Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Comencé con medio kilo, aquí les vengo a contar // ahora me transporto miles, fui escalando poco a poco // comenzando desde abajo, siempre era el primero en todo // Ayudándole a mi jefe, ahora soy un gran mafioso. La letra de Medio kilo suena en el reproductor de la camioneta Toyota en la que se mueve Éider Ortiz, el cantautor de música norteña que la compuso. Sería una canción difícil de entender si se escuchara en una ciudad capital o en el centro del país, pero es apenas comprensible que en una de las regiones más cocaleras de Colombia la canción se escuche en emisoras de radio, sea viral en las redes sociales y la conozca buena parte de los pobladores.
Lea: Catatumbo, protagonista en la paz total
Ortiz nació y se crió en las montañas de El Tarra. La primera vez que raspó la hoja de coca tenía 12 años, como la mayoría de los habitantes del Catatumbo, que desde niños saben lo que es meterse a los tajos de esta hoja para ganarse la vida. Su propia experiencia lo hace entender por qué muchos habitantes de la región se sienten identificados con los corridos prohibidos que ahora compone e interpreta: “Aquí la coca significa una manera de mantener a su familia, porque son muy pocas las oportunidades de trabajo. Los que piensan que trabajar la coca es fácil se equivocan, tienen que sudarla. Es un trabajo que la gente lo hace, pero no porque quiera, sino porque les toca”.
No siempre se dedicó a cantar ese tipo de música. De hecho, empezó con la carranga, el género campesino por excelencia y al que se dedicó durante más de una década. Él no ha sido el único: Adrián Contreras, cuyo nombre artístico es Drianko, quien hoy compone música norteña, hace un par de años también se dedicaba a la carranga. Hoy los corridos los absorbieron a los dos.
Lea también: Caño Indio, en Catatumbo, el primer fracaso del programa de sustitución de coca
Hace unos dos o tres años no era tan común en el Catatumbo escuchar esos corridos. En los recintos de fiesta reinaban el vallenato, la carranga, las rancheras y la carrilera. Pero con el crecimiento exponencial que han tenido los cultivos de coca en la región (que pasó de tener 25.000 hectáreas en 2016 a más de 42.000 en 2021) y -según dicen algunos- la llegada de emisarios mexicanos al territorio, la música norteña se regó y se viralizó.
Ortiz, en realidad, pasó a los corridos en una movida sagaz. “Si en el Catatumbo me pongo a cantar música romántica, no iba a pegar; ellos quieren escuchar otro tipo de letras”. Medio kilo, el primer corrido que compuso, cuenta la historia de un poblador de la región que se metió al negocio de la coca, fue escalando y terminó moviendo toneladas fuera del país. La canción es una oda a la movilidad social que permite el narcotráfico en regiones como esta, como lo dijo la Comisión de la Verdad: “Muchos pueblos de Colombia han surgido y son relevantes debido a que estuvieron en contacto con el narcotráfico”.
Las letras de Drianko también se paran en el sentir campesino. El pueblo ya cansado de injusticias, tanto atropello abandono estatal / / que hoy vivimos por parte del Gobierno y se ha burlado del pueblo y su humildad // exigimos respeto por la vida, oigan señores no nos engañen más // que no le arranquen lo que siembre al campesino, que a nuestras tierras no lleguen a erradicar // que nos respeten y que cumplan los acuerdos, sustituyamos la guerra por la paz, dicen las primeras estrofas de Los derechos de mi pueblo, una de sus canciones más reconocidas.
Le recomendamos: “El Catatumbo será un laboratorio permanente de la paz total”
De hecho, Drianko, oriundo de Tibú, pertenece a una de las organizaciones campesinas más importantes de la región: la Asociación de Unidad Campesina del Catatumbo (Asuncat), que está organizada alrededor de la defensa de los derechos campesinos. Es un fiel creyente en la movilización y los históricos paros que han impulsado desde esta región. Habla, por ejemplo, de la vía que conecta Cúcuta con Tibú, en la que en la última semana se han volcado tres camiones de carga por el estado de la trocha, o la que conecta Tibú con El Tarra, que es apenas transitable.
Soy el patrón, aquí soy el gran jefe // mucho dinero tengo pa malgastar // me gusta el oro, el trago y las mujeres // y mi dinero lo puedo malgastar, con mis amigos tomando en las cantinas // fin de semana no lo dejo pasar. La letra de Patrón y jefe, de Éider Ortiz, fácilmente puede ambientar un sábado o domingo en La Gabarra, un poblado en el que se concentran los fines de semana los raspachines, como se les llama a los recolectores de hoja de coca, a quienes les pagan semanalmente por lo que trabajaron en los cultivos y salen los fines de semana a los caseríos a gastar el dinero que han ganado porque pueden, porque tienen la libertad de hacerlo y porque aquí la plata tiene un valor diferente.
Ambos artistas sostienen que no quieren seguir perpetuando el estereotipo sobre el campesino del Catatumbo dedicado al narcotráfico. De hecho, Ortiz se siente incómodo hablando de esas canciones y no es fácil convencerlo de que interprete una de ellas ante las cámaras de este equipo periodístico. Es como si se avergonzara. “Si lo hice y las compuse en el pasado fue para enganchar a la gente, pero quiero hacer música que cambie el imaginario de la región”. Sabe que ahora tiene influencia. Sus videos en Youtube los comentan personas que le envían saludos desde el Caquetá, desde el Putumayo, pero también desde México.
Ahora está enfocado en su próxima canción, con la que empezará a cambiar el enfoque de su música: Soy de campo: Los caminos que recuerdo en mi infancia, en mi vereda cuando iba a estudiar // gran alegría sentía en mi alma, cuando salía del campo a la ciudad // y con mis botas acariciaba el barro, mi ropa vieja toda remendada // mi gran orgullo es haber crecido en el campo, del Catatumbo, de El Tarra soy natal // y mi respeto pa’ la gente campesina, que muy temprano sale a trabajar.
*Periodista de Wichos Informa