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                                                                                                                                La guerra reciclada del Bajo Cauca

                                                                                                                                La Defensoría del Pueblo constató la dramática situación que se vive en los seis municipios que conforman esta subregión a orillas del río Cauca, donde las Autodefensas Gaitanistas, los Caparrapos, el Eln y las disidencias de las Farc libran una feroz batalla por el dominio de las rutas del narcotráfico y la explotación minera.

                                                                                                                                Alfredo Molano Jimeno / @AlfredoMolanoJi

                                                                                                                                Dicen que pasaba el mediodía en el corregimiento de Puerto Bélgica. Que ese 14 de febrero era un día caluroso y que los gritos rasgaron el silencio que desde hace meses se posó en el pueblo por cuenta del miedo. Dicen que los sacaron del lugar en el que almorzaban. Que eran dos hombres y dos mujeres. Que los llevaron a la cancha de fútbol y delante de la comunidad los torturaron, que a dos jóvenes las violaron, que los cuatro los mataron, lanzaron sus cuerpos al río Cauca y quemaron el carro en el que llegaron a esta vereda de Cáceres, en el Bajo Cauca antioqueño. Dicen que nadie quiere hablar de eso. Que nadie quiere recordarlo ni contarlo. Solo dicen que dicen. Esa es la regla para proteger la vida en una región que vive en el más crudo fuego cruzado.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Lea: ¿Cuál es la importancia de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET)?

                                                                                                                                Allí sus pobladores no duermen por el miedo a que se rompa la presa de Hidroituango; el hambre por el fracaso de la sustitución de cultivos ilícitos y la desaparición de la pesca, o la brutal violencia que han desatado las franquicias criminales, que se dividen y multiplican con distintos nombres, pero idéntica brutalidad. Pelean por el control de la ruta de narcotráfico que va desde Nechí hasta Coveñas. Una pelea que ha convertido el territorio en una réplica del Lejano Oeste, donde la vida no vale ni los 500 pesos que dicen que cuesta la bala.

                                                                                                                                El retorno de la guerra

                                                                                                                                Los homicidios en el Bajo Cauca antioqueño y el sur de Córdoba no tienen precedentes en la historia reciente. En algunos de sus pueblos se pasó de dos asesinatos en 2017 a 15, 30 o 45 en lo que va del año. Y las tipologías de los crímenes recuerdan los momentos más salvajes del paramilitarismo, cuando se jugaba fútbol con las cabezas o los armados cobraban el miedo con la virginidad de las niñas. Una matazón sin proporciones que crece en silencio mientras el país sigue la crisis humanitaria de Venezuela, transmitida en vivo en la televisión nacional. En esta región operó el frente 18 de las Farc y con su salida se desató una nueva guerra por el control de los cultivos de coca, las minas de oro y la ruta del narcotráfico, que busca la salida al mar por las playas de Coveñas, Moñitos y el golfo de Urabá.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Estos dos municipios del sur de Córdoba están en alerta roja por la situación de conflicto. Y la Defensoría del Pueblo se lo hizo saber al gobierno de Juan Manuel Santos y al de Iván Duque, que acaba de cumplir seis meses. En angustiantes “alarmas tempranas”, el Ministerio Público ha querido llamar la atención de lo que en esta región ocurre desde finales de 2017, cuando se identificó que el Clan del Golfo, también conocido como las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), libraban una guerra a muerte contra una disidencia de este mismo grupo, denominada los Caparrapos. Grupos cuyo origen, en un 90 %, tiene que ver con el fracasado proceso de desmovilización paramilitar.

                                                                                                                                Tan es así, que la denominación de “Caparrapos”, dicen los organismos de inteligencia, tiene que ver con que sus integrantes tienen una estrecha relación con el excomandante del Bloque Mineros de las Autodefensas, Cuco Vanoy, natural de Caparrapí y extraditado a Estados Unidos. Cuentan que la división con el Clan del Golfo se produjo luego de que Otoniel, su máximo líder, intentara un proceso de negociación con el gobierno Santos. También afirman que los duros golpes que recibió este grupo el año pasado hicieron que dejaran de llegar armas y dineros a sus estructuras en regiones como el Bajo Cauca, por lo que los mandos regionales partieron cobijas.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Y una versión más arriesgada sostiene que la fricción interna tiene que ver con la muerte de Gavilán, segundo al mando de las AGC, quien murió en combates con el Ejército en septiembre de 2017. Según se oye en la región, hombres cercanos al extinto jefe “para” acusan a Otoniel de haberlo traicionado. Chismes del bajo mundo que nadie comprobará, pero lo cierto es que, según la Defensoría, los homicidios en San José de Uré se multiplicaron exponencialmente entre 2016 y 2018.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Abandonados a la suerte

