Hacia una Colombia menos militarizada

Tom Odebrecht
06 de agosto de 2017 - 07:03 p. m.

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En marzo de 2016 se produjeron dos terribles atentados en tierras europeas. En Bruselas, la vibrante capital política de la comunidad, un doble ataque dejó a 32 personas muertas y cientos de heridos. Mientras yo, esa soleada mañana me alejaba de Bruselas en un tren rumbo a la cercana frontera alemana, un amigo, que se desempeña como asesor en el Parlamento Europeo, fue entrevistado por la televisión alemana para contarle al mundo cómo vivió los momentos más angustiantes de su vida. Su declaración, al igual que la de la gran mayoría de los testigos del terror de ese día fue: “no cambiaremos la manera de vivir nuestras vidas en una sociedad libre”.

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Hoy, el día a día de la capital europea es prácticamente idéntico a como era antes de los hechos. La amenaza y los riesgos siguen siendo altos, pero el peligro se siente abstracto. Sin embargo, algo sí se alteró. Tanto los habitantes como los visitantes se sorprenden de la única diferencia realmente impactante: la permanente presencia de soldados fuertemente armados, patrullando en grupos de dos o tres, y los vehículos militares recorriendo las calles bruselenses. A diferencia de otros países del viejo continente, Bélgica no cuenta con un reglamento constitucional que descarte la utilización del Ejército para la seguridad interna.

Algún freno jurídico, frente al exceso de fuerzas militares en el espacio público, conocen especialmente las naciones que vivieron los tiempos más oscuros del militarismo en combinación con un destructivo nacionalismo. Ese cóctel explosivo jugó su papel en el nazismo alemán y el fascismo italiano de la trágica primera parte del siglo XX. Por ende, ambos países descartan el despliegue militar, sea policía militar o ejército, ante los asuntos de orden público (si bien Italia sigue usando los ‘carabinieri’, una versión de policía militar).

Las varias formas del militarismo, popularmente descrito como la ideología según la cual la fuerza militar es la fuente de toda la seguridad, son fenómenos mundiales. Colombia no es una excepción. El conflicto armado de este país llegó a su fin, el orden del posconflicto se abre (lentamente), y ofrece la promesa de un nuevo contrato entre la sociedad civil y el control estatal: Más libertad individual en el espacio público, que para mí es la arteria principal de un país moderno. No obstante, no se nota casi ninguna disminución en la presencia militar. La policía militar y policía civil, quienes se ven como soldados listos para salir al campo de combate, recorren en altísimos números los barrios de Bogotá, Medellín y las otras grandes ciudades, el Ejército Nacional vigila autopistas, edificios y plazas cardinales, como si el posconflicto no significara también la desmilitarización bilateral.

¿Por qué deberíamos desear una Colombia menos militarizada? Más allá de las dudas constitucionales que dictan que el cuerpo policial (civil) pueda utilizar armas de fuego en el territorio nacional, la presencia excesiva de lo militar crea un “estado de emergencia mental”, esto quiere decir que la población se adapta a las acciones del Estado ante las supuestas amenazas de orden público, las naturaliza y no se permite cuestionarlas. Uniformes verdes militares y rifles de combate se vuelven la norma para el pueblo.  

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Una entera generación de colombianos no conoce la diferencia de roles entre fuerzas armadas y la policía, debido a la profunda “militarización” de la policía y la presencia de los militares.  

La violencia genera violencia, indiscutible lección que nos ha enseñado la historia de la humanidad. Para romper el círculo del eterno enfrentamiento, Colombia decidió sabiamente entrar a la lógica de paz, aplicando mecanismos de solución de conflicto civiles y no militares. Ahora que las guerrillas dejen de ser la principal amenaza para el país, las fuerzas de seguridad también deberían reconfigurarse. Se tiene que discutir cómo volver a una policía únicamente civil, y a unas fuerzas armadas que se dediquen exclusivamente a aportar a las misiones de paz bajo el techo de las Naciones Unidas u otras organizaciones internacionales.

Al igual que el estado belga, Colombia necesita salir de la lógica del conflicto al liberar a su Ejército de las inapropiadas tareas de seguridad pública que cumpliría mejor la policía civil informada y suficientemente pagada.

Se llama “servir y proteger”. En este orden.  

 

 

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