“Haber firmado el Acuerdo nos está costando la vida”: excomandante de Farc en Urabá
Joverman Sánchez explica cómo levantó en seis meses un caserío para 42 familias de excombatientes, con agua, luz y carretera propia; desmiente los constantes rumores de que está en la disidencia y dice que lo quieren callar para que no cuente su versión del conflicto en esta zona del país.
Gloria Castrillón / @glocastri
No toma trago, no fuma, no trasnocha. Todavía conserva la disciplina que durante 32 años le ayudó a ganar batallas y a sobrevivir a la guerra más cruenta que se libró en el Urabá antioqueño, una de las zonas más convulsionadas del país. Joverman Sánchez Arroyave, conocido en las Farc como Rubén Cano o Manteco, es un hombre menudo, de hablar recio y andar rápido. Se ríe poco. Nació en Currulao hace 49 años en una familia campesina que vivía de sus fincas de ganado y del comercio, hasta que la violencia los desplazó.
(Lea también: Se registra el primer asesinato de un exguerrillero dentro de un espacio de reincorporación)
Hoy encabeza un grupo de 42 familias de excombatientes de lo que fue el frente 58 de las Farc que viven en la vereda San José de León, en jurisdicción de Mutatá (Antioquia). Llegaron a este terreno en octubre de 2017, después de una travesía por la serranía del Abibe, desde la vereda Gallo, de Tierralta, Córdoba. Allí hicieron dejación de armas cerca de 150 hombres y mujeres que le apostaron al Acuerdo Final firmado el 24 de noviembre de 2016, pero salieron de allí por falta de oportunidades para hacer su reincorporación. Nunca tuvieron agua ni luz y el predio estaba en una disputa legal que les impedía solucionar el tema de la vivienda.
Su casa, hecha de madera, está en la parte alta del caserío que levantaron entre todos en menos de seis meses. Al lado hay varias piscinas donde cultivan peces. También hay galpones, cultivos de yuca y plátano, y unas marraneras. Un letrero en la entrada de su casa advierte al visitante que no debe entrar porque hay perros muy bravos. En realidad, las mascotas son más dóciles que su dueño, aunque no lo desamparan ni un segundo.
Para llegar al caserío hay que tomar la carretera que conduce de Carepa a Mutatá y luego transitar por una vía carreteable que está en mal estado. Pero faltando un par de kilómetros para llegar hay una placa huella de concreto que facilita la entrada y que también fue construida por los excombatientes en tiempo récord. Las casas están regadas en 21 hectáreas de un terreno pedregoso, fértil y rico en fuentes de agua (en sus predios confluyen dos caños).
El caserío tiene escuela (los profesores los pone Cordupaz), parque infantil, tiendas y un lugar donde los campesinos de las veredas cercanas amarran las bestias esperando la chiva que llega cargada de víveres y pasajeros dos veces al día. Es lo que se llama un nuevo punto de reagrupamiento y no tiene ningún tipo de seguridad por cuenta del Estado.
Cuando llegaron no había ni carretera, solo piedras. Se establecieron en un terreno cercano a la vía principal, en el que levantaron un campamento de palos y plásticos, como lo hicieron durante la guerra. Reunieron los $2’600.000 que recibía cada excombatiente y compraron el predio donde levantaron el caserío. En pocos meses y, con la lógica del ensayo/error, construyeron sus casas (más de tres por semana). Hoy hay tres barrios que corresponden a las antiguas escuadras, estructuras en las que se organizaban en armas.
Tienen cerca de 60 mil peces de los que se sostienen las familias. Apenas hace un mes les desembolsaron $464 millones del proyecto productivo que aprobó el Estado y que incluye a 110 personas. “Ya arrancamos y no vamos a parar. Tendrían que echarnos o asesinarnos, pero seguimos con el proyecto”, dice convencido.
Esa facilidad con la que construyeron la ciudadela ha levantado un manto de dudas sobre la forma en la que consiguieron los recursos para hacer tanto en tan poco tiempo. Dudas que Rubén, como le llaman todos, despeja sin tapujos.
¿Es cierto que en menos de seis meses estuvieron listas las casas, tenían luz y construyeron la carretera?
Sí. Y si me pregunta cómo se logra en tan poco tiempo, creo que es porque he sido de una disciplina férrea. No me gusta mamar gallo ni perder tiempo. Cumplo lo que prometo con mis esfuerzos y mi amor. Por eso fui guerrero. En los momentos duros del país había que responder duro. Mientras uno le meta disciplina, ganas y seriedad, el resultado se ve.
Y la gente le copia...
