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En matemáticas simples, uno más uno siempre será dos. En las cuentas para allanar los caminos de la paz, sin embargo, no siempre voluntad de diálogo universal más mesas de conversaciones dará como resultado Paz Total. En la primera dimensión o realidad, el orden de los sumandos sí altera el producto.
Esta es quizá una de las principales dificultades que afronta uno de los proyectos bandera de la administración Petro. El reciente asesinato de nueve uniformados del Ejército Nacional en el siempre convulsionado Catatumbo, por citar un solo episodio, hace que hasta los cálculos más optimistas se dobleguen ante la contundencia de los hechos y lleve al país a posar sus pies sobre la tierra.
En esta sumatoria poco ayudan informes como el que entregó Indepaz dos o tres semanas antes de este atentado con cilindros bomba. Lapidario en su radiografía sobre los acercamientos de paz que viene adelantando el Gobierno, el documento afirma que todos los grupos con los que se han pactado hasta hoy ceses bilaterales del fuego o de hostilidades, de alguna manera los han violado.
Si bien ambos conceptos del derecho de conflictos armados son lo mismo, hago esta distinción porque el presidente, en su afán de maquillar la intrínseca improvisación de la Paz Total, dijo haber cometido un error conceptual al formularla, pues desde el comienzo se debió hablar de “cese de hostilidades” en vez de “cese al fuego”.
Me refiero a este tema en específico porque el cese de hostilidades es el logro más evidente de la Paz Total, claro está, según la narrativa de la Casa de Nariño. En el discurso oficial podría ser válido el intento de matizar los hechos para no generar caos y zozobra, pero la fuerza de los acontecimientos desborda cualquier supuesto previsible en procesos de esta naturaleza.
Fácil sería hacer una lista de chequeo sobre lo que no está funcionando y de las zancadillas que la Paz Total está recibiendo de quienes serían sus inmediatos beneficiarios. Ya la prensa ha descrito con lujo de detalles las zonas grises que circundan esta iniciativa de paz, así como alertado sobre el aire enrarecido que se respira en este bioma, incluidos los escándalos que involucran al hermano y al primogénito del presidente de la República.
En este punto, resulta válido preguntarse si Danilo Rueda, el ingenuo Comisionado de Paz de Petro, tiene los suficientes pergaminos y la experticia necesaria para ensamblar y mantener en pie los andamios de la paz. Una pregunta que también es válida en los casos del MinInterior, Alfonso Prada, y del MinDefensa, Iván Velásquez; ninguno de ellos ha dado verdaderas muestras de entender los asuntos de la defensa nacional y la seguridad pública.
Ahora bien, en la carrera por conquistar la paz no todo es legítimo, así sea legal. Tampoco todo está permitido y resulta válido. Cómo explicar los sucesos del Caguán y del Catatumbo, que dejaron un sabor amargo en la boca de más de un colombiano. Claro que privilegiar la vida sobre la muerte es una premisa esencial de las sociedades modernas, incluso en situaciones de conflicto armado interno como el nuestro. El mínimo humanitario y la Constitución así lo consagran y exigen.
De ahí que asunto muy distinto es la disposición para escuchar los reclamos de los diferentes sectores la Colombia profunda, como denomina Gustavo Petro a los territorios, y otro renunciar a los deberes del Estado –vaya uno a saber si en forma premeditada o inconsciente–. Es inadmisible que no se tase con el mismo valor el derecho a la vida de soldados y policías en relación con la existencia de otros colombianos, incluidos guerrilleros, terroristas y criminales abyectos. ¡Urge auditar las cuentas de la Paz Total!