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De niños siempre nos recordaron en nuestros hogares la importancia de saber cuándo decir “no”. Recibir un objeto de un extraño, experimentar situaciones que no podíamos controlar o simplemente negarnos a cualquier evento considerado inconveniente. Crecimos con esa preferencia por dar dos pasos atrás para dar uno hacia adelante; por caminar pasito en lugar de dar el salto. Hoy la paz nos llama al otro lado de la puerta. Debemos decidir qué hacer: si dejarla cerrada o abrirnos paso por un nuevo y desafiante camino.
El Plebiscito es una apuesta arriesgada por una razón: ante la infinidad de opiniones, posturas y creencias sobre la paz, escoger solo entre dos opciones radicales resulta bastante restrictivo. Es normal estar confundidos, pues desde hace décadas no estábamos tan cerca de esa paz que siempre soñamos. Por eso, nuestra tarea es la de preguntarnos a qué le diremos “Sí” o “No”. Estimado lector, si usted es de los que se inclinan por el “No”, mis palabras son para usted.
El verdadero valor de la democracia está en lo que como sociedad nos transforma: la deliberación, a saber, el manejo pacífico del disenso y la generación del consenso. Por lo anterior, me gustaría compartirle la siguiente reflexión: votar por el “No” no es solo negarse a un Gobierno, una corriente política o al Proceso que comenzó a inicios de esta década; es decirle un rotundo ¡NO! a:
La historia. Desde hace varias décadas se han aunado esfuerzos para darle el fin a la violencia. Al inclinarse por el “No”, estamos encapsulando este Proceso en el mismo lugar de los anteriores: el ostracismo. Así que lo que en veinte años pudo ser contado como historia, seguirá siendo un relato del presente porque, atrás en el 2016, los colombianos no pudimos dar el salto definitivo. Lo invito a que hagamos lo impensable, esa fantasía que ideó Herbert G. Wells con su novela La Máquina del Tiempo en 1895, y que hoy podemos hacer realidad: cambiar la historia.
El futuro. Es incierto lo que pueda pasar una vez nos afiancemos en la senda de este Proceso. Pero si hay algo verosímil, es que la paz y la reconciliación no se decretan, se construyen. Su dinamismo implica grandes cambios y la colaboración de todos los sectores de la población, entre los que usted y yo estamos incluidos. La sana democracia que hoy vivimos lo hace a usted libre de decidir su actitud hacia la construcción de paz, pero votar “No” cierra la puerta a pensar incluso en adoptar una postura al respecto. Las futuras generaciones merecen tener un país libre de la guerra. Ni usted ni yo escogimos en qué época vivir, pero sí tenemos la posibilidad de decidir el país que le dejaremos a los demás. No comprometamos a las siguientes generaciones a la venganza, comprometámonos con ellas. El futuro implica dejar atrás partes del presente.
La realidad. De acuerdo con datos del Centro de Recursos de Análisis de Conflictos, han transcurrido 234 días sin tomas de poblaciones, 580 sin retenes ilegales, 236 sin secuestros atribuidos a las FARC, 373 sin emboscadas a la fuerza pública, 361 sin ataques a los oleoductos y 364 sin explosiones. Además, a la fecha más de 600.000 víctimas han sido reparadas integralmente. ¿Queremos cerrarle la puerta a una realidad exponencial e imparable?
La evolución. Colombia no ha sido el único país en conflicto. Irlanda, con sus cerca de 500 años de disputa interna, nos enseñó que la guerra eterna no existe. Ruanda, con 850.000 víctimas entre abril y junio de 1994, es ejemplo de que no es imposible perdonar. Chile, en el plebiscito de 1988, nos recordó que la decisión de la gente sí cuenta. Y Sudáfrica – por solo mencionar algunos - demostró que los odios entre pares son superables. Tristemente, a diario el mundo de hoy nos arroja noticias dolorosas. No seamos una más; convirtamos a Colombia en la esperanza que el planeta necesita.
La vida. A esa que, a diferencia de nosotros, a muchos ya les fue arrebatada por las atrocidades de esta guerra. Mucha gente valiente perdió su vida para que usted y yo podamos compartir esta reflexión. Empoderemos a los 218.094 héroes y heroínas que hoy circundan nuestra memoria y nos motivan a vivir en paz acabando con el conflicto intergeneracional. Y a aquellos que viven con la cicatriz de víctimas, garanticémosles el derecho a ser reconocidos y reparados. De otro modo, la guerra les habrá dejado una deuda impagable…
En el Elogio de la Dificultad, Estanislao Zuleta afirmó que nuestro problema no consiste sólo en que no somos capaces de conquistar lo que nos proponemos sino en la forma en la que deseamos las cosas; lo hacemos mal. El Plebiscito no es la paz, pero desear el “No” sí es negarse a la idea de construirla a nivel de país. Y créame que lo entiendo: esta guerra ha durado tanto que nos ha limitado la sensibilidad. Sin querer, nos hemos acostumbrado a ella. Y aunque yo sé que usted está indignado por problemas como la corrupción, la delincuencia y la desigualdad (¡todos lo estamos!), no podemos poner todos los huevos en una misma canasta. La votación que nos convoca es para darle fin a un problema, al más grande en la historia de Colombia. Dejemos de creer que somos un pueblo condenado a la guerra. Ni usted ni yo la hicimos.
Digámosle ¡SÍ! a cambiar la historia, comprometámonos con el futuro, valoremos la realidad, empoderemos a las víctimas, deseemos bien y, sobretodo, repensemos las consecuencias de no saber cuándo decir “No”.
*Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia. Candidato a Magister en Asuntos Internacionales de la misma institución. Actualmente es estudiante de la Academia Diplomática Augusto Ramírez Ocampo.