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Nadie sabe narrar el dolor de quien pierde a un ser querido, y menos si la pérdida es a causa de una desaparición forzada. Las familias que buscan a los suyos saben que la desaparición deja en ellos un duelo que no los abandona: al contrario, ocupa sus hogares y se establece en la rutina diaria. Alguna vez leí que los muertos son una seguridad: tienen su lápida, su fecha de nacimiento, y su fecha de muerte, pero los desaparecidos se quedan para siempre con, apenas, su fecha de nacimiento, sin una conclusión y sin un lugar donde sus seres queridos puedan sentarse, calmarse, y afrontar el duelo. Por el contrario, en las desapariciones forzadas el duelo se establece con el desconsuelo de quien no tiene pistas que seguir, pues la única certeza que queda es que ahora solo el vacío ocupa el lugar de quien ha desaparecido. De hecho, las desapariciones son tan dolorosas para quienes se quedan a enfrentar la ausencia, que también son considerados como víctimas.
Aunque la desaparición forzada es uno de esos crímenes que hacen pensar que el mundo es solo un lugar donde siempre sucede lo peor, la búsqueda de los desaparecidos es otra cosa: es la reivindicación de la memoria y la resignificación de la colectividad. Sobre esas reivindicaciones es la exposición temporal de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. En Colombia ya mucho se ha escrito sobre la trayectoria de las desapariciones, y no es para menos con la historia de conflicto y guerra que nos atraviesa. Nada más sobre este crimen, la Comisión de la Verdad estima que las víctimas podrían ser alrededor de 210.000 personas entre 1985 y 2016. Sin embargo, poco se habla en la cotidianidad sobre los procesos de búsqueda y la reparación que deja la disposición de buscar hasta encontrar.
Entre todos los escenarios de desapariciones del país, uno memorable que seguramente muchas familias recuerdan es el de noviembre de 1985, época de la toma del Palacio de Justicia: una investigación de la Comisión de la Verdad muestra cómo la fuerza pública y los servicios de seguridad utilizaron la Casa del Florero como infraestructura para la desaparición. Además de un escenario para crímenes como la desaparición forzada en el pasado, la Casa del Florero es hoy, en 2023, un escenario de reivindicación ante lo que significa la desaparición forzada. Justamente allí, como una apuesta por resignificar el recinto, tiene lugar la exposición de la Unidad.
De las personas desaparecidas, no todas -pero sí muchas- son reportadas, y de algunas -no de todas- se trata la exposición: sobre memorias, cuerpos, entregas, búsquedas, procesos, disposiciones, testimonios, y anécdotas. El recorrido cuenta con fotografías que recopilan lo que significa buscar personas desaparecidas: encontrar muchos cuerpos apilados, encontrar uno solo, encontrar apenas un hueso, encontrar una prenda de vestir, o incluso, no encontrar nada. A pesar de que buscar personas desaparecidas implica ponerse de frente con los límites y los alcances de la guerra, también implica ponerse de frente con la convicción inagotable de quienes buscan -incluso durante toda su vida-, y, por supuesto, acompañarles. Y es que de eso va el mandato de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas.
El recorrido pone además el foco sobre los procesos de búsqueda colectivos, pues durante sus procesos la Unidad es una acompañante a los conocimientos, las experiencias, los saberes, y las necesidades de quienes buscan a sus desaparecidos, que además son, en su mayoría, mujeres. Incluso, hay fotografías que retratan la colectividad de la búsqueda y la importancia de escuchar a quienes viven la ausencia para acompañar y escuchar sus procesos. Además, también nos pone de frente con el hecho de que la desaparición existe con el propósito de garantizar impunidad -o sea, de realmente deshumanizar al otro a través de asegurarse de que su cuerpo y su vida no puedan ser encontradas nunca-, y afortunadamente, en contraste, nos enseña que la búsqueda existe bajo la convicción de acompañar, recordar, reparar y, en lo posible, encontrar.
Finalmente, la exposición también habla -porque cada una de las fotos que la componen, habla- sobre los lugares que cargan con las desapariciones: cuando se acaba la tierra, aún queda el agua para desaparecer, y cuando se acaba el agua, quedan todavía las fronteras con los países vecinos. Ríos, mares, fosas clandestinas, instalaciones militares, cementerios, y hasta hornos crematorios han sido escenarios de cuerpos y existencias que aún no son encontradas.
Visitar la exposición es también una forma de recordar la historia de desapariciones forzadas en el país, de expandir la memoria de quienes aún no regresan a sus hogares, de reivindicar la importancia de la búsqueda, y de resaltar y apoyar el trabajo -institucional, comunitario, e individual- de quienes buscan, investigan y acompañan. Aunque narrar los duelos ajenos sea imposible, acompañar y visitar como ciudadanas estos espacios es fundamental para cerrar progresiva y colectivamente las heridas de la guerra, y empezar a visibilizarlas, nombrarlas, e identificarlas para que no se vuelvan a repetir. Por eso, la exposición estará disponible hasta la primera semana de noviembre, y cuenta con valiosos recorridos guiados por personas trabajadoras de la Unidad dispuestas a enseñar y compartir sobre lo que significa el camino de la búsqueda de personas dadas por desaparecidas.