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Caucasia es el corazón de la subregión del Bajo Cauca. Se encuentra en el límite entre Antioquia y Córdoba. Tiene cerca de 130.000 habitantes y por su territorio pasan los ríos Cauca y Nechí, este último rico en oro, así como también toca el Nudo de Paramillo. Características que lo convierten en un enclave estratégico para la zona. En los últimos tres años se ha convertido en el principal receptor de población desplazada de los municipios del sur de Córdoba, pero también de Zaragoza, Cáceres, Tarazá y Nechí, en Antioquia.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                A pesar de los problemas de orden público, el alcalde Suárez cree que la principal dificultad que enfrenta el municipio no es la violencia, sino lo que la engendra. “Tenemos más de 70.000 personas desocupadas y la principal empresa de Caucasia es el mototaxismo, al que se dedican más de 2.000 personas. El mayor alimento de la violencia es el hambre, es la pobreza y la única forma de combatirla es con oportunidades para la gente”, añade.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                “Aquí ya no hay peces. El río nunca se secaba acá, podía bajar un poco, pero no esto. No sabemos qué nos vamos a poner a hacer. En tiempos de la subienda yo me levantaba unos $200.000 o $300.000 en una noche. Ahora voy a cazar piedra, a balastriar para levantarme $20.000 y apoyarme con el mototaxismo”, señala con los ojos encharcados de pensar qué irá a llevar de comer a su casa cuando llegue la noche.

                                                                                                                                Cáceres, un pueblo fantasma

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Una de las poblaciones más antiguas de Antioquia es San Martín de Cáceres. Fue fundada a mediados del siglo XVI como cabeza de lanza de la explotación de las minas de oro que se extienden hasta Zaragoza y El Bagre, a orillas del río Nechí, y los afluentes que desembocan en el río Cauca. Conecta el nordeste antioqueño con el sur de Córdoba y el Magdalena Medio. Es un corredor estratégico y riquísimo que en las últimas tres décadas ha visto correr mucha sangre. Narcos, “paras” y guerrillas han convertido sus territorios en el atroz teatro de la guerra. No le caben más masacres ni desplazamientos. Su gente ya no resiste más dolor.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Lea: La guerra por el Bajo Cauca y norte de Antioquia

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Su nombre apareció en uno de los panfletos que entregan a quienes tienen que abandonar su casa o atenerse a las consecuencias. Mencionaron a 15 familias de una misma calle, las únicas que quedan allí. Es madre soltera, como su prima y su vecina. Solo se tienen las tres para ver por cinco niños, sus hijos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los cuatro asesinados en Puerto Bélgica venían de Montería. Dice el reporte de las autoridades que sus identidades eran Arnoldo Sánchez, su hija Judith Sánchez Villadiego, Yosiris Martelo y una cuarta persona sin identificar. Iban en un Chevrolet Spark. Los familiares aseguran que venían a hacer un negocio porque eran comerciantes de abarrotes y se escuchan rumores de que las autoridades investigan una truculenta historia que tendría que ver con una guaca de las AGC.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Todo el pueblo vio lo que les hicieron, pero nadie se arriesga a denunciar. Se sumarán al registro de los 19 muertos que lleva este año Cáceres y a los 54 del año pasado. Tal vez el hecho quede registrado en una próxima alerta temprana de la Defensoría del Pueblo, como las emitidas para el Atrato chocoano y el Andén Pacífico, recorridos que también acompañó El Espectador. Este nuevo llamado ya la fue entregado al Gobierno para recordarle que la guerra en el Bajo Cauca también está más prendida que nunca.

                                                                                                                                Dicen que pasaba el mediodía en el corregimiento de Puerto Bélgica. Que ese 14 de febrero era un día caluroso y que los gritos rasgaron el silencio que desde hace meses se posó en el pueblo por cuenta del miedo. Dicen que los sacaron del lugar en el que almorzaban. Que eran dos hombres y dos mujeres. Que los llevaron a la cancha de fútbol y delante de la comunidad los torturaron, que a dos jóvenes las violaron, que los cuatro los mataron, lanzaron sus cuerpos al río Cauca y quemaron el carro en el que llegaron a esta vereda de Cáceres, en el Bajo Cauca antioqueño. Dicen que nadie quiere hablar de eso. Que nadie quiere recordarlo ni contarlo. Solo dicen que dicen. Esa es la regla para proteger la vida en una región que vive en el más crudo fuego cruzado.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Lea: ¿Cuál es la importancia de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET)?

