La amenaza del tal castrochavismo.

José Antequera
16 de junio de 2017 - 05:39 p. m.

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La portada de la edición 1832 de la Revista Semana, dedicada al castrochavismo, no es sólo una invitación a leer un contenido tranquilizador donde se defiende la tesis de que precisamente Colombia está lejos de entrar en una situación similar a la de Venezuela, a falta de riqueza petrolera y de un liderazgo como el de Hugo Chávez. Ese es el mensaje para un grupo muy reducido de lectores que abren la revista y llegan hasta el final de los artículos.

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Pero para todos los que se quedan mirando la portada en el puesto del supermercado mientras cuentan las monedas faltantes, y para los consumidores de información por la vía de las redes sociales, el mensaje evidentemente intencionado es que sí hay una amenaza. Que hay un peligro de magnitudes diabólicas que debe asociarse a los otros hechos que son noticia en el país:  los avances en el proceso de paz, el acercamiento de las Farc hacia su conversión en partido político y, sobre todo, la serie de inconformidades sociales que se vienen expresando de maneras diferentes, desde las consultas populares contra la minería, el paro en Buenaventura, el paro de Maestros o los procesos de revocatoria del mandato en varias ciudades.

Contrario a lo que muchos piensan, ese mensaje que canaliza los temores del establecimiento colombiano no se debe especial ni exclusivamente a la participación política de las Farc. El temor que tendría que reconocerse, porque es uno de los factores que explican por qué las víctimas del conflicto han sido mayoritariamente civiles y no militares, es el temor a que la gente de las consultas populares, de los paros y las revocatorias, así como los jóvenes que salieron a las calles después del 2 de octubre, o los que traen en la memoria los éxitos de la MANE, decidan meterse en el cuento de una nueva oportunidad de participación política sin el miedo anti-subversivo que se sembró con propaganda y masacres por todo el territorio nacional. En ese sentido, es un miedo a la propia incapacidad del establecimiento para conectar con una realidad a la que hoy sólo saben tratar con ESMAD y promesas. El temor a que el fin de la guerra signifique también el fin de las excusas.

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La misma Revista Semana, en su edición 1826, donde dedican una nota a las cuñas de las Farc por Youtube, se refiere a las reivindicaciones de los sectores sociales diciendo que “la única forma de darles una respuesta positiva a todas esas frustraciones ha sido la implantación del socialismo”. ¿Desconocen la Constitución del 91 o están confesando algo?

También sería deseable que las Farc entendieran esta situación de cara al congreso de su nuevo partido y que hagan lo mismo los candidatos presidenciales que levantan la bandera de la paz. El castrochavismo es un cuento ridículo, además, porque las reivindicaciones sociales del país no se circunscriben a las insurgencias armadas, ni a sus programas, ni a una simpatía con ellas, y sólo se realizarán necesariamente por la vía de la construcción de mayorías que rompan el techo de las burbujas de los que se definen como de izquierda, liberales, verdes o independientes, entre otras. Todos los que reclaman que el Estado dialogue con las comunidades y los territorios tienen ahora el deber de emprender el mismo diálogo para reconstruir sus propuestas de cara al siglo XXI. Del centralismo y del paternalismo estamos también cansados. El fin de la guerra también es el fin de las excusas en ese sentido.

Tenemos que convencernos de que si se cumple el plan del Acuerdo de Paz seremos un mejor país. Y eso significa un país con mayor visibilidad para muchos territorios que tienen necesidades no resueltas en contraste con una riqueza que les pasa por las manos pero no se convierte en mejor vida; una visibilidad basada en la dignidad de la exigencia y no tanto en la de la victimización. Una oportunidad de oro que no podemos perder por el miedo a los fantasmas. Ya pasamos por ahí.

 

 

 

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