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En el triángulo de Telembí, en el sur del departamento de Nariño, hay familias que se separan durante meses por el conflicto armado. Primos, padres, hijos: algunos de repente deben quedarse encerrados en sus veredas por los riesgos que representan los enfrentamientos armados.
A veces, tienen que esperar seis meses para que los fusiles se silencien y volver a casa, así sea por corto tiempo, para ver a sus seres queridos. Solo en septiembre de 2022, en el Triángulo de Telembí se estimaron 1.717 personas desplazadas y alrededor de 9.000 confinadas.
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Desde el año 2019, Médicos Sin Fronteras (MSF) trabaja en esta subregión del pacífico nariñense con proyectos de atención a emergencias y con estrategias de salud comunitaria. Alexandra Barón, psicóloga del proyecto de MSF en el municipio de Barbacoas, conoce de cerca las emociones que atraviesan las comunidades rurales que viven en medio del conflicto.
Ella nació en Tumaco y cuando habla de su ciudad señala las bondades, la belleza del Pacífico, pero cuenta también las heridas que ha dejado el conflicto y que, como ella dice, “han sido muchas y nos han tocado a todas las familias”.
Cuando habla de su niñez, Alexa recuerda a amigos que murieron en medio del conflicto. “Cuando naces en Tumaco, la violencia te va a tocar, así sea de manera indirecta, es inevitable. A mi familia le ha tocado desplazarse, varias veces he escuchado balaceras…”. Como psicóloga de MSF, Alexa siente que puede retribuir a su comunidad y aliviar el sufrimiento y cambiar, con pequeños grandes aportes, ese contexto en el que creció: “Y si en la ciudad es difícil, ni hablar de las zonas rurales, allá las problemáticas a veces son mucho más difíciles porque se vive con más miedo y mayor inestabilidad. Se requiere atención inmediata.”, cuenta.
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El primer contacto
En 2019, Alexa trabajaba en un hospital de Tumaco con el que MSF tenía un convenio. Ella se fue acercando a la organización y conoció el proyecto de atención a víctimas de violencia sexual que se estaba implementando. Justo en ese entonces, se abrió una convocatoria para el área de salud mental y ella fue seleccionada. Su hoja de vida incluye un pregrado en psicología de la Universidad de Nariño y una maestría en Psicología de la salud de la Universidad Javeriana de Cali, como becaria de la gobernación de Nariño.
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Su primer trabajo con MSF fue atender diferentes emergencias por conflicto armado en el sur de Nariño: “La primera vez me acuerdo que salimos en mula y estuvimos siete horas andando por trocha hasta llegar a la comunidad, la cual hace tres años no recibía atención en salud. Allá nos contaron que solamente se busca al médico cuando alguien se complica, entonces priorizan niños o adultos mayores en estado grave; de lo contrario, miran cómo pueden salir adelante entre ellos —acuden a saberes ancestrales, con apoyo de parteras, curanderos, culebreros — porque es muy difícil salir a una consulta médica por temas de conflicto, falta de dinero para pagar los viajes, temor, etc…”
Visitando estas comunidades encontró que muchas sentían temor. “Muchas personas tienen miedo de expresarse por alguna represalia por parte de los grupos armados, viven con ese temor de enfrentamientos repentinos, también. Suele haber mucha tensión, entonces lo que hacemos es explicar los principios de MSF y esto les hace sentir un poco más tranquilos. Para muchas personas es la primera vez que escuchan hablar de salud mental y tener acceso a una consulta por psicología, por lo que inicialmente se nota mucha resistencia acceder al servicio; sin embargo, una vez se les realiza la psicoeducación en salud mental, la demanda de pacientes incrementa significativamente. Para mí es muy satisfactorio ver lo agradecidas que quedan las comunidades con la atención que brindamos. También aprendemos mucho de las comunidades porque son muy alegres y resilientes, tienen sus herramientas y han salido adelante”.
Trabajando por la salud comunitaria
En 2020 y 2021, además de trabajar en la emergencia del Covid-19, el equipo de MSF en el departamento de Nariño comenzó un proyecto de salud comunitaria con las comunidades rurales del departamento. “Para mí este proyecto ha sido muy emocionante porque no solo se trata de ir y brindar atención en salud, sino también de apoyar a las comunidades con formación en salud, aportando nuevas herramientas para el futuro. Esto ha sido gratificante porque en la comunidad nos dicen que sienten que alguien afuera se preocupa por ellos, entonces siento que puedo hacer esa retribución que anhelaba”, cuenta Alexa.
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En las visitas a estas veredas, en donde se suelen presentar enfrentamientos armados, Alexa ha sentido miedo: “Hay un alto riego pues uno sabe que está en zonas con minas antipersonales o en donde el control es total de un grupo armado; sin embargo, he aprendido mucho a trabajar con los protocolos de seguridad para mantenernos a salvo y lograr hacer nuestro trabajo”, dice. Para ser psicóloga en zonas de conflicto, cuenta, hay que tener siempre presente las necesidades de los pacientes y saber cómo ayudarlas a resolverlas en un periodo corto y teniendo en cuenta las futuras complicaciones que se pueden presentar en esas zonas.
Como en otros países, en Colombia existe un estigma alrededor de la salud mental. De hecho, de acuerdo con el Ministerio de Salud, la depresión es la segunda causa de carga de enfermedad después de la enfermedad cardiovascular. Muchas personas en zonas de conflicto, como señala MSF, no buscan ayuda por temor a ser estigmatizadas y hay familias enteras que ocultan la enfermedad de algún miembro de su familia por vergüenza, lo cual aumenta el nivel de sufrimiento.
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En los años que vienen, Alexa espera seguir trabajando por comunidades vulnerables, con intervenciones abiertas para que las personas puedan hablar de lo que sienten. En MSF ha conocido también las problemáticas de algunos de los 70 países en los que trabaja la organización. “Me gustaría trabajar en otros países en donde las necesidades son similares o más complicadas a las que vivimos en Colombia”, dice. Su sensibilidad, al conocer tan de cerca este contexto, espera ponerla al servicio de esas poblaciones que hoy siguen sin ser escuchadas.