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En los municipios y veredas en los que hay cultivos de coca para la producción de cocaína, las personas usualmente explican sin rodeos que la coca es el motor de toda la economía local: las tiendas de ropa, el mercado, las peluquerías, las tiendas de motos, ferreterías, restaurantes, bares y panaderías. Todo lo mueve el dinero que viene de la coca. La economía cocalera, como ningún otro sector, parece servir de catalizador del resto de la actividad productiva. Así lo perciben sus pobladores. Por eso en momentos de crisis, como el que durante más de un año se ha vivido en las regiones cocaleras, en los pueblos se comenta que toda la economía está mal porque no hay dinero circulando. ¿Cuál es el impacto del sector cocalero en el resto de la economía local? Y ¿Cuáles son sus efectos en indicadores socio económicos importantes para el desarrollo de la región en el largo plazo?
Esta es la pregunta que motiva la investigación que estamos desarrollando con colegas del CESED y la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, y que recientemente publicamos como documento CEDE-CESED. En este trabajo investigamos el reciente auge en los cultivos de coca en Colombia producto del anuncio en 2014 del programa de sustitución de cultivos de coca (PNIS). Entre el anuncio y el primer año de implementación del programa, el área con cultivos de coca aumentó en un 150%, pasando de 68,000 a 171,000 hectáreas.
Utilizando técnicas estadísticas de evaluación de impacto y datos satelitales de luminosidad nocturna como proxy de la actividad económica, encontramos que los municipios más expuestos a los incentivos del programa de sustitución de coca, que experimentaron aumentos sustanciales en el cultivo de coca tras el anuncio, vieron un aumento promedio del 60.3% en la luminosidad entre el 2014-2019. Si estimamos el efecto sólo para la zona rural, donde se concentra la producción de coca, este aumento puede llegar al 77.3%, pero también encontramos efectos casi del 30% en otras áreas pobladas donde se llevan a cabo la mayoría de las actividades comerciales. La luminosidad nocturna es una variable que captura la actividad económica, tanto formal como informal. Resulta especialmente útil para nuestro estudio, ya que no existen datos oficiales sobre el tamaño de las economías locales en estas zonas. Además, incluso si esos datos estuvieran disponibles, la mayoría de las transacciones en las regiones cocaleras se realizan de manera informal.
Para interpretar este efecto, estimamos el cambio que esto representa en términos del PIB a nivel municipal y encontramos que la bonanza cocalera lo aumentó entre 2.8% y 10.5% para todo el municipio (cabecera, áreas pobladas y zona rural). De hecho, encontramos que por cada peso adicional del valor de producción de hoja de coca se genera entre 1.17 y 2.3 pesos del PIB municipal. Es decir que este sector productivo dinamiza otros sectores de la economía. ¿Qué otro sector de la economía podría lograr este dinamismo? Difícil imaginar algo en el sector agropecuario. En otros sectores, quizás el oro, pero con un costo ambiental probablemente muy elevado.
La economía cocalera genera empleos e inyecta dinero que circula en la economía y dinamiza otros sectores que quizás sí logran acumular capital e inversiones a largo plazo. En este trabajo entonces nos preguntamos por el efecto en otros indicadores importantes para el desarrollo regional a largo plazo: ingresos ficales, producción agrícola, violencia y deforestación.
Encontramos que el auge de la coca no incrementó el recaudo de impuestos locales, incluyendo el impuesto de industria y el comercio, el impuesto predial y los ingresos por recargos en el combustible. Esto sugiere que el aumento de la actividad económica en estas regiones no está siendo capturado por transacciones económicas formales y gravables que podrían financiar inversiones públicas con beneficios a largo plazo. Es decir, la actividad económica que capturamos con la luminosidad nocturna se queda en la informalidad, con todos los problemas que esto conlleva.
Adicionalmente, no encontramos efectos en las hectáreas de tierra utilizadas para la producción agrícola ni, contrario a lo que algunos esperarían, en los indicadores de violencia. Es no significa que indicadores como presencia violenta de actores armados, victimización y homicidios no hayan cambiado en el periodo estudiado, sino que estos no fueron diferentes en los municipios donde aumentaron los cultivos.
Finalmente, evaluamos el impacto ambiental del boom cocalero. Encontramos que en los municipios donde crecieron los cultivos de coca, la tasa de deforestación aumentó en 104% y hubo un incremento del 302% en el área transformada de cultivo de coca a pastos para ganado en la Amazonía colombiana. Es decir, no necesariamente se tumbó bosque para sembrar coca, sino que la economía cocalera estimula actividades como la ganadería, lo que a su vez exacerba las tasas de deforestación. Una puerta giratoria entre economías ilegales y legales que se debe seguir explorando para definir políticas que respondan a estos patrones regionales complejos.
Nuestros resultados entonces resaltan la importancia de la economía cocalera en proporcionar ganancias económicas a corto plazo y actuar como catalizadores de la actividad económica regional. Sin embargo, muestran que no necesariamente generan un desarrollo sostenible a largo plazo, ya que se mantienen en la informalidad y generan impactos directos e indirectos ambientales en zonas estratégicas para la conservación de la biodiversidad y la transición andino-amazónica.
La política de drogas debe entonces responder a estos fenómenos más complejos y entender lo que significa la economía cocalera a nivel regional como generador de ingresos y detonante de otras actividades. Un choque a los cultivos de coca no solo afecta a los cultivadores, cambia las dinámicas económicas y sociales regionales. Por lo tanto, el enfoque debe ser integral y orientado a la transformación de los territorios.