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Revisar la historia o servirse de la experiencia son alternativas que pueden ayudar a tomar una decisión serena, guiada por la reflexión y no por las pulsiones al momento de votar. Lo emotivo, lo intuitivo o votar en contra de, especialmente para las justas presidenciales, parece que no ha sido lo más acertado en Colombia. Es una realidad que las estrategias para las elecciones congresionales y presidenciales, así como las componendas, son disimiles; por ejemplo, la capacidad para endosar votos es limitada, especialmente en las ciudades capitales que cuentan con numerosos habitantes, donde el voto de opinión juega un papel importante y definitorio.
Las elecciones 2022 contarán con variadas listas al Congreso y numerosos aspirantes a la presidencia, da la sensación de un Estado de derecho con opciones, como se dice comúnmente hay de donde escoger; pero esa aparente inclusión está inmersa en una proliferación de grupos, ya que los partidos, los principios y la ideología pasaron a un segundo plano, fueron sustituidos por empresas electorales, por mercaderes de votos cuya consigna es ganar a cualquier precio. Desde luego hay honrosas excepciones, movimientos con candidatos que le apuestan a la independencia, a la equidad y a renovar el Congreso. Para la presidencia; las alianzas, las coaliciones, los pactos, no fortalecen la innovación, ni despejan el camino por el cambio, por el contrario, lo enturbian. Si los vetustos actores: expresidentes, delfines, caciques, barones, muñidores, y sus aniquilantes prácticas se mantienen, se dará continuidad al clientelismo, a la corrupción, a un gobierno sin autonomía, más de lo mismo; si el rumbo no se endereza, las próximas elecciones serán una parodia: cambiar todo para que nada cambie.
Deportistas, periodistas, académicos, lideres comunitarios, entre otros, aspiran al Congreso; bueno que así sea, es un derecho y ciertamente un anhelo. Sin embargo, cuando en algunos casos se examina el “partido” al que pertenecen o quien está detrás de ellos, empieza la incertidumbre y la decepción; ahí están los clanes electorales, los dueños de las regiones, cuya bandera de legitimidad es reiterar que no hay delitos de sangre o que la responsabilidad penal es individual; los expresidentes, los delfines, con capacidad no solo de poner o quitar a aspirantes de un plumazo, sino de destruir los principios de una colectividad en beneficio propio; los “partidos” de familia, cuyo más alto mérito es ser hijo, hermano, esposo, nieto, ocupan las posiciones más destacadas y su mandato parece imperecedero. Ante la pregunta ¿por qué aliarse con estos políticos? se escucha respuestas con sentido de realidad, seguramente pragmáticas o si se quiere de elemental estrategia: porque si no nos aliamos con ellos no salimos elegidos; al mismo tiempo desde otra óptica, los nuevos candidatos precedidos de reconocimiento y esperanza se desdibujan, es como si unirse a la maquinaria fuese la única posibilidad.
En la Constitución de 1991 se garantiza a los ciudadanos el derecho a fundar, organizar y desarrollar partidos y movimientos políticos, y la libertad de afiliarse a ellos o retirarse; está superado el violento y hegemónico bipartidismo. No obstante, se reclama organizaciones políticas dotadas de una plataforma ideológica y unos principios que las caracterice, con dirigentes y candidatos plenamente identificados con esos preceptos y fieles a ellos tanto en campaña como en el desempeño de la representación; la existencia de partidos y movimientos políticos sólidos refrendan el pluralismo, garantizan la oposición y en general fortalecen la democracia representativa y participativa. Hoy se percibe una mezcolanza que pone en vilo la escogencia de los candidatos.
La mayoría de candidatos recurren al alago, a la mentira, a las promesas, aprovechándose de la población más vulnerable, algunos a la compra de votos, lo que cuenta es hacerse elegir. Esta es una buena oportunidad para votar bien, a conciencia, buscando superar esta tragedia humanitaria y social; incluso, no se presentarán varios congresistas a su reelección, pero ejercer el poder y manipular en cuerpo ajeno está arraigado, lo que también se aplica para la elección del presidente, en Colombia abundan los ejemplos. Se necesita dirigentes nuevos, independientes, honestos, con vocación de servicio, que se destaquen por sus propuestas y no por los ataques personales. Hay que derrotar a los muñidores expertos en tratos e intrigas.