El infierno del reclutamiento forzado que viven los jóvenes de Caldono (Cauca)

Los grupos armados en el norte del Cauca persiguen a los muchachos de este municipio para reclutarlos y cargarlos con armas o coca. De acuerdo con autoridades indígenas de la zona, el Estado los ha dejado solos. Las familias no denuncian por miedo y las poblaciones en zonas rurales y urbanas están a merced de la ley de los violentos.

Camilo Pardo Quintero
05 de junio de 2022 - 05:00 p. m.
Según el CRIC, en el último año más de cien jóvenes caldoneños han desaparecido.  / Eder Rodríguez
Según el CRIC, en el último año más de cien jóvenes caldoneños han desaparecido. / Eder Rodríguez
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El día que llegamos a Caldono, el 11 de mayo, las calles estaban vacías y los negocios ya cerraban, pero ni siquiera había anochecido. Apenas iban a ser las 6 p.m. y ni las tradicionales tiendas del pueblo, que suelen prestar servicio hasta altas horas de la noche, tenían las puertas abiertas. La columna móvil Dagoberto Ramos había decretado toque de queda en el municipio desde el 4 de mayo entre las 6 p.m. y las 6 a.m. en un panfleto en el que también declaraban objetivo militar a las autoridades indígenas y les daban 24 horas para que renunciaran a sus cargos. “De lo contrario, les sucederá lo mismo que a Yesid Caña (el líder y artesano asesinado el 1° de mayo)”, se lee en el comunicado.

Caldono fue el segundo municipio colombiano que más tomas armadas de las extintas Farc sufrió durante el conflicto armado, después de Toribío (Cauca). La desmovilización guerrillera de 2016 significó para este pueblo nasa una calma parcial durante el primer año del posacuerdo. Esto debido a que cerca de 400 miembros de la columna Jacobo Arenas se comenzaron a reintegrar de forma exitosa a la vida civil en el ETCR Los Monos, los cultivos de coca se redujeron significativamente, de acuerdo con el Gobierno y al pasar los meses más y más familias caldoneñas retornaron a su territorio para reconstruir las casas y formas de vivir que en su momento las balas y tatucos les arrebataron; una campaña encabezada por la parroquia local.

Estos avances, en su gran mayoría, se quedaron en el pasado y al recordarlos siempre queda una sensación de nostalgia; un nudo en la garganta por relatar una paz que de a pocos se está yendo de este municipio. Los jóvenes de Caldono se han vuelto blanco constante de los grupos armados que, ante la ausencia de las Farc, se disputan el territorio a muerte, bien sea para apoderarse de rutas de narcotráfico —de las cuales Caldono es estratégico por su posición geográfica— o para ejercer control de las poblaciones con sus brazos militares.

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De acuerdo con el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en el último año más de cien jóvenes caldoneños han desaparecido. De este total, las autoridades estiman que más de setenta fueron reclutados forzosamente por grupos armados de la región y llevados a otros municipios caucanos y al Pacífico nariñense. Las autoridades indígenas del municipio tienen documentada apenas una denuncia formal de reclutamiento en lo que va del 2022, pero aseguran que el subregistro es enorme.

Según la inspección de Policía de Caldono, en los primeros cuatro meses del año, diez personas fueron asesinadas, entre ellos un pescador, dos campesinos y dos menores de edad (de 14 y 17 años). En 2021, la Policía tuvo en sus cuentas veinte homicidios de jóvenes menores de 25 años y tres feminicidios: las veredas más violentas, según ellos, son El Tablón y Santa Bárbara.

Julio César Pascué, vicegobernador indígena del cabildo San Lorenzo, explicó que las estructuras de las disidencias llamadas Carlos Patiño, Dagoberto Ramos y Jaime Martínez son los grupos armados presentes en el municipio y que se están disputando el control de las rutas de narcotráfico. “De unos meses para acá normalizaron la muerte y el llevarse a nuestros jóvenes a sus filas. Vemos policías en Siberia y la cabecera de Caldono, pero los militares no aparecen en ningún lado; lo más cercano que tenemos es el Batallón José Hilario López, que queda en Popayán. Estamos solos”.

¿Por qué los matan o se los llevan a la guerra? ¿Por qué se ensañaron contra los más jóvenes de Caldono? Estas son dos de las preguntas más sonadas entre las autoridades indígenas allí. Varios de ellos dicen que es una lucha difícil de llevar porque “es contra fantasmas”. De acuerdo con Lucio Güetio, consejero territorial del CRIC en Caldono, esto se debe a que se sabe de forma pública qué grupos operan, pero no necesariamente hay conocimiento con exactitud de cuándo van a atacar o acudir a los jóvenes como estrategia para robustecer sus frentes de combate ni la forma en la que hacen funcionar sus economías ilícitas.