La gente me cree. He sido claro y los he tenido en cuenta para todo. No he conducido a mi gente a un fracaso. Veníamos con la disciplina guerrillera, la gente sabía obedecer y creían en sus dirigentes. Aquí no se le impuso nada a la gente. En Gallo planeamos todo: para dónde íbamos, cómo llegar, cómo hacer las casas y cómo cultivar la tierra. La gente es consciente de que es un compromiso colectivo.
Las estructuras permanecieron como en la guerra...
Nosotros hicimos la dejación de armas y a los dos meses nos vinimos, conservábamos la estructura de escuadra o guerrilla, después le cambiamos el nombre a barrio y de comandante a líder. Si no, hubiera sido complejo.
Hay muchos rumores sobre usted (que anda metido en negocios raros) y sobre los recursos para construir el caserío…
La comunidad sabe con qué hemos construido esto. Y también lo sabe el Estado, con su inteligencia militar. Poner esas dudas obedece a directrices para hacer actos de provocación contra el proceso de paz. Buscan cualquier equivocación o debilidad de uno para pegarse de eso. Pero aquí no estamos haciendo nada ilegal. Todo lo que estamos haciendo es transparente.
¿No hubo resistencia de las comunidades teniendo en cuenta que ustedes afectaron mucho a esta región?
Si fuera como usted dice, que hicimos mucho daño, con seguridad no nos hubieran aceptado. La gente nos acogió, nos ofrecieron la tierra y su ayuda. Ocasionamos dolor y nos equivocamos, sí. Pero tampoco fue que hicimos mucho daño. Esto permitió que nos recibieran y están trabajando de la mano con nosotros.
(Lea: “Hay que evitar que regresen a las armas”: directora de Cooperación de la Unión Europea)
Usted dice que recibieron donaciones de empresarios, ¿cómo lograron eso si ustedes los extorsionaron, les quemaron las fincas?
No puedo decir nombres. Hay gente que busca a los grupos armados para no tener problemas y saben que el Estado con su Fuerza Pública no puede ofrecer seguridad. Entonces hay muchos amigos de esa época: empresarios, camioneros, ganaderos, gente pobre que dice: “Si nos tocó apoyar la guerra, con mayor razón apoyamos la paz”. Y me han dicho que si dejamos esto en manos del Gobierno es un fracaso porque no va a cumplir.
¿Cómo lo recibieron las autoridades locales?
Muy bien. Nosotros llegamos como a las 8 de la mañana, y a las 2 de la tarde ya estaba aquí el alcalde Jairo Ortiz ofreciendo ayuda. Con la Alcaldía hicimos la carretera. El Concejo estaba dividido, pero después nos apoyó.
¿Qué piensa de lo que pasó dentro de Mesetas, un espacio custodiado por el Ejército y la Policía, y en el que mataron a Alexánder Parra, uno de sus líderes?
A uno le da rabia, tristeza e impotencia de ver lo que está pasando. Nuestra dirección dice que van 168 asesinados; esas cifras son escalofriantes. ¿Cómo es posible que maten la gente que firma un Acuerdo de Paz, que depone las armas? Haber firmado este Acuerdo nos está costando la vida. El Gobierno no hace nada, no hay seguridad jurídica y la física se ve reflejada en esas cifras. Aquí no están asesinando excombatientes, están asesinando la paz.
(Vea: El Paraíso Oculto que impulsó el excomandante de FARC asesinado en Mesetas)
¿Qué puede contarnos de lo que pasó en la guerra con el Epl?
Desafortunadamente hubo una confrontación muy dura, donde nos afectamos como guerrilleros. Y la peor parte la llevó la población civil. El que no era atacado por el Epl, era atacado por las Farc. Y viceversa. Por auxiliadores, por apoyadores, por estar comprometidos.
¿Usted admite que en eso pasaron cosas que no debieron ocurrir?
Totalmente. Uno quisiera que eso no hubiera sucedido. Por eso le apostamos a la paz para que esto no se vuelva a repetir.
¿Es cierto que usted tuvo un momento de reconciliación con “Éver Veloza”, jefe de las Auc?
Muchos no saben que el Mono Veloza fue tropa mía antes de irse con los paramilitares. Se cometió un error con él y por eso se fue con el enemigo. Hace poco hablé con él y me confesó que él y la Fuerza Pública fueron los autores del secuestro y tortura de mi familia durante más de seis meses. Fue uno de los peores momentos de mi vida, en el momento más duro del conflicto. Ahora que sé quién lo hizo desde la Policía, vamos a entablar una demanda contra el Estado. Mis padres nunca se pudieron reponer por haber perdido sus tierras en Currulao; cuando los desplazaron salieron apenas con lo que tenían puesto. Ahora ellos aspiran a que les hagan restitución de su tierrita.
