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Existen afectaciones diferenciales contra las mujeres y los niños, como efecto de la presencia de actores armados en territorios ancestrales de Dabeiba y de Frontino.
En distintos momentos del conflicto armado, fuerza pública, paramilitares, FARC y ELN convirtieron el cuerpo de las mujeres en un territorio en disputa.
Montaña arriba, se oyen diversidad de testimonios al respecto: hoy en día no hay libertad para que las mujeres transiten por su tierra. Recatado entre la maleza, cualquiera puede estar asechando, incluso a las niñas.
El miedo revive historias sobre violaciones por parte de paramilitares, soldados y guerrilleros. “Las mujeres sufren su dolor en silencio”, constató una promotora de salud, en días pasados, de visita por un caserío. Con ayuda de un traductor, una paciente contaba que la tristeza la visita puntual a las nueve de la mañana. Y que su cuerpo acaso recupera mínimamente las ganas de vivir a lo largo del día, pero cuando llega la noche va acercándose la tristeza una vez más, y toma el control justo a las 9 pm.
Los pobladores de algunas comunidades narran que hacia 2012 dos menores de edad se ahorcaron tras uno de los bombardeos de la fuerza pública. En el mundo de la espiritualidad embera, al suicidio le anteceden sueños tenebrosos, apariciones en la duermevela, fuerzas que jalan el cuerpo hacia los meandros de la muerte. Nada raro, piensa un líder, que las mujeres que regresan con los suyos después de haber sido reclutadas por grupos armados ilegales, heridas por toda clase de abusos, piensen en el ahorcamiento como salida desesperada entre la espesura de sus traumas. El camino del árbol. Así llaman algunas personas al acto de quitarse la vida uno mismo.
Otras se aferran a este mundo, pero ya rotas por dentro. En los días en que la misión humanitaria de SIZOCC visitó la región, una muchacha de 14 años mató a otra de la misma edad. Apática, regresó del sitio en el que había dejado el cadáver y confesó el crimen. La homicida había sido reclutada por el ELN y solo hace un año había regresado.
Otras niñas, como ella, estarían siendo pretendidas por el grupo que detenta la hegemonía, actualmente. Las AGC tienen puestos de control no lejos de las obras sobre la Panamericana y hasta allá estarían siendo conducidas menores indígenas, como botín de los armados. “Novias”, las llaman. A orillas de la carretera, abundan también los contratistas, los ingenieros y la masa de obreros por la construcción de la Autopista al Mar 2. Pero ni rastro se advierte de las instituciones del Estado obligadas a proteger a la niñez de la explotación sexual y de la trata.
(Vea: Dabeiba y Frontino: una crisis humanitaria con rostro indígena)
Quienes permanecen en sus comunidades tienen que enfrentar toda clase de carencias, en escenarios de confinamiento, por cuenta de la instalación de minas antipersonales alrededor de sus caseríos. Se ha sabido de mujeres en labores de parto que pierden la vida, sin acceso a atención médica oportuna. Cerrados los caminos para el buen querer y para el buen vivir, los embera eyábida tampoco tienen hoy garantías para nacer.
Sueños y desvelos
Los niños se asustan cuando ven a alguien vestido de negro. Así es la ropa de los que mandan. El Ejército casi no ha vuelto por esas laderas, después de la salida de las FARC. En una época llegaban a los caseríos guerrilleros del ELN, pero desde que las AGC ejercen el control son estas las que patrullan a tiempo y destiempo. Ocupan escuelas y las clases deben verse interrumpidas indefinidamente. Se van, pero siempre para volver, principalmente a las zonas con cultivos de coca. Rodean los caseríos. Los niños interiorizan el conocimiento de su territorio y saben, en el mapa de su mente, dónde están los peligros. Más que al tigre, le temen a las minas antipersonales y a los armados. Saben desde pequeños que otros como ellos ya han caído heridos o muertos, al activar un explosivo escondido en el suelo. Estudian geografía, aprendiendo que donde hay una mina siempre hay muchas más y que nadie debe recoger del suelo ningún objeto extraño, aunque parezca un paquete con alimento.
La comida para las escuelas a veces es retenida varios días por los paramilitares, que requisan y exigen certificados. Se dice que no está permitido ingresar a las comunidades más de dos pacas de arroz. No hay manual de convivencia que valga allí donde las reglas las impone el actor armado. Si un forastero llega con un tamal, por ejemplo, e invita a los niños curiosos a comer en el mismo plato, este se desocupa en un abrir y cerrar de ojos. Las AGC se aprovechan del hambre que provocan. Reclutan a cambio de carne. Les dicen a los jóvenes que no se maten trabajando la tierra de sus ancestros, si como informantes podrían ganar mejor.
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“Yo sueño mi territorio en paz” fue el mensaje de un grupo de niños a la misión humanitaria que viajó a Frontino y Dabeiba semanas atrás. Soñar no ha dejado de ser posible, aunque para algunas de las mamás de aquellos estudiantes embera sea cada vez más difícil dormir.