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Lo que estamos viendo hoy en Colombia es un movimiento social irreversible, sin precedentes. Las multitudes que siguen llenando las calles, a pesar de todos los esfuerzos del establecimiento por cancelar a toda costa la posibilidad de ejercer el derecho a protestar, muestran que lo que acá sucede está en un punto de no retorno. Si esta fuerza ciudadana se orienta como una alternativa política real, lo que ocurre hoy en las calles en Colombia puede terminar transformando lo que somos como país.
La última gran revolución ciudadana se dio en Colombia con la Constitución de 1991, que ha sido el único verdadero pacto social que hemos construido como nación y que, por eso mismo, estamos llamados a proteger y fortalecer. El otro intento reciente de algo similar se dio con el acuerdo de paz con las FARC que lamentablemente, por muchas razones sobre las cuales no es necesario volver, terminó dividiendo al país dramáticamente.
La importancia que tiene la movilización actual es inmensa porque, aunque sigue siendo objeto de estigmatización, señalamientos y violencias que pretenden sabotearla, Colombia está ante la posibilidad verdadera de que surja una fuerza política realmente distinta, no atada a partidos ni a mesías de izquierda o de derecha. Esta generación no le hace el juego a esa polarización y se rehúsa a seguir estando sometida a una clase política que no la interpreta y que pretende instrumentalizar su lucha para favorecer una agenda política en favor o en contra del estado de cosas.
Lo que los jóvenes hoy le están diciendo al país, cuando siguen encontrándose en las calles corriendo el riesgo de enfermarse de Covid, de perder los ojos o de ser desaparecidos, es que no aceptan lo que tienen ante sí; que se niegan a ser parte de un sistema corrupto, depredador y mediocre, que vive de marginalizar a unos para beneficiar a otros, a esos que se autoproclaman ‘gente de bien’. La juventud en Colombia no quiere seguir viviendo en un país donde ser líder social es una condena a muerte, no quiere trabajar para un sistema que le quita a los que ganan menos y premia a los que acumulan más, bajo la falacia de que son los que hacen país.
El país que proponen los jóvenes hoy es el que hacemos todos, desde nuestras posibilidades, desde la academia, las artes, las organizaciones sociales, el servicio público, la salud, el campo, la educación, el periodismo, la empresa, el emprendimiento, desde tantos sectores que sobreviven a pesar de todas las adversidades. Es un llamado a lo colectivo, al trabajo mancomunado por un país para todas las personas que lo habitan, de todas las razas, los orígenes, los géneros y creencias, ese país que desde 1991 nos propuso la Constitución y que aún estamos en deuda de volver una realidad.
Tal vez lo que ocurre es que, desde esos años del narcoterrorismo en Colombia, entramos en un proceso de transición largo, que aún estamos intentando recorrer. Como todo proceso transicional, el nuestro enfrenta muchos obstáculos y enemigos que buscan, a través de dividirnos, romper con las posibilidades de ser un país diferente, más incluyente, más solidario y donde la ciudadanía tenga un rol real de impacto en las decisiones que la afectan.
Después de vivir por más de un año una fuerte represión justificada por la pandemia, la ciudadanía, representada en su mayoría por la gente más joven, esa que revoluciona las redes tumbando tendencias violentas y que está mucho más informada que la mayoría gracias a la tecnología, -con tapabocas pero llena de fuerza- decidió romper definitivamente el silencio y entendió que el momento de sacudirlo todo es ya; entendió que si no se hace algo ahora, en un año volveremos a repetir el círculo vicioso que ha caracterizado nuestra historia republicana, en el que los mismos pocos de siempre llegan el poder y someten al resto. Hoy somos cada vez más las personas que nos agotamos de ese destino que hasta ahora parecía irremediable y quienes le apostamos a la esperanzadora idea de que, gracias a esos nuevos héroes en las calles, la posibilidad de ser un país diferente exista.
@julibustamanter