Se sabe por Justicia y Paz que las empresas bananeras aportaron a las autodefensas a través de las Convivir, ¿qué otras verdades no se conocen de esa realidad?
No necesitamos mis declaraciones. Ya lo han dicho los paramilitares: el gremio bananero los financió fuertemente en la región. Tampoco es un secreto que nosotros también nos financiamos del sector bananero. De 1982 a 1995 ellos nos financiaron de buena gana o a las malas, pero financiaron a las Farc. Los que se negaban a hacerlo sufrían nuestra represión, les atacamos sus infraestructuras, las empacadoras, los carros, las oficinas, les reteníamos a los administradores. En 1995 se viene la violencia y el desplazamiento y el Secretariado me saca de la región. No fue el paramilitarismo ni las Fuerzas Militares, es el Secretariado. ¿Por qué? Hay que preguntarles a ellos.
¿Por qué se dice que usted es disidente?
Desde que empezaron los diálogos fui uno de los que más le apostaron a este proceso, en las Farc estamos comprometidos a trabajar seriamente por la paz. Tengo mis dudas del Estado. Pero estas dudas no me van a echar atrás. De mí se rumora que incluso no iba a entrar al proceso, cuando fui uno de los que votó “sí” a la salida política. Siempre nos armamos y fuimos al combate buscando la salida negociada o política. No nos podíamos asustar y debíamos esperar el proceso. Uno ve que hay intenciones de confundir a la gente que queda en el proceso y de buscarle problemas a uno como persona.
¿Por qué cree que pasa eso?
Por mi pasado en la guerra. Parte del Estado no quiere perdonarlo a uno o permitir que uno disfrute de plena libertad y trate de esclarecer tantas cosas en este conflicto, a muchos no les conviene que contribuya a esto.
¿Hay miedo de que usted cuente la verdad de lo que sabe del conflicto en el Urabá antioqueño?
Me imagino que sí, porque es que hay muchas mentiras y muchos hechos que el país cree que lo realizaron otros grupos. Pero tengo claro qué pasó, quiénes fueron los responsables y las pruebas.
¿Qué es eso que no quieren que usted cuente?
Hay muchas cosas que se le achacan al paramilitarismo y otras, a la guerrilla, cuando tengo el conocimiento de que fue el Ejército que participó en muchas masacres, asesinatos de personas, quemadas de casas. Fue el Ejército. Tengo pruebas y hechos concretos.
No toma trago, no fuma, no trasnocha. Todavía conserva la disciplina que durante 32 años le ayudó a ganar batallas y a sobrevivir a la guerra más cruenta que se libró en el Urabá antioqueño, una de las zonas más convulsionadas del país. Joverman Sánchez Arroyave, conocido en las Farc como Rubén Cano o Manteco, es un hombre menudo, de hablar recio y andar rápido. Se ríe poco. Nació en Currulao hace 49 años en una familia campesina que vivía de sus fincas de ganado y del comercio, hasta que la violencia los desplazó.
(Lea también: Se registra el primer asesinato de un exguerrillero dentro de un espacio de reincorporación)
Hoy encabeza un grupo de 42 familias de excombatientes de lo que fue el frente 58 de las Farc que viven en la vereda San José de León, en jurisdicción de Mutatá (Antioquia). Llegaron a este terreno en octubre de 2017, después de una travesía por la serranía del Abibe, desde la vereda Gallo, de Tierralta, Córdoba. Allí hicieron dejación de armas cerca de 150 hombres y mujeres que le apostaron al Acuerdo Final firmado el 24 de noviembre de 2016, pero salieron de allí por falta de oportunidades para hacer su reincorporación. Nunca tuvieron agua ni luz y el predio estaba en una disputa legal que les impedía solucionar el tema de la vivienda.
Su casa, hecha de madera, está en la parte alta del caserío que levantaron entre todos en menos de seis meses. Al lado hay varias piscinas donde cultivan peces. También hay galpones, cultivos de yuca y plátano, y unas marraneras. Un letrero en la entrada de su casa advierte al visitante que no debe entrar porque hay perros muy bravos. En realidad, las mascotas son más dóciles que su dueño, aunque no lo desamparan ni un segundo.
Para llegar al caserío hay que tomar la carretera que conduce de Carepa a Mutatá y luego transitar por una vía carreteable que está en mal estado. Pero faltando un par de kilómetros para llegar hay una placa huella de concreto que facilita la entrada y que también fue construida por los excombatientes en tiempo récord. Las casas están regadas en 21 hectáreas de un terreno pedregoso, fértil y rico en fuentes de agua (en sus predios confluyen dos caños).
