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San José del Guaviare fue visto a mediados del siglo pasado como lugar propicio para un cultivo de esperanza, por quienes llegaban de diversos lugares de Colombia, bien fuera tras mejor suerte, bien fuera porque huían de morir a mano de algún poderoso de la época, o bien fuera porque llegaran como aventureros, algo regular en la época de la quina, luego en la cauchería y también después de superadas estas etapas.
La concentración de gente llegada desde todos los municipios colombianos y de la guerra de Los Mil Días (quienes se incorporaron a la cauchería), constituyeron una sociedad de fracasados que debió dedicarse a la cacería de animales para comercializar sus pieles y con el producido sobrevivir. Los tigrillos, tigres, perros de agua y babillas fueron el botín de la época.
Todos eran cazadores con carabinas calibre 22, traídas mayormente de la cauchería. Este florecimiento pronto se marchitó debido al exterminio de las especies que perseguían por sus pieles, lo que obligó a buscar quehaceres tales como la pesca.
El tiempo no se hizo esperar, ante la cadena de fracasos, como si vivieran en un mundo mágico, cada día aparecía una manera nueva para no morirse de hambre y de alguna enfermedad que por falta de transporte se convertía en mortal.
Como alternativa, el cultivo de la marihuana apareció alimentado por un grupo de panameños que nadie podría explicar cómo llegaron a la región. Esto revivió la esperanza casi muerta, pero no pasó de ser una ilusión que aún perdura en quienes sueñan con ser ricos de manera fácil
La coca también nos llegó por la frontera, de manera desafiante se impuso su producción como respuesta a la indiferencia del Estado ante los reclamos que hacían quienes fueron expulsados a la selva para que allí murieran de hambre, pero finalmente no murieron.
A aquel mundo turbulento llegó una tempestad virulenta como ninguna otra, donde se mezcló coca, guerrilla y paramilitarismo, tres males que, al ser evaluados individualmente, sería imposible determinar cuál fue más dañino a la sociedad.
Hoy, las nuevas propuestas hacen que se abra una ventana de esperanza real sobre la selva amazónica. La aparición de esta ventana parece hacer reír a animales y a las personas de aquella época que aún viven en la zona. Los múltiples problemas originados en la selva, y que hoy por hoy afectan al planeta y a la sociedad, como lo son la tala de bosques y la producción de alucinógenos, obligan al estado colombiano y al mundo a mirar hacia la selva amazónica. Nuestra región exige que se den pasos firmes pero concertados con la comunidad.
*Escritor y periodista dominicano radicado en el Guavire.