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Tal vez la vida solo fue una colcha de oportunidades bordadas por coincidencias.
Amar el coincidir es una forma de disfrutar la libertad que se tiene de permitirse encontrar o ser encontrado. Como una manera de descubrir ideas, personas o emociones sin suponer esa voluntad por explorar que defienden los osados. La coincidencia se siente leve, ajena, como si fuera impulsada por la fuerza de una energía tercera que vigila y concede. Y aunque no somos siempre responsables de su causa, sí lo somos de lo que resulta de ella. Y es ahí, en el caos y orden de la conciencia, que nace el amor por coincidir.
Todo lo que sucede cada día es una combinación de coincidencias y rutinas, un juego entre conciencia y casualidad. La primera es la biológica que ocurre en el cuerpo para poder vivir. Y luego acontece con las personas que vemos y las opiniones que cruzamos, en el uso del tiempo, en los errores que no se comenten, la canción de la radio, la llamada del desconocido o en la conversación con el clima.
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Una vida teje más coincidencias que casualidades. No son lo mismo, aunque el impulso terco de la mente insista. La coincidencia relaciona el ocurrir a la vez de dos o más cosas o sucesos; mientras que la casualidad describe algo imprevisto, que generalmente ocurre sin una causa determinada. Entonces, de alguna manera siempre hemos elegido el coincidir, lo que no hemos hecho con la casualidad. Se repite con cada decisión que tomamos, adornada por las coincidencias del pasado, tan invisibles como inconscientes.
Las amistades y los amores también son ganancia del coincidir. Convenimos con un otro, somos conforme a ese otro. Coincidencia es ajustarse con un otro, una otra y confundirse con ella. Y se puede amarla, en un acto libre y voluntario, cuando hogar y familia coinciden en el mismo lugar, por ejemplo. O cuando se conecta con lo que dibujan las pecas y representan los crespos para una amiga. También cuando dos amantes se permiten un amor que crea música a distancia, y quienes aunque viven en diferente ciudad, coinciden bajo la misma luna. Al final casi todo es una hermosa coincidencia que llamamos amar.
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Otro significado de coincidir evoca el ocurrir a un mismo tiempo o lugar. El convenir en el modo, ocasión o circunstancia. Y esto, por momentos, acontece con la fascinación profunda y transformadora propia de las artes. Como es el caso del cine con su bondad de reunir en un espacio para encontrar historias que intentan escapar a la imagen en movimiento. La pantalla grande y su poder de convocar es una oportunidad para pensar, incomodar y sentir. En especial cuando reúne para incidir sobre derechos humanos.
El arte de coincidir invita en sí a amar la coincidencia. A contemplarla y reconocerla bajo un ejercicio equilibrista alejado de cualquier ansiedad y desapego. Coincidir implica vivir y dejar vivir, perderse para encontrarse. El arte de coincidir estimula la búsqueda de la coincidencia y de compartirla, pues al final conlleva una acción que requiere de dos, o tal vez más, pero para ese entonces la vida ya será una colcha de oportunidades bordadas por coincidencias.