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El cuidado como pilar de nuestras sociedades ha sido históricamente olvidado y minimizado, y en el peor de los casos romantizado. “Mi abuela nos cocina con amor”, “mi madre sacrificó su vida por cuidar a sus hijos”, etc, etc. El sacrificio, el amor incondicional y sin límites, la sumisión y la resignación se convirtieron en adjetivos positivos y heróicos de la economía del cuidado. Los comerciales de televisión muestran la dicha y la entrega de las mujeres en la cocina con una nueva variedad de margarina o de aceite y su regocijo por el nuevo producto de aseo para quitar las manchas de las camisas. Nada más alejado de la realidad.
Si algo positivo debe dejarnos la crisis actual es dejar de romantizar al cuidado. Sin este nuestras sociedades no existirían como las conocemos y la maquinaria capitalista no podría funcionar. Ese alto ejecutivo que invierte en las grandes bolsas del mundo simplemente no podría, porque debería hacerse cargo de alimentarse, vestirse, cuidar de sus hijos, limpiar, coordinar las tareas del hogar y un largo etcetera. Una imagen que cuando hablamos de un alto ejecutivo—hombre-- ya no tiene mucho de romántico.
El confinamiento actual en gran parte del mundo ha permitido visibilizar el valor real de todas estas tareas. Por un lado, son pésimas noticias para las mujeres, pues por la histórica división del trabajo es en ellas en quienes recae en mayor medida las responsabilidades del hogar, que por estos días se triplican.
Por otro lado, los más optimistas lo ven como una grandísima oportunidad para erosionar las normas sociales, pues la situación obliga a que los hombres empiecen a asumir en la misma proporción las tareas de cuidado. Inclusive que deban asumir la carga total pues sus parejas, en algunos casos, son trabajadoras esenciales, por ejemplo las enfermeras. Claro que esto dependerá de cuánto dure la cuarentena, el cambio de comportamiento no se dará en un par de semanas o de meses.
Aún así repensarnos la carga simbólica, que le hemos dado al cuidado, es la puerta para deconstruir la visión hegemónica de la economía. Es momento de abrir el debate sobre el sentido, los paradigmas, los sesgos – entre ellos los de género-- e ideas bajo las cuales la humanidad ha construido el modelo económico. Pocas veces nos cuestionamos quiénes y cómo construyeron este sistema – que por lo demás es reciente-- lo damos por sentado y como verdad universal. Y lo cierto es que cuando uno lo piensa a profundidad un concepto como el PIB, por ejemplo, no es más que una construcción social, está lejos de ser un postulado científico inamovible. Igualmente, el dinero tiene tanta importancia porque todos y todas compartimos su carga simbólica y hay una aceptación universal de su valor, pero hoy en realidad nada lo respalda. Eso significa que estos conceptos son volátiles y dinámicos, por ende transformables.
Ojalá esta pandemia nos permita romper los paradigmas actuales bajo los cuales está cimentada la economía. A 2017, según el DANE, la economía del cuidado representaba 190.000 miles de millones de pesos, es decir, más que cualquier otro sector del PIB del país. Ejercicios como estos de incluir en las cuentas nacionales al cuidado existen a lo largo y ancho del planeta, es un buen primer paso, sin duda. Sin embargo, el reto realmente está en que como sociedad le demos el peso y valor que merece. Nuestras madres y abuelas no son ningunas mujeres “guerreras, divinas y entregadas”. Nuestras madres y abuelas han mantenido la economía por años y por lo mismo deberían ser reconocidas. Son más productivas y relevantes que cualquier ejecutivo de Wall-Street.
*Esta columna representa la opinión de la autora, y ni no de la organización a la que pertenece.