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Escribo estas letras para una reflexión. Estigmatizar y señalar, con dosis de veneno, son algunos de los mecanismos de la guerra. El veneno no hace falta que sea a mansalva, bastan unas gotas en cualquiera de las cosas que desayunas, un jugo o un periódico.
En las Comisiones de la Verdad, los intentos de frenar el camino o cambiar forzadamente el rumbo, han sido parte de su historia. Cuando no se pueden discutir los hechos, se ataca al mensajero. Lo he vivido en otros procesos. El análisis de vulnerabilidad a veces se hace con pizarra en mano, otras a vuela pluma. Cuando no se encuentran argumentos, se inventan, porque para eso vivimos en tiempos en que lo que importa es lo que creas, lo que entre en tus esquemas, o lo que te diga alguien de tu grupo de referencia.
Las acusaciones funcionan como una campana que suena, como una campana en la que vives, donde solo se escucha su propio eco. A veces hay que escribir de esto, aunque te quite tiempo, porque quien acusa quiere acabar con un trabajo. El objetivo no eres tú, sino lo que haces. Y lo que haces, en este caso, es la gente con la que trabajas.
El exilio está habitado de historias de miedo y de desprecio por la vida, al que la gente le dio la vuelta para sobrevivir. Esas y esos sobrevivientes son gatos de siete vidas, y siguen apostando porque nadie tenga que volver a jugárselas. Escucharlos debería ser un aprendizaje para cualquiera que no esté cegado por el odio.
La Maleta Colombiana, acompañada de cientos de testimonios, es una buena noticia para Colombia. Es la historia de las gentes que tuvieron que huir. La humanidad de todos los lados, porque está a un lado: el de los que han puesto el sufrimiento. La buena noticia es que sus historias son un regalo, una propuesta y una promesa. Como regalo, solo hay que estar dispuesto a abrirlo. Como propuesta, nada más hace falta escuchar. Como promesa, es el boomerang que vuelve a pesar de las amenazas recibidas, con un compromiso por la paz, para llevarte en su camino.
Ojalá los profetas del miedo se dejen tocar. Esa sería su mejor contribución a la patria que dicen querer. Por mi parte, yo contribuyo de esa y de otras muchas maneras, a una compartida. Como se escribe en La maleta colombiana, un escultor famoso de mi pueblo, Eduardo Chillida, decía que la patria es el horizonte que queremos. Es increíble que un libro tan bello moleste a alguien. Que la novela gráfica de Transparentes, obra para la Comisión de la Verdad que debería estar en todas las escuelas y bibliotecas de Colombia, sea objeto de ataque.
La Comisión de la Verdad, a través de ese trabajo y de una red de personas con un enorme compromiso y sensibilidad, ha tomado 2000 testimonios del exilio. Ninguna Comisión de la Verdad en el mundo ha hecho nunca algo así, en 24 países donde esa Colombia fuera de Colombia vive y tiene su voz. Solo eso debería ser motivo de alegría, porque convertir el desprecio en respeto es parte de la superación de esa deshumanización del otro tan corriente en Colombia. Cuando nacemos, nos ponen un nombre. Es casi lo único propio que tenemos junto a la vida. Con la vida viene la dignidad humana. Entre Guatemala, El Salvador, País Vasco, Colombia, Sahara, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Brasil, República Centro Africana, Kenia, Senegal, Corte Penal Internacional, Corte Interamericana de Derechos Humanos, Comisión Interamericana, Argentina, Chile, México, he aprendido del trabajo con las víctimas y guerras basadas en ese desprecio. Las heridas se curan con el bálsamo del respeto. Ojalá quien ataca este trabajo, lo aprenda.
*Comisionado de la Verdad