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El proceso de paz es un triunfo de la razón sobre la barbarie. El dialogo, tantas veces escaso en nuestro país, fue posible entre dos partes enfrentadas por más de medio siglo, para lo cual fue necesario el reconocimiento del “otro”, desde ambas orillas, con sus virtudes y defectos, y la apertura para escuchar sus puntos de vista, más allá de las diferencias.
El resultado de dicho proceso fue un acuerdo ambicioso, que aún cuesta digerir, e innumerables actividades que han permitido no solo la terminación del conflicto armado con las FARC-EP, lo que incluye su reincorporación y entrega de armas, sino evidenciar posibilidades reales para desarrollar transformaciones que garanticen que nunca más regrese la barbarie.
Entre los muchos elementos que nos dejó el dialogo fue la sensación de que podemos hacer las cosas de manera diferente y dar un paso adelante dejando atrás las pugnas permanentes producto del odio, el resentimiento o los deseos de venganza, lo cual solo alimenta la violencia.
En síntesis, la paz es un deber y el dialogo debe ser un acompañante permanente de los ejercicios de implementación del Acuerdo Final y de la labor que deben desarrollar las instituciones creadas para tal efecto, incluyendo la JEP.
No obstante, el vergonzante manejo público que se ha dado a las diferencias internas de dicha jurisdicción, desde la renuncia del Secretario Ejecutivo, sorprende no solo por lo recio y constante, sino por lo descontextualizado. La JEP es un instrumento fundamental para el éxito del proceso de construcción de paz en el país y sus integrantes deben no solo tener un notable compromiso por los derechos humanos, además del conocimiento y la experiencia exigida para el desempeño de sus funciones, sino un alto nivel ético que imprima a sus actuaciones los elementos necesarios para ser un ejemplo. Así las cosas, la confianza depositada en los que integran actualmente la jurisdicción debe generar como consecuencia un compromiso claro por demostrar que el camino emprendido puede efectivamente producir los resultados esperados.
Contrario a lo que se esperaba, los comunicados de prensa y los medios de comunicación han sido los caminos para ventilar las falencias de comunicación interna y las dificultades de dialogo, que pueden ser normales al inicio de cualquier proyecto, pero que no deben presentarse en la forma y con los términos que se ha dado.
El proceso de paz requiere no solo debates con altura, tan escasos en época electoral, sino compromisos serios por impedir que las diferencias internas o personales se interpongan en el cumplimiento de los propósitos de las instituciones del Estado y el ejemplo relevante
que las nuevas instancias, surgidas precisamente de un acuerdo para alcanzar la paz, deben dar sobre su proceder.
Debemos cuidar la Paz, no solo porque nos ha costado mucho, sino porque es un bien superior para las víctimas, así como para la sociedad, y las instituciones encargadas de hacer realidad lo acordado no deben estar en los titulares por peleas internas sino por sus logros en la solución de las controversias.