La paz, ¿una apuesta o un lastre?

Camilo Álvarez
17 de agosto de 2017 - 08:28 p. m.

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Ronda en los pensamientos del sentido común por qué un país en guerra durante 53 años vota NO a la paz. La sensatez diría que la tranquilidad y la seguridad en un planeta convulso son deseos superiores y por lo tanto no cabría manto de duda en superar una guerra tan larga. Para nuestro país “tan echao palante, que nunca ve para atrás” un acontecimiento tan reciente como el plebiscito por la paz puede parecer ya de antaño y por fuera del marco de opinión mediática. Sin embargo, las consecuencias de hoy, los trasegares y los efectos hacen que los pensamientos se decanten mejor, no solo frente a octubre del año pasado sino frente a lo que hemos vivido hasta la fecha.

Vivimos en la época de la inmediatez, una época de búsqueda de los 15 minutos de gloria o de fama, de la medalla de oro, el nobel o la novel, del "somos el ombligo del mundo desde el corte del cordón umbilical" y tenemos identidad de “berracos y listos pa la foto”. Pero una foto no es un video.

Hemos llegado al punto en que las sensaciones de pasado son un lastre y las sensaciones de futuro son una efímera oportunidad. Lo más difícil de asimilar no es la lógica temporal, es que son eso, sensaciones y no proyectos, no sentidos de futuro. Existe una lógica estructurada en la sobrevivencia en la que “hoy tenemos, mañana no sabemos” que poco o nada le interpela a la guerra de ayer, la de hoy y mucho menos la de mañana. La guerra no puede interpelar el sentido común, porque existe una lógica impuesta de sobrevivencia y adaptación en la que el Estado es un fantasma que jala las patas cuando quiere y puede.  

Por otro lado, la paz se nos presenta como la virgen que no le habla a nuestro país porque existe una negación en la culpa, preñada sin querer. Ese peso del cambio, de la tradición a la traición, y esa incertidumbre en la que el país más feliz del mundo anda, por tanta carga hacia atrás y hacia adelante, solo es posible dimensionarlo en el instante. Es una inmediatez que tiene tanto de historia como de negación de futuro. Estamos hechos de un pasado que apela a la imposibilidad y un horizonte que se aferra a la resignación. Tal vez por ello es más ágil el miedo que el compromiso y la esperanza. Somos un país de sentidos exacerbados y expuestos donde todo cambia para que nada cambie, como en el Gatopardo; donde el realismo mágico te cuenta una verdad cruda con metáforas de trópico; donde si algo cambia es por un ratico y disfrutarlo si nos toca "es la opción", como cualquier bonanza: “aprovechar mientras se puede”.

La guerra en su idea clásica abarca fundamentos milenarios sobre porque la confrontación extrema tiene sentido. Desde Zun-tsu y Clausewitz, hasta los tratados posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el Protocolo de Ginebra, los derechos de los pueblos y demás, fueron pensados en la superación de los conflictos a través de la perspectiva de la condición humana, biológica y civilizatoria en la que vale más la vida que la muerte.
 

 

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