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Por: Victoria Sandino Simanca Herrera
Senadora de la República por el Acuerdo de Paz.
Hace cinco años culminaron las conversaciones de La Habana que dieron como resultado el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, un hito en la historia de Colombia que, a pesar de sus detractores, encarna una gran esperanza para el pueblo colombiano.
Hace cinco años, también asistimos al plebiscito por la paz del 2 de octubre de 2016, que se presentó ante la opinión pública como el punto cumbre de los diálogos bajo el supuesto de darle un sello de legitimidad democrática a lo firmado, y que es un punto de referencia ineludible cuando analizamos lo que ha sido este proceso de paz.
El plebiscito era un ritual de refrendación electoral, justificado por sus defensores en la idea de enfrascar la democracia solamente en las votaciones desconociendo su riqueza y complejidad. ¿Qué podría ser más democrático para Colombia que lograr la paz luego de más medio siglo de guerra? ¿Qué podría ser más beneficioso para las mayorías que las reformas sociales y democráticas aplazadas? ¿No son, acaso, expresiones democráticas las calles rebosantes de juventud pidiendo cambios en este país?
Sin embargo, el gobierno colombiano así como otros sectores se empeñaron de forma terca en la realización de un mecanismo electoral que era innecesario dadas las facultades presidenciales constitucionales existentes para la búsqueda y la realización de tratados de paz en el país. Así lo han reconocido muchos de los otrora defensores de la realización del plebiscito. De nuestro lado de la mesa de diálogos nunca estuvimos de acuerdo con llevar la posibilidad de la paz, que tanto esfuerzo había costado, a la tómbola electoral atravesada por todos sus vicios y problemas. Así lo sostuvimos en repetidas ocasiones en la mesa y ante la sociedad colombiana. Lamentablemente, sin haberlo acordado formalmente en la mesa de diálogos, terminamos cediendo ante estas presiones. Pese a que fui negociadora plenipotenciaria en La Habana, desconozco en qué instancia de negociación y entre cuáles delegados del gobierno y las FARC-EP se pactó el plebiscito.
Lo cierto es que el plebiscito sería una cita crucial que iba a incidir directamente en el futuro de la paz firmada en Cartagena el 26 de septiembre de 2016. Era un riesgo enorme, una apuesta en la que sólo un resultado apabullante a favor del SI podía ser favorable. El triunfo cerrado del SI sería la señal de una paz débil, de una paz disputada y sin consenso. Mientras que un triunfo a favor del NO, por ínfimo que fuera (tal como pasó), se convertiría en el caballito de batalla de la derecha recalcitrante.
En cualquier caso, los enemigos de la paz hubiesen encontrado justificación, por rebuscada que fuera, para oponerse la paz. También es claro que, como ha quedado demostrado con el accionar del Estado colombiano y los respectivos gobiernos que se han empeñado en llevar el Acuerdo por la ruta de la perfidia, el balance de la implementación sería el mismo, con o sin legitimidad plebiscitaria, dejando claro que es el pueblo quien tiene la llave de la paz completa y verdadera.
Abundan los análisis y explicaciones sobre el desarrollo de la campaña, las mentiras y el discurso de odio que jugaron un papel en el triunfo del No, aunque cabría también preguntarse por otros factores. Pero lo más evidente son los efectos de la victoria del NO que le concedió a los enemigos de la paz la posibilidad de hacer modificaciones al Acuerdo afectando temas centrales de reforma rural, participación política, enfoque de género y justicia. No obstante, todas estas enmiendas no fueron suficiente para ellos, sino que, a la fecha, persisten en el propósito de hacer trizas lo acordado.
El efecto nefasto que dejo la pérdida del plebiscito es una herida imborrable que hoy el uribismo utiliza como el mito central de su campaña para darle oxígeno a su moribundo proyecto fascista ante la desgracia de que el pueblo colombiano vea desenmascarado a su caudillo, mientras la consolidación de un nuevo proyecto nacional que garantice el bienestar y la justicia social de toda la sociedad colombiana, sigue en vilo.
La conmemoración de estos cinco años es una gran oportunidad para hacer balances y análisis sobre lo que ha significado el Acuerdo de Paz para Colombia, que, a pesar de indicar una paz en riesgo, nos debe llevar a tomar decisiones políticas y como sociedad, para superar la crisis actual que permita reconducir el Acuerdo de la senda de la perfidia a la ruta trazada para la construcción de una paz estable y duradera.