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Son múltiples las motivaciones por las que las mujeres decidieron marchar al monte. Un camino difícil, arduo, con grandes dificultades, pero que resolvía una pregunta acerca de sus convicciones políticas para un cambio. Otras lo hicieron siguiendo los pasos de un amor, unas cuantas por razones económicas, no faltaron quienes huían del patriarcado o buscaban su libertad.
El proceso de la vinculación de las mujeres en los movimientos armados ha ido de la mano de la búsqueda de espacios para su participación política y para ejercer su autonomía. Ha marchado junto a la búsqueda de derechos, así no siempre estén las frases listas y hechas para definirlo. Pero lo que sí es cierto es que esa búsqueda no siempre ha correspondido a un empoderamiento como lo buscan, porque pesan las estructuras y sus formas patriarcales, pesa el pensamiento machista en las filas militares (de cualquier organización o ejército regular). Pero también se ven permeadas por el pensamiento feminista, quiéranlo o no.
Si nos remontamos a la década de los años 60 al surgimiento del movimiento guerrillero por la liberación nacional y social, la presencia de las mujeres era mínima. Las Farc nace en 1964 y no registra un papel importante de mujeres. Quizá recordemos la presencia de Mariela en la toma de Simacota, acto fundacional del ELN, junto a 26 hombres. Y el EPL, el último en surgir en estos años, juraron 10 hombres organizarse para el combate. Todas con la influencia o dirigencia de estudiantes con bases campesinas.
Con el paso de los años a estas organizaciones se suman mujeres campesinas que demuestran en el día a día capacidad para las largas marchas y la vida del monte. Luego llegarían las de la ciudad con formación académica y muchas con la influencia de las nuevas teorías sobre género. Aunque en la mayoría de los casos se trataba del matrimonio marxismo-feminismo sin un profundo desarrollo en Colombia hasta ese momento, pese a que Rosa Luxemburgo, Alejandra Kollantai y otras hicieron sus aportes teóricos.
Vendría luego la irrupción del M19 que presentó un aire diferente. Surgió en la ciudad con sectores de capa media con una mirada nacionalista y socialdemócrata que abrió un mayor espacio a las mujeres. No obstante, con el mismo carácter androcéntrico que las organizaciones que le precedieron.
Sin embargo, el número de mujeres aumentaba sin lograr un peso fuerte al interior de las organizaciones salvo contadas excepciones, pero sin lugar a dudas esto estaba en concordancia con lo que social y políticamente vivía el país y la guerrilla dentro de su pensamiento revolucionario no tuvo la capacidad de dar un mayor salto en la igualdad en derechos para las mujeres. Los esbozó, los tocó pero no llegó al meollo del asunto, a la discriminación por razón del sexo, a la construcción social del concepto género.
Es indudable, que de acuerdo o no con los procesos armados, las mujeres que participaron en ellos, han hecho una participación política, aunque vale aclarar que el feminismo no incluye en su ideario las armas ni la guerra. ¿Y su participación en las negociaciones?
La negociación de las Farc con el Gobierno de Juan Manuel Santos no empezó en Oslo, fue parte de un proceso que inició en 1984 con la negociación de las Farc, el Partido Comunista de Colombia Marxista Leninista, el EPL y el M19. Pese a que la presencia de las mujeres como negociadoras fue en segunda fila, los efectos políticos de las propuestas en ese corto periodo fueron trascendentales en la vida de Colombia: Creación de la Unión Patriótica, la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente elegida por el Constituyente primario (regresar la soberanía al pueblo) y un Gran Diálogo Nacional.
Detrás de bambalinas las mujeres estuvieron en todas esas propuestas y ellas ganaron espacio en la puesta en práctica de cada una. Un espacio político, una participación política de la que ya tenía el derecho al voto y que no fue un regalo del General Gustavo Rojas Pinilla, fue una conquista de la lucha mundial de las sufragistas, de las mujeres que en el país trabajaron con el mismo propósito y que lograron que por fin apareciera la palabra persona y no hombre en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que firmo Colombia en 1948.
En todas estas décadas de insurgencia, las indígenas del Cauca dejaron impronta con su participación en la lucha por el territorio en el indigenista Comando Quintín Lame. No tuvieron ningún reparo en dejar las armas por el bastón de mando.
La participación política de las mujeres tiene un largo recorrido, sin embargo, en la dejación de armas en 1990 del M19 y el EPL, luego de Renovación Socialista y el Quintín Lame, muchas mujeres regresaron a sus casas, a la vida privada del cuidado, no porque sea negativo -es una decisión frente a otras alternativas-, sino porque abandonaron un espacio ganado, porque el Estado no asumió su responsabilidad, porque no tuvieron oportunidades, porque se perdió un potencial para continuar en el trajín de la construcción democrática.
Aproximadamente de las 7.000 personas que dejaron armas de las Farc el 40% son mujeres campesinas en su mayoría, llamadas a mirar esa experiencia pasada, llamadas a participar en la vida política, a conocer sus derechos y a trabajar para ejercerlos dentro de un nuevo paisaje económico, social, político y cultural. Inician una nueva etapa con más escollos que la anterior. Bienvenidas a la vida civil y a la participación política sin armas.