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El 15 de junio de este año, Promundo lanzó el reporte sobre el Estado de la paternidad en el mundo 2021 destacando la persistencia de desafíos individuales y estructurales que contribuyen a la desigual distribución del trabajo de cuidados. Algunos de los hallazgos clave de este informe fueron que el 85% de los hombres afirmaron que “harían lo que sea necesario para involucrarse en las primeras etapas del cuidado de un recién nacido o un niño adoptado”. A pesar del aumento de la participación de los hombres, la investigación revela que, globalmente, estamos a 92 años de lograr la igualdad en el trabajo de cuidados no remunerado entre hombres y mujeres.
Asimismo, la investigación afirma que la participación equitativa de los hombres en la prestación de cuidados trae beneficios a los mismos hombres, a sus parejas, a sus hijos e hijas y a las sociedades. Entonces, ¿cómo podemos transformar las representaciones sociales del cuidado para una redistribución más justa e igualitaria de las labores del cuidado en los hogares, la sociedad y el Estado?
En primer lugar, reconocer que cuidar, ser cuidado y cuidarse (autocuidado) es un derecho universal que fortalece la agencia de las personas, teniendo en cuenta los contextos en los cuales se encuentran. A su vez, el ejercicio de este derecho se desvincula del sexo y del lugar que en la sociedad ocupa la persona que lo ejerce y/o requiere (Pautassi, 2018). Y es que cuando se habla del cuidado no sólo se hace referencia a la atención de las necesidades de las personas dependientes, también se refiere a las necesidades de quienes podrían auto proveerse dicho cuidado. Esto implica la atención de nuestras propias necesidades, así como la logística que se requiere para proveer el cuidado, es decir la organización cotidiana de cómo cuidar y cuidarse, que suele ser una carga mental.
A pesar de que el cuidado históricamente ha sido invisibilizado por estar relegado al ámbito privado y por recaer principalmente sobre las mujeres (aunque de diversas maneras e intensidades), estas labores tienen un impacto inconmensurable en la reproducción y sostenimiento de la vida en todo el mundo. Según Oxfam Internacional (2020), en promedio, las mujeres y niñas dedican 12.500 millones de horas diarias a ese tipo de trabajo, tiempo que supone una contribución a la economía mundial de al menos 10,8 billones de dólares anuales, cifra que triplica el tamaño de la industria tecnológica. En regiones como América Latina, el aporte en promedio de los trabajos de cuidados no remunerados asciende al 20% del Producto Interno Bruto de cada país. Estos datos dan cuenta de la gran magnitud de tiempo que se destina día a día de manera gratuita en la producción de bienes y servicios que brindan bienestar a la sociedad, un costo enorme en términos de energía, tiempo y oportunidades para quienes lo realizan.
Evidentemente, en ningún país del mundo se registra una prestación de cuidados igualitaria entre hombres y mujeres. Ejemplo de ello son las brechas abismales de temporalidad, acceso y cobertura entre licencias maternales y paternales. Hoy día aproximadamente 45% de países alrededor del mundo no cuentan con ningún tipo de políticas ni licencias de paternidad, privando a los hombres de la posibilidad de apropiarse de las labores de cuidado y reproduciendo así, la feminización de los cuidados como algo natural. Las brechas de género se hacen más evidentes en el tiempo dedicado a las labores de cuidado; las mujeres en todo el mundo cada día dedican aproximadamente tres veces más horas al trabajo doméstico y a cuidados no remunerados que los hombres. Esta situación se vio agravada por la pandemia Covid-19 ya que, como se observó en países como Colombia, el tiempo dedicado por las mujeres a las labores de cuidado no remunerado aumentó significativamente, mientras que el de los hombres disminuyó (DANE (2020).
Algunos postulados feministas sostienen que el cuestionamiento y la transformación de roles y estereotipos de género patriarcales, son mecanismos efectivos para la prevención y eliminación de las Violencias Basadas en Género. La oportunidad de reconocer y apropiar el cuidado en su complejidad, despojarlo de las cargas que la división sexual del trabajo y los estereotipos de género le han impuesto, y verlo como una responsabilidad colectiva, es un proceso humanizante para los hombres, que les permite estar más en conexión con sus emociones, ejercer su derecho a cuidar, a ser cuidados y autocuidarse, sin temor de ser juzgados, lo que resulta en una alternativa a las violencias. Es por ello que se considera el cuidado, en todas sus dimensiones, como un elemento esencial en la lucha contra las VBG.
En ese sentido, se hace necesario tomar una serie de acciones que contribuyan a transformar las representaciones sociales que del cuidado se han tenido y que han contribuido al mantenimiento y profundización de las inequidades de género. Aquí algunas sugerencias: i) reconocer los compromisos internacionales en materia del cuidado (CEDAW, CDN, X Conferencia Regional de la Mujer de América Latina y el Caribe, ODS 5 de la Agenda 2030, etc.) para incorporar estándares y principios a la actuación de los Estados; ii) campañas y políticas de cuidado nacionales que reconozcan y redistribuyan el cuidado entre las personas miembro de los hogares; iii) brindar licencias parentales y maternales igualitarias con garantías de protección social, que reconozcan el derecho que tienen los padres a cuidar a sus hijos en todos sus ciclos de vida; iv) reconocer y disponer de mecanismos integrales de cuidado para las personas adultas mayores; v) transformar las representaciones sociales del personal de salud para la promoción e inclusión de los padres como cuidadores desde el período prenatal, el nacimiento hasta la infancia de sus hijos e hijas; y vi) fomentar una ética del cuidado como derecho humano en las familias, las escuelas, los medios de comunicación, instituciones gubernamentales.
La situación previamente presentada expone la gran importancia del cuidado en la reproducción y sostenimiento de la vida, su feminización e injusta distribución en el mundo, por lo que se observa la necesidad de que se reconozca como un derecho integral y universal para todas las personas sin distinción alguna, y no una obligación particular de un grupo específico −por ejemplo, las mujeres− a cuidar. Este reconocimiento permite que todas las personas tengan el derecho a cuidar, a recibir cuidados y al autocuidado; también permite entender el cuidado como una responsabilidad colectiva y así poder universalizar no solo su acceso, sino las cargas, obligaciones, tareas y los recursos necesarios para garantizarlo entre el Estado, el mercado, las familias y la comunidad.
De esta manera, se logra evidenciar que el reconocimiento del cuidado como un derecho universal, su redistribución y apropiación del autocuidado no solo es deseable, sino que es absolutamente necesario. Esto no solo abre la puerta para promover un mayor bienestar de todas las personas, sino que impulsa la autonomía económica de las mujeres, lo cual se traduce en una contribución en el desarrollo y crecimiento social de los países desde el bienestar humano; además de ser una herramienta esencial en la lucha contra las VBG y, por lo tanto, en la búsqueda de establecer relaciones de género más justas. En últimas, solo cuidando(nos) lograremos la tan anhelada igualdad y equidad de género.
*Miembros del Grupo de Trabajo Global de Género del ForumCiv.