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Por: Maria Clara Zea Gallego
¿Cuándo acaba la búsqueda de un desaparecido? ¿Con la localización del familiar? ¿Con la verdad? ¿Con la justicia? Buscar a víctimas de desaparición es un camino largo, arduo y doloroso, uno que recae principalmente en las mujeres, y que implica una feminización de la búsqueda. Madres, abuelas, hermanas, amigas, tías, esposas, sobrinas son quienes lideran la tarea de buscar, investigar qué se debe hacer, acercarse a los colectivos y a las autoridades, participar y exigir por el retorno de sus seres queridos arrebatados a la fuerza por la violencia.
El 10 de mayo fue el Día de Las Madres Buscadoras en México, país cercano a Colombia y con el que compartimos una historia de graves violaciones a los derechos humanos, incluídas prácticas violatorias como la desaparición de más de 100 mil personas y, al menos, 52,000 mil cuerpos sin identificar de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de México (RNPDNO). En Colombia, según la Comisión de la Verdad, el universo de víctimas de desaparición forzada podría llegar a 210 mil víctimas.
La feminización de la búsqueda
Las razones detrás de la feminización de la búsqueda en México y Colombia incluyen varios elementos. Por un lado, la mayoría de víctimas de desaparición son personas jóvenes y en edad productiva, por lo que suelen tener una madre, compañera sentimental o familiares que, ante su ausencia, se organizan para exigir su retorno y la lucha por la verdad, justicia y reparación.
Es más, se ha logrado conocer que la conformación de los colectivos de búsqueda en México tienen una representación de más del 90% de mujeres, y Colombia tampoco se queda atrás. Casos emblemáticos de búsqueda como las Madres de la Candelaria, las Madres Falsos Positivos de Colombia (MAFAPO) o particulares como Claudia María Yepes y Fabiola Lalinde, entre muchas otras, son ejemplos de la complejidad de la tarea que asumieron.
Y es que hay un componente de cuidado, trabajo y acompañamiento que ha recaído en ellas. Aunque la ausencia de un familiar o ser querido se sintiera desde la parálisis del dolor, deben velar por estar en constante andar, ya que la vida de la persona desaparecida, su verdad y justicia, dependen de que haya otras personas para exigirla.
El trabajo de la búsqueda va desde hacer reportes, radicar denuncias y solicitudes de información, a movilizarse para cercar las zonas con afiches de los rostros de sus familiares que buscan, e ir a Fiscalía y al Instituto Nacional de Medicina Legal, todas las veces que sea necesario, a revisar los registros fotográficos de los cuerpos que llegan a la morgue para poder identificarlos. También, asisten a los lugares dónde los medios de comunicación reportan hallazgos de fosas clandestinas y restos humanos, articulándose con entidades como la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas cuyo mandato es hallar las más de 104.537 personas que aún están desaparecidas en Colombia.
Al mismo tiempo, ellas se han hecho un espacio en su vida privada para sortear las demandas que los roles han impuesto: el cuidado y atención de los otros hijos/as o personas dependientes, el cuidado de la pareja, las actividades no remuneradas como las responsabilidades del hogar no compartidas. A la vez, las mujeres buscadoras deben tomar un lugar en la vida pública, para exigir la búsqueda de verdad y justicia y el regreso de sus familiares. De esta manera, como sociedad les debemos reconocer a ellas la pesada carga que llevan de cuidado, siendo un desafío fundamental en el marco de sociedades que aspiran a mayor igualdad el apuntar a su redistribución y bienestar social.
Es clave reconocer que sus labores traen peligros hacia su integridad personal al ser amenazadas por su labor: son criminalizadas y asesinadas por buscar. Esta desprotección ha implicado la búsqueda de redes solidarias de apoyo debido al desplazamiento forzado al que son sometidas y apoyo por fuera del Estado ante su revictimización.
Nada sin las mujeres y madres buscadoras
La participación e incidencia de las colectivas/os ha sido fundamental en México en casos como la reinstalación del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (SNBPD), la creación de un Mecanismo de Identificación Forense (MEIF), la aprobación del Protocolo Homologado de Búsqueda y el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). A pesar de que son mecanismos que deben avanzar más para garantizar de manera integral los derechos de las víctimas, fueron un paso importante hacia el acceso a la justicia.
En Colombia, los retos de participación de las mujeres buscadoras permanecen latentes. Un reconocimiento de su labor que se mueva de lo simbólico a lo concreto debe ser su inclusión en la construcción de políticas y leyes en materia de desaparición del país, así como el compromiso que estas logren el trámite legislativo. Por ejemplo, el Proyecto de ley 242 de 2022 en Cámara de Representantes sobre el reconocimiento y protección integral a la labor y los derechos de las mujeres y personas buscadoras de víctimas de desaparición forzada, que sólo ha sido agendado para primer debate. Y, también, el Proyecto de Ley número 329 de 2022 en Senado y 200 de 2022 en Cámara sobre la creación de la ‘Alerta Rosa’ o el mecanismo de búsqueda inmediata nacional, estandarizado, multicanal y de difusión masiva y pública, de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas.
Asimismo, en el Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026, que terminó su trámite legislativo, hay un artículo, el 198, que busca crear el Sistema Nacional de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. Este sistema coordinará distintas entidades y contará con la participación de la sociedad civil, en especial de las mujeres y personas buscadoras, y se articulará con el Sistema Nacional de Atención y Reparación a Víctimas y con el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR).
Se puede decir que es un momento decisivo en Colombia en materia de mecanismos de reacción frente al fenómeno de la desaparición. No obstante, se debe dar el espacio para que las colectivas y mujeres buscadoras participen y compartan sus experiencias de andanzas en el camino de la búsqueda de sus familiares. Nada sobre ellas sin la importancia y fuerza de su voz.