                                                                                                                                Allí sus pobladores no duermen por el miedo a que se rompa la presa de Hidroituango; el hambre por el fracaso de la sustitución de cultivos ilícitos y la desaparición de la pesca, o la brutal violencia que han desatado las franquicias criminales, que se dividen y multiplican con distintos nombres, pero idéntica brutalidad. Pelean por el control de la ruta de narcotráfico que va desde Nechí hasta Coveñas. Una pelea que ha convertido el territorio en una réplica del Lejano Oeste, donde la vida no vale ni los 500 pesos que dicen que cuesta la bala.

                                                                                                                                El retorno de la guerra

                                                                                                                                Los homicidios en el Bajo Cauca antioqueño y el sur de Córdoba no tienen precedentes en la historia reciente. En algunos de sus pueblos se pasó de dos asesinatos en 2017 a 15, 30 o 45 en lo que va del año. Y las tipologías de los crímenes recuerdan los momentos más salvajes del paramilitarismo, cuando se jugaba fútbol con las cabezas o los armados cobraban el miedo con la virginidad de las niñas. Una matazón sin proporciones que crece en silencio mientras el país sigue la crisis humanitaria de Venezuela, transmitida en vivo en la televisión nacional. En esta región operó el frente 18 de las Farc y con su salida se desató una nueva guerra por el control de los cultivos de coca, las minas de oro y la ruta del narcotráfico, que busca la salida al mar por las playas de Coveñas, Moñitos y el golfo de Urabá.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Estos dos municipios del sur de Córdoba están en alerta roja por la situación de conflicto. Y la Defensoría del Pueblo se lo hizo saber al gobierno de Juan Manuel Santos y al de Iván Duque, que acaba de cumplir seis meses. En angustiantes “alarmas tempranas”, el Ministerio Público ha querido llamar la atención de lo que en esta región ocurre desde finales de 2017, cuando se identificó que el Clan del Golfo, también conocido como las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), libraban una guerra a muerte contra una disidencia de este mismo grupo, denominada los Caparrapos. Grupos cuyo origen, en un 90 %, tiene que ver con el fracasado proceso de desmovilización paramilitar.

                                                                                                                                Tan es así, que la denominación de “Caparrapos”, dicen los organismos de inteligencia, tiene que ver con que sus integrantes tienen una estrecha relación con el excomandante del Bloque Mineros de las Autodefensas, Cuco Vanoy, natural de Caparrapí y extraditado a Estados Unidos. Cuentan que la división con el Clan del Golfo se produjo luego de que Otoniel, su máximo líder, intentara un proceso de negociación con el gobierno Santos. También afirman que los duros golpes que recibió este grupo el año pasado hicieron que dejaran de llegar armas y dineros a sus estructuras en regiones como el Bajo Cauca, por lo que los mandos regionales partieron cobijas.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Y una versión más arriesgada sostiene que la fricción interna tiene que ver con la muerte de Gavilán, segundo al mando de las AGC, quien murió en combates con el Ejército en septiembre de 2017. Según se oye en la región, hombres cercanos al extinto jefe “para” acusan a Otoniel de haberlo traicionado. Chismes del bajo mundo que nadie comprobará, pero lo cierto es que, según la Defensoría, los homicidios en San José de Uré se multiplicaron exponencialmente entre 2016 y 2018.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Abandonados a la suerte

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Caucasia es el corazón de la subregión del Bajo Cauca. Se encuentra en el límite entre Antioquia y Córdoba. Tiene cerca de 130.000 habitantes y por su territorio pasan los ríos Cauca y Nechí, este último rico en oro, así como también toca el Nudo de Paramillo. Características que lo convierten en un enclave estratégico para la zona. En los últimos tres años se ha convertido en el principal receptor de población desplazada de los municipios del sur de Córdoba, pero también de Zaragoza, Cáceres, Tarazá y Nechí, en Antioquia.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                A pesar de los problemas de orden público, el alcalde Suárez cree que la principal dificultad que enfrenta el municipio no es la violencia, sino lo que la engendra. “Tenemos más de 70.000 personas desocupadas y la principal empresa de Caucasia es el mototaxismo, al que se dedican más de 2.000 personas. El mayor alimento de la violencia es el hambre, es la pobreza y la única forma de combatirla es con oportunidades para la gente”, añade.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                “Aquí ya no hay peces. El río nunca se secaba acá, podía bajar un poco, pero no esto. No sabemos qué nos vamos a poner a hacer. En tiempos de la subienda yo me levantaba unos $200.000 o $300.000 en una noche. Ahora voy a cazar piedra, a balastriar para levantarme $20.000 y apoyarme con el mototaxismo”, señala con los ojos encharcados de pensar qué irá a llevar de comer a su casa cuando llegue la noche.

