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La luz al final del túnel parece cerca luego de casi un año del comienzo del que parece uno de los capítulos más difíciles de la historia moderna. Cierto es que el coronavirus será controlado en los próximos meses con la aplicación de la(s) vacuna(s), no obstante, la otra gran verdad es que este fue apenas el abrebocas a las grandes disrupciones que traerá la crisis climática.
Las disrupciones ocasionadas por la pandemia afectaron tremendamente a las mujeres producto de las desbalanceadas estructuras de poder. Algunas de las esferas donde ellas se vieron fuertemente afectadas tienen que ver con la duplicación, inclusive triplicación del trabajo en el hogar, el aumento desproporcionado de la violencia basada en género, la feminización de la primera línea de atención en hospitales, y un largo etcétera. Además, poco se habla de las alteraciones que sufrieron las cadenas de suministro globales, muchas de ellas altamente feminizadas. Por ejemplo, en India y Bangladesh millones de trabajadores de las maquilas textiles perdieron su trabajo, una industria donde el 80 porciento de la mano de obra es femenina.
Para el sector privado esta fue la muestra de lo que puede venir con el cambio climático, cuando las fábricas deban cerrar por constantes olas de calor, cuando países productores enteros desparezcan a causa de inundaciones (Bangladesh, Vietnam y los países insulares se encuentran en riesgo inminente) y los cultivos sufran por drásticos cambios en las temperaturas. Colombia no es ajena al oscuro panorama que se avecina si las emisiones de CO2 globales continúan al ritmo previo a la pandemia. El Huracán Iota que prácticamente destruyó a Providencia y causó mayores afectaciones en San Andrés, no es un hecho aislado, es consecuencia de la acelerada transformación que el planeta sufre a raíz del cambio climático.
Evidencia recolectada por Naciones Unidas demuestra que los impactos en el clima afectan de forma asimétrica a mujeres y hombres. 80 por ciento de los desplazados por el cambio climático a la fecha son mujeres, y tal como lo mostró la pandemia el riesgo de abuso sexual y violencia aumenta en estas situaciones de crisis y estrés.
La crisis climática también ha cobrado más vidas de mujeres que de hombres. En el tsunami del 2004 en Indonesia murieron cuatro veces más mujeres que hombres. Ellas a quienes se les a cargado con la responsabilidad del hogar, dedicaron más tiempo durante la tragedia a salvar a niños, enfermos y ancianos, limitando su posibilidad de reaccionar de inmediato para salvar su propia vida. Y por más absurdo que parezca muchas no sabían nadar como consecuencia de las normas sociales de las comunidades donde se criaron.
A pesar de esto, la representación del liderazgo femenino en los acuerdos internacionales sobre cambio climático sigue siendo lamentable. En Colombia 5 millones de mujeres trabajan en labores agrícolas, y aún no parece haber una agenda clara que las involucre a ellas en la construcción de medidas de adaptación a las inminentes y ya no tan lejanas afectaciones que traerá el cambio climático.
Ojalá el país y el mundo apliquen las lecciones aprendidas de la pandemia, y ojalá las voces femeninas sean escuchadas para evitar una catástrofe de dimensiones que los seres humanos en su paso por este planeta no han visto jamás.