La mirada del espectador cómplice

Carlos Córdoba Martínez
07 de julio de 2022 - 08:29 p. m.
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Siguen resonando en nuestras cabezas los mensajes que el presidente de la Comisión de la Verdad le entregó al país la semana pasada. Van a pasar meses, tal vez años para que logremos procesar los centenares de páginas de los informes que entregó la Comisión. Pero tal vez una de las expresiones que más impactó a simpatizantes y detractores del trabajo de esta importante instancia creada por el Acuerdo de Paz, fue la llamada a la reflexión del padre Pacho, quién al respecto de la barbarie de más de cinco décadas de conflicto armado nos preguntaba a todos los colombianos: “¿cómo nos atrevimos a dejar que pasara?”.

Es una pregunta que debe estremecer a los perpetradores de los crímenes, que ahonda en el sufrimiento de las víctimas, pero sobre todo que interpela a los que se creían o nos creíamos por fuera del conflicto: los espectadores. A los que miraron de cerca y no intervinieron o lo hicieron para acrecentar el conflicto. Pero también a los que desde la comodidad de nuestras casas vimos pasar el conflicto, los muertos, los secuestros, las víctimas durante décadas. Al principio horrorizándonos, pero con el tiempo acostumbrándonos, permitiendo que la muerte, los secuestros, las violaciones fuera parte del paisaje, se normalizaran en Colombia. Incluso llegando a tomar parte por uno u otro de los bandos perpetradores. Al final hasta justificando muchos de los hechos victimizantes.

La figura del espectador cómplice ha sido bastante trabajada por la filosofía, la antropología y la sicología. Desde el gran trabajo de Karl Jaspers sobre El problema de la culpa del pueblo alemán en el holocausto, pasando por el pensamiento de Hannah Arendt, hasta el reciente trabajo del profesor Aurelio Arteta sobre el Mal consentido. Todos le apunta a lo mismo: hay una responsabilidad en los espectadores indiferentes que permitieron que el mal se encarnara en las atrocidades del conflicto y no hicieron nada para impedirlo. De alguna forma todos arrastramos un pedazo de culpa por eso que nos atrevimos a permitir que pasara.

Buena parte del trabajo en adelante lo tienen las instituciones del sistema de verdad, justicia, reparación y no repetición. Es alentadora también la posición del nuevo gobierno sobre el tema. Pero no nos llamemos a engaños, el verdadero perdón no se dará por Ley ni la reconciliación se podrá obligar por decreto. La paz grande, la completa, necesita que pasemos de ser los inermes espectadores cómplices, a ciudadanos y comunidades que construyen reconciliación.

Hoy tenemos una oportunidad de oro, las recientes audiencias de la JEP y el informe de la Comisión de la Verdad muestran que hay muchos victimarios en franco proceso de arrepentimiento y asunción de culpas. Así mismo, la mayoría de las víctimas tienen una generosa intención de perdonar, por supuesto dentro de las condiciones de verdad y reparación establecidas. Pero a esta ecuación le falta un tercero: nosotros, el resto de los ciudadanos y ciudadanas. No tenemos ninguna autoridad para atravesarnos ni oponernos a esa reconciliación en marcha. En cambio, si tenemos el deber moral de dejar de ser solo espectadores en el público y más bien saltar al escenario de la paz. Esa es la única forma para que la paz sea de todos.

Por Carlos Córdoba Martínez

 

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