                                                                                                                                Cáceres, un pueblo fantasma

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Una de las poblaciones más antiguas de Antioquia es San Martín de Cáceres. Fue fundada a mediados del siglo XVI como cabeza de lanza de la explotación de las minas de oro que se extienden hasta Zaragoza y El Bagre, a orillas del río Nechí, y los afluentes que desembocan en el río Cauca. Conecta el nordeste antioqueño con el sur de Córdoba y el Magdalena Medio. Es un corredor estratégico y riquísimo que en las últimas tres décadas ha visto correr mucha sangre. Narcos, “paras” y guerrillas han convertido sus territorios en el atroz teatro de la guerra. No le caben más masacres ni desplazamientos. Su gente ya no resiste más dolor.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Me siento preso en mi propia casa, mis hijos no salen a la calle más que para ir al colegio, pero nos vamos a ir porque ya no soporto el estrés. No soporto más ver matar a mis compañeros, a mis alumnos. Todos los niños asesinados han sido mis alumnos, estoy dolido en el alma. Impotente. No puedo hacer nada. No hay a quién recurrir. No queremos que nos manden mil o dos mil policías, mándenos tan siquiera tres que sean honestos. No hallamos qué hacer, yo me iré, pero aquí hay gente que no se puede ir, que vive del rebusque, que paga arriendo y están aguantando hambre porque no hay quién salga de la casa”, expresa, con la voz cortada por el llanto, un profesor del pueblo.

                                                                                                                                Lea: La guerra por el Bajo Cauca y norte de Antioquia

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Se calcula que un 30 % de la población del casco municipal ya se ha desplazado, entre el miedo a que se rompa la presa de Hidroituango y la salvaje guerra que libran las AGC, los Caparrapos y el Eln. El año pasado, el colegio Monseñor Gerardo Patiño tenía 2.250 estudiantes y hoy quedan menos de 1.400 niños y niñas. Hasta han tenido que modificar el horario de la jornada educativa para respetar el toque de queda impuesto a punta de miedo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los barrios están desocupados. Nadie madruga ni nadie trasnocha. “En mi calle soy la única que queda. Ya todos los vecinos se fueron. Cuando oscurece me guardo a esperar a ver cuándo llegan a matarme. Ni prendo la luz ya, es más, ni bombillos tengo. Me quedo en una silla escuchando los tiros, el llanto, el miedo”, narra una anciana resignada. “Aquí estamos todos enfermos. Los niños han visto los muertos, asesinar a padres, amigos, hermanos. Es un pueblo fantasma. Somos fantasmas, los asesinados y los vivos, que ya estamos muertos del puro terror”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “No quiero que llegue la noche. No quiero que llegue la noche”, repetía entre sollozos una joven madre. No podía contener el llanto mientras su hijo, de unos cinco años, se le enredaba entre las piernas como queriendo volver a su útero. “Qué vamos a hacer cuando lleguen las 8:00. Anoche corría la zozobra porque pensaba que nos iban a matar”, agrega señalando a otra niña, esta de siete años, hija de su prima. “Eso no es justo, nosotros no elegimos una guerra. Si ellos se quieren matar, que no nos metan a nosotros y al presidente parece que le importara más lo que pasa en Venezuela”, dice tomando un poco de aire.

                                                                                                                                Su nombre apareció en uno de los panfletos que entregan a quienes tienen que abandonar su casa o atenerse a las consecuencias. Mencionaron a 15 familias de una misma calle, las únicas que quedan allí. Es madre soltera, como su prima y su vecina. Solo se tienen las tres para ver por cinco niños, sus hijos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los cuatro asesinados en Puerto Bélgica venían de Montería. Dice el reporte de las autoridades que sus identidades eran Arnoldo Sánchez, su hija Judith Sánchez Villadiego, Yosiris Martelo y una cuarta persona sin identificar. Iban en un Chevrolet Spark. Los familiares aseguran que venían a hacer un negocio porque eran comerciantes de abarrotes y se escuchan rumores de que las autoridades investigan una truculenta historia que tendría que ver con una guaca de las AGC.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Todo el pueblo vio lo que les hicieron, pero nadie se arriesga a denunciar. Se sumarán al registro de los 19 muertos que lleva este año Cáceres y a los 54 del año pasado. Tal vez el hecho quede registrado en una próxima alerta temprana de la Defensoría del Pueblo, como las emitidas para el Atrato chocoano y el Andén Pacífico, recorridos que también acompañó El Espectador. Este nuevo llamado ya la fue entregado al Gobierno para recordarle que la guerra en el Bajo Cauca también está más prendida que nunca.

                                                                                                                                Por Alfredo Molano Jimeno / @AlfredoMolanoJi

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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