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La elección de la nueva directiva de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), institución que reúne a todos los obispos del país, pone de manifiesto interesantes transformaciones de puertas para dentro y en la relación entre la Iglesia, el Estado y la sociedad.
Como resultado de su más reciente asamblea plenaria, los cargos de presidente, vicepresidente y secretario general de la CEC quedaron, respectivamente, en manos del arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda; el arzobispo de Popayán, Omar Sánchez; y el obispo auxiliar de Bogotá, Luis Manuel Alí.
Los dos primeros cuentan con la experiencia de haber desarrollado su trabajo en zonas de conflicto armado. Antes de ser nombrado arzobispo de Bogotá, Rueda fue arzobispo de Popayán entre 2018 y 2020 y conoció a profundidad la situación de los pueblos afro e indígenas del norte del Cauca, solidarizándose con sus demandas de justicia. Tras su salida de la región, fue remplazado por Sánchez, quien venía de desempeñarse desde 2011 como obispo de Tibú (Norte de Santander), donde el prelado puso al servicio del entendimiento social su formación como dominico, miembro de la Orden de Predicadores (propietaria de la Universidad Santo Tomás).
El nombramiento de ambos como nuevos presidente y vicepresidente de la CEC significa la irrupción de todo un acumulado de experiencias en materia de construcción de paz en un escenario de primer orden dentro de la estructura del catolicismo colombiano. Tal y como lo explica José Darío Rodríguez, doctor en estudios políticos y autor de Iglesias locales y construcción de paz (CINEP, 2020), desde la década de 1990 el episcopado colombiano se ha mostrado cada vez más interesado en acoger las lecciones que el trabajo en zonas de conflicto armado ha traído consigo para la Iglesia católica. Sectores del catolicismo han asumido en varias de esas zonas formas de liderazgo al servicio de la defensa de los derechos humanos que han llevado a incorporar nuevos modos de hacer presencia entre las comunidades. Estos nuevos modos de hacer presencia contrastan con las prioridades de la institución religiosa en otras partes del país, donde determinadas autoridades eclesiásticas se han negado a dar un giro más decidido hacia la construcción de paz como parte de su trabajo.
El episcopado, pues, no es un cuerpo homogéneo y eso salió a la luz nuevamente en vísperas del plebiscito de 2016 cuando se reprodujeron entre los obispos del país las mismas divisiones de la sociedad colombiana frente al Sí o al No. Con un agravante, la crisis de credibilidad dentro de la jerarquía católica que han supuesto casos de abusos sexuales por parte de miembros del clero y formas de encubrimiento llevadas a cabo por determinados prelados.
Por eso cobra relevancia también el nombramiento del obispo auxiliar de Bogotá Luis Manuel Alí como nuevo secretario general de la CEC. Este es miembro de la Comisión Pontificia para la protección de los menores, un órgano al servicio de la labor del papa Francisco. Como director de la Oficina para el Buen Trato de la Arquidiócesis de Bogotá, Alí coordinó la reciente publicación de un documento sobre los lineamientos para la prevención de la violencia sexual contra niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables en ambientes eclesiales. Es de esperar, entonces, que su nuevo cargo signifique un mayor esfuerzo para hacer cumplir dentro de la Iglesia católica colombiana las medidas emprendidas desde el Vaticano en dicha materia. Un desafío urgente, a juzgar por el costo que ha tenido, también para la imagen de la Conferencia Episcopal, que los salientes presidente y vicepresidente de la institución, respectivamente los arzobispos de Villavicencio y de Medellín, sean objeto de denuncias sobre encubrimiento de abusos sexuales.
Si no adquiere una mayor credibilidad en materia de atención a las víctimas de la pederastia clerical, difícilmente el episcopado colombiano podrá exigir que el país reconozca con mayor generosidad los esfuerzos que determinados sectores de la Iglesia llevan a cabo para constituirse en artesanos de paz. Perfil, este, que se reconoce en los integrantes de la nueva directiva de la CEC y que lleva a pensar que el grupo de obispos del que hacen parte, esto es: uno más coherente con el estilo pastoral del papa Francisco, está ganando terreno dentro de la institución.
Durante su visita al país en 2017, el obispo de Roma les rogó a los miembros de la Conferencia Episcopal “tener siempre fija la mirada sobre el hombre concreto”. “No tengan miedo de migrar de sus aparentes certezas en búsqueda de la verdadera gloria de Dios, que es el hombre viviente”, les pidió el Papa a los obispos colombianos, en un llamado que no ha perdido vigencia. Menos ahora, cuando el momento que atraviesa el país reclama al catolicismo solidaridad no solamente con las víctimas del conflicto armado y de la represión, sino también con las víctimas de la propia Iglesia.