El caserío tiene escuela (los profesores los pone Cordupaz), parque infantil, tiendas y un lugar donde los campesinos de las veredas cercanas amarran las bestias esperando la chiva que llega cargada de víveres y pasajeros dos veces al día. Es lo que se llama un nuevo punto de reagrupamiento y no tiene ningún tipo de seguridad por cuenta del Estado.
Cuando llegaron no había ni carretera, solo piedras. Se establecieron en un terreno cercano a la vía principal, en el que levantaron un campamento de palos y plásticos, como lo hicieron durante la guerra. Reunieron los $2’600.000 que recibía cada excombatiente y compraron el predio donde levantaron el caserío. En pocos meses y, con la lógica del ensayo/error, construyeron sus casas (más de tres por semana). Hoy hay tres barrios que corresponden a las antiguas escuadras, estructuras en las que se organizaban en armas.
Tienen cerca de 60 mil peces de los que se sostienen las familias. Apenas hace un mes les desembolsaron $464 millones del proyecto productivo que aprobó el Estado y que incluye a 110 personas. “Ya arrancamos y no vamos a parar. Tendrían que echarnos o asesinarnos, pero seguimos con el proyecto”, dice convencido.
Esa facilidad con la que construyeron la ciudadela ha levantado un manto de dudas sobre la forma en la que consiguieron los recursos para hacer tanto en tan poco tiempo. Dudas que Rubén, como le llaman todos, despeja sin tapujos.
¿Es cierto que en menos de seis meses estuvieron listas las casas, tenían luz y construyeron la carretera?
Sí. Y si me pregunta cómo se logra en tan poco tiempo, creo que es porque he sido de una disciplina férrea. No me gusta mamar gallo ni perder tiempo. Cumplo lo que prometo con mis esfuerzos y mi amor. Por eso fui guerrero. En los momentos duros del país había que responder duro. Mientras uno le meta disciplina, ganas y seriedad, el resultado se ve.
Y la gente le copia...
La gente me cree. He sido claro y los he tenido en cuenta para todo. No he conducido a mi gente a un fracaso. Veníamos con la disciplina guerrillera, la gente sabía obedecer y creían en sus dirigentes. Aquí no se le impuso nada a la gente. En Gallo planeamos todo: para dónde íbamos, cómo llegar, cómo hacer las casas y cómo cultivar la tierra. La gente es consciente de que es un compromiso colectivo.
Las estructuras permanecieron como en la guerra...
Nosotros hicimos la dejación de armas y a los dos meses nos vinimos, conservábamos la estructura de escuadra o guerrilla, después le cambiamos el nombre a barrio y de comandante a líder. Si no, hubiera sido complejo.
Hay muchos rumores sobre usted (que anda metido en negocios raros) y sobre los recursos para construir el caserío…
La comunidad sabe con qué hemos construido esto. Y también lo sabe el Estado, con su inteligencia militar. Poner esas dudas obedece a directrices para hacer actos de provocación contra el proceso de paz. Buscan cualquier equivocación o debilidad de uno para pegarse de eso. Pero aquí no estamos haciendo nada ilegal. Todo lo que estamos haciendo es transparente.
¿No hubo resistencia de las comunidades teniendo en cuenta que ustedes afectaron mucho a esta región?
Si fuera como usted dice, que hicimos mucho daño, con seguridad no nos hubieran aceptado. La gente nos acogió, nos ofrecieron la tierra y su ayuda. Ocasionamos dolor y nos equivocamos, sí. Pero tampoco fue que hicimos mucho daño. Esto permitió que nos recibieran y están trabajando de la mano con nosotros.
(Lea: “Hay que evitar que regresen a las armas”: directora de Cooperación de la Unión Europea)
Usted dice que recibieron donaciones de empresarios, ¿cómo lograron eso si ustedes los extorsionaron, les quemaron las fincas?
No puedo decir nombres. Hay gente que busca a los grupos armados para no tener problemas y saben que el Estado con su Fuerza Pública no puede ofrecer seguridad. Entonces hay muchos amigos de esa época: empresarios, camioneros, ganaderos, gente pobre que dice: “Si nos tocó apoyar la guerra, con mayor razón apoyamos la paz”. Y me han dicho que si dejamos esto en manos del Gobierno es un fracaso porque no va a cumplir.
¿Cómo lo recibieron las autoridades locales?
Muy bien. Nosotros llegamos como a las 8 de la mañana, y a las 2 de la tarde ya estaba aquí el alcalde Jairo Ortiz ofreciendo ayuda. Con la Alcaldía hicimos la carretera. El Concejo estaba dividido, pero después nos apoyó.
