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Como primera medida, es necesario hacer un llamado a la sociedad para cerrar filas frente al acuerdo de la Habana; pues la búsqueda de la paz debe transcender a las personas y sus voluntades, para inscribirse en el seno de la sociedad. Varias enseñanzas nos ha dejado la historia sobre el error de personalizar su búsqueda y dejar al arbitrio de uno o de pocos sujetos su consolidación, las personas somos fluctuantes y casi siempre condicionamos las discusiones a nuestros intereses, por eso la paz no es la causa exclusiva de un partido, un sujeto o un color, sino que se erige gracias a la decisión férrea e inquebrantable de una nación que se reconoce viable ante el silencio de los fusiles.
La realidad de los hechos recientes nos lleva a pensar y evaluar cuáles son los efectos reales de las armas para la solución de tensiones sociales. Con pocas excepciones, los ejércitos ilegales, de todas las vertientes, fundaron su causa en una necesidad sentida y en el manifiesto de una lucha que no podría ser solucionada por una vía diferente a la armada ¿pero es esto estrictamente cierto? ¿Cuántos problemas estructurales han solucionado los grupos que ostentan las armas y administran la violencia? Estas preguntas conllevarían a profundos e inocuos debates que con seguridad terminarán en pocos consensos y en argumentos guarecidos bajo fundamentalismos políticos e ideológicos.
Uno de esos temas, cuyo lugar común es la redundancia, es el problema de la concentración en la tenencia de la tierra y la tan aplazada reforma agraria. Sobre este asunto, se ha planteado reiteradamente que las armas son la única solución ante la inacción y la ineficacia estatal para hacer más equitativo su acceso, pero ¿han servido realmente los fusiles para solucionar esta problemática? Los grupos armados ilegales, tanto los de naturaleza insurgente como los contrainsurgentes en algún momento de su historia fincaron sus argumentos en la necesidad de dar una solución al problema de la tierra, unos para la expropiación y otros hacia el mantenimiento, lo cierto es que esto no sucedió, sus proyectos armados se desfiguraron y en sus áreas de acción poco o nada fue dado al “pueblo”, por el contrario, lo que se controlaba sirvió para promover los intereses de sus instituciones armadas, de sus militantes y simpatizantes políticos. Al final, se acabaron estas organizaciones, se reincorporaron a la vida civil y el problema que prometieron solucionar no solo no terminó, sino que se agudizó. En conclusión, las armas nunca han sido un medio efectivo para la solución del sentido problema agrario y de la excesiva concentración de la propiedad rural en Colombia.
Ahora bien, esta no es una problemática contemporánea, ni siquiera centenaria. Desde el periodo colonial se ha promovido la agrupación de los predios productivos y el desplazamiento del acceso a la propiedad a las zonas consideradas como de frontera. Con la independencia, esto se manifestó con la “abolición de resguardos y la desamortización de manos muertas”, las cuales también actuaron como una forma de retribución y de botín de guerra en las constantes luchas por el poder del siglo XIX. Así entonces, el problema se centró sobre los denominados baldíos que ayudaron a la concentración de las tierras productivas de las sabanas y de los valles interandinos. El siglo XX no fue diferente y el problema se manifestó en términos de terratenientes, colonos y arrendatarios, esto también acompañado por las luchas políticas, la violencia partidista, el bandolerismo y demás grupos armados, todas asociadas directa o indirectamente a manifestarse frente la pobreza, la propiedad rural, la frontera agrícola, los monocultivos, los grandes poseedores y en general el problema de pocos con mucho y muchos con muy poco, matizado por fenómenos como la urbanización y el desplazamiento por la violencia rural.
De manera que, es claro que el problema por la tierra es fácilmente rastreable a lo largo de la historia en Colombia, igualmente la presencia de grupos armados de distintas vertientes y partidos políticos que han legitimado el uso de las armas como medio efectivo para su redistribución. Más de 200 años han transcurrido desde la independencia y el problema no se ha solucionado, sino que se ha agudizado y la concentración es cada vez mayor. De lo anterior se infiere que la violencia nunca han sido una garantía de una transformación, ningún grupo armado ha logrado promover un cambio en la propiedad y la posesión de la tierra, ni siquiera para sus propios militantes o combatientes, mucho menos para el resto de la sociedad, es un canto de sirena que las armas puedan de alguna forma revertir el problema agrario. Por el contrario, en múltiples casos lo ha agudizado, probado está a lo largo del tiempo que esta sentida necesidad no será corregida por medios violentos y que su necesaria solución debe provenir de la sociedad y las instituciones democráticas.
jspachecoj@hotmail.com