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“A nuestros jóvenes se los están llevando a El Tambo, El Naya, Argelia, al corregimiento de Tacueyó y a Suárez. Hay bastante subregistro, porque las familias les temen a las denuncias, entonces hay casos que se nos salen de las manos. Hay entidades como el Bienestar Familiar u otras organizaciones que se lavan las manos con campañas de prevención y seguimiento a los reclutamientos, diciendo que como somos territorio indígena los encargados de cuidar a nuestras comunidades somos nosotros y la guardia. Nos volvieron plenipotenciarios de una competencia que debería ser compartida con más autoridades. Hemos podido rescatar a cuatro muchachos este año, pero la labor es complicadísima porque los mismos armados nos tienen fichados”, dijo Güetio.

Reclutamientos, ¿y secuestros?

El colegio Madre Laura queda en la entrada del casco urbano de Caldono cuando se ingresa por el corregimiento de Siberia, muy cerca a la vía Panamericana. Este año escolar arrancó con 625 estudiantes y a mitad de mayo había 615 alumnos. De esos diez que desertaron se sabe que tres se mudaron de Caldono, cuatro más se fueron a trabajar en cultivos de café, pero sobre los otros tres no hay información precisa.

Hay quienes dicen que salieron de su municipio en búsqueda de otras oportunidades de vida y otros caldoneños rumoran que se fueron a grupos armados, ya sea de forma voluntaria o llevados a la fuerza. Alberto Silva, rector del colegio, prefiere no especular con esas versiones. No quiere desmentir a sus vecinos, pero se inclina por la prudencia, por respeto a las familias de las personas desaparecidas.

“No podemos decir quiénes son nuestros enemigos ahora por dos motivos: primero, porque antes los combates eran solo Ejército versus guerrilla y ahora son varios armados ilegales enfrentándose entre sí. Segundo, si uno los señala específicamente, automáticamente uno se vuelve objetivo militar de ellos. Tenemos pistas de quiénes son los que más se nos llevan a los jóvenes, pero no se puede decir mucho más que eso. Sabemos que varios de los muchachos han acabado en Tumaco, en los municipios del Cañón del Micay y en Tacueyó… no más que eso”, comentó.

Para Silva, en Caldono los grupos armados no se han limitado a llevarse a los jóvenes prometiéndoles un futuro mejor. El uso de la fuerza, sin importar el día, la hora o si están en una zona urbana o rural marcan su actuar. “Antes los armados les mostraban plata, motos y lujos a los jóvenes. Ahorita están empecinados en llevárselos de cualquier forma. Algunas camionetas de alta gama que nadie en el pueblo conoce o, en su defecto, un par de motos de alto cilindraje se han movido en inmediaciones del colegio para intentar raptar a los chicos. A inicios de mayo fui testigo del sufrimiento de una madre que vio cómo su hija se salvó de ser llevada por una de esas motos luego de forcejear con los agresores”, agregó el rector.

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La Policía en Caldono identificó que detrás de estos secuestros e intentos de secuestro hay un patrón que llama la atención: los vehículos utilizados para esos delitos son reportados como robados en zonas con amplio control de la disidencia Dagoberto Ramos. “Algunos lavaperros en la Dagoberto tienen la función de llevarles niños y niñas a sus comandantes. Ya lo hacen con más frialdad y desparpajo… no les interesa si están al frente de la escuela o al lado de la iglesia. Actúan y se mueven como quieren”, dijo un oficial de Policía que pidió reserva de su identidad.

La llegada del Eln

Al padre Javier Porras, párroco de Caldono, le llama poderosamente la atención que el Eln haya llegado a su municipio. “Aquí los armados han pintado nuestras paredes desde hace años, pero nunca con marcas de los elenos, cosa que habla de la complejidad máxima del conflicto en Caldono”, aseguró.

De acuerdo con el sacerdote, los miembros de esta guerrilla han llegado por la tentación de ganar un territorio que históricamente ha estado cooptado por las Farc o sus disidencias. “El interés sobre nuestro pueblo es porque somos un corredor para el narcotráfico. Se llevan a los jóvenes para ganar celeridad y quedar como los que más raspan coca en lugares como Suárez o El Plateado (Argelia). Me siento agotado, a nuestros muchachos los están matando y metiendo a una guerra de nadie… siempre los buscamos cuando los desaparecen y no hay una sensación más horrible que encontrar alguno de sus cuerpos cuando aún guardamos esperanzas de reunirlos con sus familias”, narró.

Lucio Güetio ha rescatado jóvenes y ha visto a lo largo de este año cómo cuatro de ellos han sido asesinados tras ser reclutados. Su tarea es dolorosa y desgastante, porque debe organizar las campañas de búsqueda, hablar con los comandantes de los grupos armados que presuntamente los tengan, ubicarlos y dar información a sus familias.

Para la autoridad, el reclamo es claro y certero: “Nos estigmatizaron como caldoneños y a nuestros hijos les pusieron la estampa de ser raspadores de coca o nuevos actores armados. Desde la minga hacia adentro en la vereda El Caimito nos tienen los ojos puestos y no nos van a dejar en paz quién sabe hasta cuándo. No quiero ver a más madres llorando ni a más niños fuera de las escuelas por cargar un arma. Aunque nos quieran callar, no nos dejaremos… pelearemos siempre por nuestros muchachos porque son el alma de Caldono”, remató el indígena.

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