¿Qué piensa de lo que pasó dentro de Mesetas, un espacio custodiado por el Ejército y la Policía, y en el que mataron a Alexánder Parra, uno de sus líderes?
A uno le da rabia, tristeza e impotencia de ver lo que está pasando. Nuestra dirección dice que van 168 asesinados; esas cifras son escalofriantes. ¿Cómo es posible que maten la gente que firma un Acuerdo de Paz, que depone las armas? Haber firmado este Acuerdo nos está costando la vida. El Gobierno no hace nada, no hay seguridad jurídica y la física se ve reflejada en esas cifras. Aquí no están asesinando excombatientes, están asesinando la paz.
(Vea: El Paraíso Oculto que impulsó el excomandante de FARC asesinado en Mesetas)
¿Qué puede contarnos de lo que pasó en la guerra con el Epl?
Desafortunadamente hubo una confrontación muy dura, donde nos afectamos como guerrilleros. Y la peor parte la llevó la población civil. El que no era atacado por el Epl, era atacado por las Farc. Y viceversa. Por auxiliadores, por apoyadores, por estar comprometidos.
¿Usted admite que en eso pasaron cosas que no debieron ocurrir?
Totalmente. Uno quisiera que eso no hubiera sucedido. Por eso le apostamos a la paz para que esto no se vuelva a repetir.
¿Es cierto que usted tuvo un momento de reconciliación con “Éver Veloza”, jefe de las Auc?
Muchos no saben que el Mono Veloza fue tropa mía antes de irse con los paramilitares. Se cometió un error con él y por eso se fue con el enemigo. Hace poco hablé con él y me confesó que él y la Fuerza Pública fueron los autores del secuestro y tortura de mi familia durante más de seis meses. Fue uno de los peores momentos de mi vida, en el momento más duro del conflicto. Ahora que sé quién lo hizo desde la Policía, vamos a entablar una demanda contra el Estado. Mis padres nunca se pudieron reponer por haber perdido sus tierras en Currulao; cuando los desplazaron salieron apenas con lo que tenían puesto. Ahora ellos aspiran a que les hagan restitución de su tierrita.
Se sabe por Justicia y Paz que las empresas bananeras aportaron a las autodefensas a través de las Convivir, ¿qué otras verdades no se conocen de esa realidad?
No necesitamos mis declaraciones. Ya lo han dicho los paramilitares: el gremio bananero los financió fuertemente en la región. Tampoco es un secreto que nosotros también nos financiamos del sector bananero. De 1982 a 1995 ellos nos financiaron de buena gana o a las malas, pero financiaron a las Farc. Los que se negaban a hacerlo sufrían nuestra represión, les atacamos sus infraestructuras, las empacadoras, los carros, las oficinas, les reteníamos a los administradores. En 1995 se viene la violencia y el desplazamiento y el Secretariado me saca de la región. No fue el paramilitarismo ni las Fuerzas Militares, es el Secretariado. ¿Por qué? Hay que preguntarles a ellos.
¿Por qué se dice que usted es disidente?
Desde que empezaron los diálogos fui uno de los que más le apostaron a este proceso, en las Farc estamos comprometidos a trabajar seriamente por la paz. Tengo mis dudas del Estado. Pero estas dudas no me van a echar atrás. De mí se rumora que incluso no iba a entrar al proceso, cuando fui uno de los que votó “sí” a la salida política. Siempre nos armamos y fuimos al combate buscando la salida negociada o política. No nos podíamos asustar y debíamos esperar el proceso. Uno ve que hay intenciones de confundir a la gente que queda en el proceso y de buscarle problemas a uno como persona.
¿Por qué cree que pasa eso?
Por mi pasado en la guerra. Parte del Estado no quiere perdonarlo a uno o permitir que uno disfrute de plena libertad y trate de esclarecer tantas cosas en este conflicto, a muchos no les conviene que contribuya a esto.
¿Hay miedo de que usted cuente la verdad de lo que sabe del conflicto en el Urabá antioqueño?
Me imagino que sí, porque es que hay muchas mentiras y muchos hechos que el país cree que lo realizaron otros grupos. Pero tengo claro qué pasó, quiénes fueron los responsables y las pruebas.
¿Qué es eso que no quieren que usted cuente?
Hay muchas cosas que se le achacan al paramilitarismo y otras, a la guerrilla, cuando tengo el conocimiento de que fue el Ejército que participó en muchas masacres, asesinatos de personas, quemadas de casas. Fue el Ejército. Tengo pruebas y hechos concretos.