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Con frecuencia me saludan desconocidos que agradecen lo que hizo la Comisión de la Verdad. En estos días me abordó uno a gritos de odio y desprecio y me espetó que era el destructor del país. Sin dar el nombre dijo que era militar, pero no lo tomé como un mensaje del Ejército. No me produjo miedo ni me sentí amenazado ni sentí rencor, sí preocupación por quienes participaron en la Comisión y por los miles que siguen llevando ese mensaje, porque la furia agresiva puede desatar violencias incontrolables.
Hay grupos furiosos con la Comisión y la JEP que en campaña buscan votos y temo que penetren las Fuerzas de Seguridad. Espero que no se dejen meter en eso. Tengo el recuerdo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Nueva York cuando expresaron ante nosotros la admiración por el ejemplo de institucionalidad de Colombia en el cambio de gobierno de 2022. Esa admiración iba ante todo a la institución militar.
Acepté ser presidente de la Comisión de la Verdad porque llevo más de 60 años trabajando para que pare la guerra y recogiendo el dolor de víctimas de todos los lados que nuestra sociedad se resiste a ver, sufrir y priorizar. Lo hice por la responsabilidad de poner lo que sentía en conciencia al servicio de esa realidad brutal, devastadora, nuestra.
Admiro la entrega y la seriedad de quienes hicieron durante cuatro años está tarea al riesgo de encajar en sí mismos secuelas emocionales tremendas. Son el equipo de la Comisión y de miles de acompañantes que siguen movilizando el mensaje en los territorios de la Colombia herida, en 28 países y en el exilio. Llevan la solidaridad y la esperanza de millones de víctimas y el diálogo sobre los Hallazgos y Recomendaciones para detener el desangre. Conocen los crímenes de guerra de las FARC y de otras guerrillas, de los paramilitares, los falsos positivos, los secuestros, los desplazamientos, las desapariciones, las masacres, los asesinatos políticos y de sindicalistas y llevan sobre todo el impacto de cada persona destruida, niño huérfano, campesino despojado, indígena sobreviviente, mujer que busca un hijo, soldado sin piernas. De allí salieron los Hallazgos y Recomendaciones de la Comisión.
Las críticas, cuando son serias, las recibo bien. Soy un ser humano y es parte de nosotros ser falibles. Reitero que me importa trabajar a fondo por la reconciliación de Colombia en justicia, respeto, cuidado de las víctimas de todos los lados y verdad.
La contribución que hace la Comisión es sumamente seria. No es completa. Primero, porque encontramos a treinta mil personas, víctimas y responsables, pero hay millones que no pudimos entrevistar. Segundo, porque hay que aportar a esta búsqueda lo que falta desde la historia de las instituciones, las culturas, los pueblos y etnias, la economía, la formación de las ciudades, el medio ambiente, las religiones, etc., para aproximarnos una narrativa más incluyente, y comprehensiva. La Comisión ha puesto lo que viene de las entrañas desgarradas de Colombia y además del Informe, deja en el Archivo de la Nación como patrimonio de los colombianos, miles de testimonios, análisis de investigadores, películas, documentos de organizaciones e instituciones, accesibles en el teléfono, en comisiondelaverdad.co para profundizar el diálogo.
Queda en evidencia que, si bien en este país se han construido instituciones, cultura, academia, industria, infraestructura, iglesia, todo se ha levando sobre un acumulado de violencia brutal e intolerable que no tiene comparación en el Continente y que hace muy inestable lo valioso que presentamos ante el mundo. La prueba la estamos viviendo hoy.
El desafío está en la reconciliación por encima de las rabias y los odios, de los discursos que nos rompen desde cualquier lado, de nuestros errores y nuestros límites. Este país lo construimos en el respeto a la dignidad humana igual y a la naturaleza, en justicia y en verdad. Lo construimos entre todos y todas desde nuestras diferencias o no habrá futuro tranquilo para nadie. De nada sirve morirnos de ira con los demás. Todos y todas tendremos algo que ceder o que cambiar para que la Colombia que queremos sea posible. No podemos dejar de intentarlo.