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Por: Angela María Fuentes
Jeans grandes u ombliguera, peinados con gel y un parlante sonando rap es lo que la gente piensa cuando se habla de un joven que vive en un barrio informal. Es difícil ser joven y vivir en la periferia de la ciudad cuando hay un estigma en la vestimenta y en el vocabulario. Los llaman ladrones, ñeros, y la sociedad los hace a un lado. Tener entre 18 y 30 años y vivir en Altos de Cazucá, Ciudad Bolívar o Usme, es estar bajo la lupa y tener que responder NO cuando la primera pregunta es ¿eso no es muy peligroso por allá? o tener que mentir sobre la verdadera ubicación de la vivienda en una oferta laboral porque en las políticas de la empresa está no contratar gente de “por allá”.
“Por allá” también existe, y por allá las autoridades abusan de su poder contra los jóvenes haciendo requisas basándose en la vestimenta de las personas. Parece ser que tener tatuajes, vestir de ancho y usar gorras planas es sinónimo de ser delincuente y consumidor. Parece que vivir en una loma es igual a pertenecer a una pandilla. Pero sobre todo, parece que el Estado no tiene cómo ofrecer oportunidades a los y las jóvenes para que exploten sus talentos. Es por eso que la universidad de la vida se vuelve pionera en enseñar cosas a las que todos deberíamos tener acceso, y los jóvenes se van a las calles para convertirse en sus propios maestros.
Los líderes juveniles se toman sus barrios y las ciudades, aunque poco se les escuche y se busque minimizar su opinión. Están solos aprendiendo, y levantando la voz cada vez más fuerte porque su ruido debe incomodar aquellos ciudadanos que creen normal que existan personas vendiendo dulces en el transporte público, y se sientan en la moralidad de no aceptar ningún producto porque “no apoyan el vandalismo”. Y aquí el verdadero vandalismo es reproducir brechas sociales, cruzar la calle, mirar mal y suponer que por vivir en un barrio informal se es un delincuente más, o se es pobre porque se quiere.
No le podemos pedir a los jóvenes de los barrios informales que no sean violentos si como ciudadanos nos encargamos de excluirlos. Si la sociedad y el Estado les niega la educación y el trabajo. No les podemos exigir que cuando vayamos a sus barrios nos miren con desconfianza si a diario ellos se enfrentan a ser juzgados, y cuando los vemos en nuestros barrios ni una sonrisa les brindamos.
Que hoy sea una buena oportunidad para escuchar más a ese joven que va al lado. Déjelo hablar, pelee con el estigma que persigue a quienes viven en barrios informales. No, no son ladrones. Hoy es una buena oportunidad para empezar a verlos como lo que son: ciudadanos con derechos que pertenecen a barrios con mucha diversidad, que merecen ser atendidos y reconocidos.