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Por Laura Baron-Mendoza
Este proceso logró un Acuerdo Final de Paz con las Farc que, muchos afirman, podría estar en la cuerda floja. Dicho temor se ve alimentado por diversos desafíos que oscilan entre la continuación del conflicto armado con otros grupos armados no estatales, la persistente falta de confianza recíproca y, sobre todo, el más discutido en las últimas semanas: la voluntad política para su implementación.
Para aquellos que moran en ese temor, les tengo buenas noticias, pues hay dos herramientas a disposición que pueden brindar estabilidad a lo acordado.
Una de ellas es el conocido blindaje jurídico, otorgado por la Sentencia C- 630 de 2017, mediante la cual la Sala plena de la Corte Constitucional decidió de manera unánime la exequibilidad del Acto legislativo 02 de 2017 que provee estabilidad y seguridad jurídica al Acuerdo Final.
Este Acto adhiere un artículo en la Constitución Política colombiana y le otorga un carácter obligatorio al Acuerdo Final, en tanto parámetro de interpretación, “referente de desarrollo y validez” de todas las normas que pretendan desarrollarlo. Palabras más, palabras menos, todas y cada una de las instituciones del Estado colombiano, por los próximos tres periodos presidenciales, tienen la obligación de emplear sus mejores esfuerzos para cumplir con el contenido y la finalidad del Acuerdo al cual la Corte le concede la naturaleza de política pública. Esto sin olvidar que ya existen normas promulgadas de rango constitucional que le dan vida a varias de las medidas allí consagradas, como lo es el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR) que crea entidades como la Jurisdicción Especial para la Paz, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. Es decir, estas tres instituciones no tienen marcha atrás, “no se puede hacer trizas el acuerdo” y no se podrá modificar lo implementado.
Ahora bien, sin perjuicio a la existencia de opositores a este Acuerdo de Paz, y a la continuación de las negociaciones con el Eln, esto es parte de un proceso constructivo de transformación. Tal vez aquellos que hoy disienten, duplicarán la historia del unionista radical Ian Paisley y el número dos del Sinn Fein, el brazo político del IRA, Martin McGuinness, quienes nueve años después de la firma del Acuerdo del Viernes Santo, que dio fin al conflicto de Irlanda del Norte, desistieron de ser enemigos irreconciliables y cedieron al diálogo para la constitución de un Gobierno compartido de católicos y protestantes, encabezado por los dos partidos más disparejos.
La negociación en Colombia dio paso a ejercicios de construcción de paz en el marco de su implementación que, a través de la concurrencia intencionada de personas y procesos, es posible conferir al Acuerdo Final un segundo blindaje de naturaleza no jurídica que he decidido denominar la levadura para la paz.
Llevamos un par de años invocando esa palabra: paz. Parece ser entonces un concepto casi prostituido, absorbiendo de él su real contenido y otorgándole uno casi quimérico. La paz no es sino el reconocimiento de la diferencia, de ese otro con el cual podemos convivir sin destruir. Pese al silencio de los fusiles por parte de uno de los grupos armados de más larga trayectoria en nuestro país, la paz parece estar más amenazada por la polarización y la no aceptación de nuestras diversas posturas políticas que por las armas. Con esto, es necesario que consideremos la paz como un escenario que va más allá de una ausencia de violencia armada (o directa en palabras de Galtung), sino que aborda distintos aspectos de la sociedad y apela a la equidad, a la garantía de derechos y a la empatía.
Si bien estos procesos de construcción de paz se ven desafiados por una lectura maniquea, la solución está en sus manos y en las mías teniendo como guía una visión abrazadora e interdependiente. Abrazar implica tener una visión ampliada de nuestro conflicto y reconocer nuestro rol en su transformación, hablando no sólo con el que piensa igual. Por el otro lado, una persona no puede generar ni sostener este proceso de cambio constructivo sin depender del otro, incluyendo a quien consideramos diferente e incluso percibimos como “enemigo”.
Esa construcción de paz es muchas veces ostensible, pues surge de arriba a abajo y se refleja en políticas y medidas de alto nivel. Sin embargo, hay procesos de paz casi invisibles, y es allí donde entramos a jugar usted, yo y los vecinos. Este último escenario envuelve procesos de actores de la academia, profesionales, estudiantes o, del denominado ciudadano de a pie, así como todos aquellos actores que han visto, palpado, olfateado, vivido este conflicto – desde las víctimas hasta los actores armados que intentan lograr su reincorporación. Estos procesos de construcción de “abajo hacia arriba” son los que debemos estimular.
El Acuerdo es entonces una oportunidad para iniciar la curación. Como escuché a alguien decir esta semana, estamos en el momento de “tratar nuestra historia clínica de una Colombia patológica y convertirla en historia patria”. Esa anhelada paz nos exhorta a superar el Acuerdo como un punto de partida, reconociéndonos a nosotros mismos como recursos para lograr la transformación de la cultura de violencia aprehendida. No podemos ser pasivos, ni indiferentes, no somos simples espectadores. La escucha es el medicamento no jurídico que podemos aportar para una Colombia vital y saludable– es la levadura que contagia el entorno, transforma nuestra realidad a través de la empatía, trasciende lo inmediato, lo coyuntural y nos ayuda a responder de manera creativa y no reactiva.
Yo soy levadura para la paz ¿Y usted?