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Bogotá vive una crisis de seguridad sin fin. O, al menos, así es el caso de los últimos 15 años, donde la seguridad ha estado en el centro de los temas más importantes para la ciudadanía y, cada 4 años, de los y las candidatas a elecciones.
Sin duda la ciudad está atravesando una crisis preocupante en el número de hurtos, que cerró en 2021 con una tasa de 1.364 robos por cada 100.000 habitantes, según cifras de Bogotá Cómo Vamos. Pero también estuvo en crisis en 2019, cuando la tasa estaba en 1.683; y en 2016, cuando estaba en 475. Sin importar los pronunciados picos y descensos en las cifras de seguridad, Bogotá permanece en “crisis”. Nos es imposible sopesar en perspectiva o hacer un balance menos catastrófico de la ciudad.
El número de homicidios, por ejemplo, está en sus niveles más bajos desde 1984, dejando atrás el aterrador pico de los 90′s (más de 4300 homicidios sólo en 1993) o el aumento de 2010, que dejó más de 1700 homicidios registrados. Sin embargo, la ya acostumbrada “crisis” de seguridad, permanece en el imaginario político de la capital.
La literatura académica sobre el tema plantea que, entre muchos aspectos subjetivos, parte de la explicación de la percepción individual de seguridad se debe a la edad, la ideología, y el estatus económico de una persona. Es decir, a mayor edad, más cerca a la derecha ideológica y mayor estatus económico, aumenta la sensación de inseguridad. Sin ninguna evidencia empírica más que el seguimiento a las últimas cuatro elecciones, me atrevo a sugerir que para Bogotá aplica una cuarta variable: el infierno de ciudad que los y las candidatas pintan cada cuatro años para hacerse elegir.
En un esfuerzo de oposición al mandatario inmediatamente anterior, y caracterizadas por un despliegue mediático desprovisto de cualquier tipo de análisis basado en la información existente, las elecciones locales en Bogotá se han centrado en hacer balances apocalípticos del estado de la ciudad, a la par que se propone como gran salvador al candidato o candidata de turno. Pocos postulados a los cargos de elección popular están en capacidad de dar cuenta del estado de la seguridad en Bogotá sin alarmismo político, mostrando los distintos ciclos que ha atravesado la ciudad durante los últimos 15 años y con propuestas sensatas que no sigan repitiendo los errores de la persecución excesivamente penal y policiva. Muchos menos estarían dispuestos a hacerlo ad portas de las elecciones de octubre.
Una vez electos, sin embargo, los antes candidatos o candidatas se estrellan con la realidad de un fenómeno que aqueja a varias de las grandes ciudades del mundo: la naturaleza propiamente multicausal y compleja de la inseguridad. Esta naturaleza hace que no haya soluciones mágicas. Por sí solas, ni la política de inclusión social del entonces alcalde Gustavo Petro, ni el fortalecimiento de la Policía y los aparatos de seguridad de Enrique Peñalosa y Claudia López disminuyen los índices de hurtos y homicidios. Sin embargo, víctimas de su propio invento, los ya mandatarios sufren al ver que la percepción ciudadana de inseguridad no cede y son “rajados” por sus electores.
No se trata, entonces, de que las personas se sientan más o menos inseguras con base en las cifras que, muy juiciosamente, actualiza la Secretaría Distrital de Seguridad mes a mes. Ningún bogotano se despierta el primero de cada mes y se toma el tinto de la mañana viendo cómo se comportó la tasa de hurto a residencias en el mes pasado para decidir si pone uno o dos pasadores a la puerta. Tampoco se trata de pormenorizar la discusión y pintar un panorama de que “todo va bien”: la seguridad es un tema fundamental en el que el bienestar y la vida de quienes habitamos Bogotá está en juego.
Precisamente por su centralidad, es necesario superar las visiones catastrofistas -funcionales para las campañas, pero de poca ayuda para la política pública- que los candidatos están planteando en estas elecciones, para pasar a privilegiar una aproximación multicausal, basada en la evidencia y que imprima desde la institucionalidad la sensación de que se está trabajando decididamente por mejorar la seguridad en la ciudad.
Esperemos que, en tiempos de ex generales de la Policía proponiendo mega cárceles e inocentes candidatos poniendo la seguridad de la ciudad en manos de drones y globos aerostáticos, quienes sean que resulten elegidos en octubre -desde la alcaldía hasta concejales e, incluso, ediles- se planteen soluciones, de manera conjunta con distintas instancias del distrito, dejando de lado los enfoques únicamente punitivistas que tienen sumida a Bogotá en esta larga crisis de percepción de seguridad.