que fueron separadas y rehacerlas, re-tejerlas, pegarlas. Esto solo es posible por medio de relatos que reconcilien, que nos vuelvan a mostrar–a hacer sentir– la totalidad de lo que fue roto.

Los habitantes de los barrios de las laderas de Medellín, donde la clase dominante siempre ha localizado sus guerras, andan en la búsqueda de reconstruir sus vidas y curar sus heridas. En el barrio Villa Niza, en la comuna 2 de Medellín, se desarrolla un proyecto comunitario que busca recoger los pedazos de vida que fueron desparramados por el barrio durante un estallido de la guerra urbana. El proyecto se llama Relatos Hablados, y busca, por medio de la elaboración de murales con los rostros de algunas víctimas de la guerra, recordarlos y re-contarlos.

Hablé con dos de los líderes de este proyecto, con Rafael Augusto Restrepo, un trabajador social y artista de la ciudad, y con Duvan Londoño, un antropólogo visual, y me explicaron la naturaleza del proyecto y su metodología. Empiezan trabajando con las familias de las víctimas, en la intimidad de sus casas, haciéndoles preguntas sobre la vida cotidiana de sus seres queridos; ¿Qué tipo de comida le gustaba? ¿Cuál era su pasatiempo favorito? ¿Qué le hacía reír? Con preguntas de esta naturaleza, buscan recrear la vida y no el hecho victimizante de los familiares que ya no están. A partir de lo que van escuchando, Osito, un destacado artista plástico de la ciudad, va dibujando el rostro de la persona. Al terminar el retrato a partir de las historias íntimas de la familia, se repite el mismo ejercicio pero con personas de la comunidad. Osito captura esas historias en otro retrato, y al terminar, combinan el retrato íntimo con el retrato colectivo, y lo plasman en un muro del barrio. Al terminar el mural con los Relatos Hablados, los líderes del proyecto hacen una entrega ceremonial a la comunidad como forma de celebración de la vida de las personas retratadas.

Las conversaciones que este ejercicio genera, tanto en el espacio íntimo de las familias de las víctimas como en la comunidad, sirven para hacer el duelo necesario y para sanar las heridas de la guerra. Si hay algo transcultural, o sea, que toda cultura práctica, es la ceremonia del duelo. Por la persistencia del conflicto en Colombia, a comunidades enteras se les ha hecho difícil tramitar su duelo, cosa que impide la ceremonia más importante en la búsqueda de la paz: la reconciliación. Y son pocas las cosas más violentas que la negación de estas ceremonias. La ceremonia del duelo permite ver y sentir la herida que deja un evento devastador, pero sobre todo da inicio al proceso de sanación de esa herida. Da inicio al proceso– a la ceremonia– de la reconciliación.

Procesos comunitarios como Relatos Hablados gestan las bases para que comunidades enteras hagan duelo colectivo y cicatricen sus heridas. En Medellín hay muchas iniciativas como Relatos Hablados, y esto hace de esta ciudad una ciudad de heridas abiertas y también de cicatrices. Heridas abiertas porque a muchas personas se les ha sido negado el trámite necesario del duelo y de la sanación de sus heridas–de su cicatrización. También es una ciudad de cicatrices porque muchas personas han encontrado la forma de sanar sus heridas, de cicatrizar y de elaborar relatos reconciliadores.

Pienso en Medellín y pienso en Colombia cuando imagino una herida que sana y cicatriza. Pienso en una imagen de la reconciliación. Pienso en cómo hablar de la reconciliación en Colombia, y recuerdo el ensayo de William Ospina, “Donde hay una cicatriz hay una historia” (2024). Hacia el fin del curso, con mis estudiantes nos preguntamos, ¿Qué es una cicatriz sino la muestra de una herida que cerró, que sanó? Pero como nos dice William Ospina, “¿que es una cicatriz sino lograr que vuelva a haber contacto entre las partes separadas?” Las cicatrices son muestras de sanación y también representan la promesa de la reconciliación. Sí, una cicatriz nos muestra que es posible recobrar el sentido de la totalidad, pero “nunca habrá cicatriz mientras una parte rechace a la otra”.

Por Joan Camilo López

 

Lares(24179)21 de agosto de 2024 - 09:50 p. m.
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