Las tres voces firmantes de paz silenciadas en la primera semana de 2021
Yolanda Zabala, Duván Arled Galíndez y Diego María Yule, al igual que los otros 249 excombatientes de las Farc asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz, tenían planeado un proyecto de vida alrededor del bien de sus comunidades y del resarcimiento con las víctimas de la guerra.
El 2021 comenzó con tristes y preocupantes noticias para los exguerrilleros de las Farc. En tan solo una semana se registraron tres homicidios de excombatientes. La cifra de este flagelo ya asciende los 252 casos desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Según el partido FARC, en las regiones no hay garantías suficientes para que estas personas tengan una reincorporación con plena calma.
El 1 de enero pasado, Yolanda Zabala, de 22 años, se convirtió en la primera excombatiente de la antigua guerrilla asesinada en 2021. Sus verdugos tampoco le perdonaron la vida a su hermana Reina, de apenas 17 años, quien siempre fue su gregaria en las buenas y en las malas, y nada tenía que ver con el conflicto armado.
Según la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el 21% del total de asesinatos de excombatientes de las Farc (con corte a diciembre de 2020) ha sido en contra de los gestores de proyectos de implementación del Acuerdos de Paz.
Este fue el caso Yolanda y también de Duván Galíndez, exguerrillero de 34 años, asesinado el 2 de enero, en Cartagena del Chairá (Caquetá). Dos líderes que después de la dejación de armas se la jugaron para ser instrumento de reconciliación y de reparación colectiva en las comunidades que en algún momento encararon estando en las filas de un grupo armado.
A pesar de que los firmantes del Acuerdo han pedido ante las autoridades protección, las estrategias para salvaguardar sus vidas no han funcionado. El caso de Diego Yule es prueba de ello. En la noche del 7 de enero, este exguerrillero fue asesinado en Cali. Tenía 39 años, era conocido también como Cristian Ramírez y había sido desplazado con medidas de seguridad desde el municipio de Caloto (Cauca), donde sufrió un atentado.
(También le puede interesar: En 2020, 73 excombatientes fueron asesinados: Misión de la ONU)
Aunque los tres cumplieron con su compromiso de dejar las armas y estar en regla con sus procesos respectivos de reincorporación en Briceño (Antioquia), Cartagena del Chairá y en Cali (Valle), fueron asesinados por sicarios, quienes aún no han sido identificados por las autoridades. Desde el partido FARC, le voy volvieron a exigir al Gobierno Nacional que cumpla con su labor de cuidar a los excombatientes. Además, le recordó en un comunicado que “la única salida a esta nueva ola de violencia es la implementación efectiva e integral del Acuerdo de Paz”.
Colombia 2020 conversó con algunos familiares y conocidos de las víctimas, quienes contaron cuáles eran sus proyectos de vida.
Yolanda Zabala, un sentido de la unión en el ETCR La Plancha
Yolanda fue reclutada por las antiguas Farc cuando era menor de edad. Según sus más cercanos, eso no fue motivo para que dejara en el olvido a su familia que día a día, con el corazón en la mano la esperaba entre Anorí y Briceño (Antioquia). Su hermana Reina siempre estuvo atenta a un regreso que parecía inminente en medio de las negociaciones del proceso de paz en La Habana (Cuba).
El fin de las Farc llegó y con ello la vida de Yolanda tomó rumbo hacia el ETCR de La Plancha en Anorí. Desde allí, junto con antiguos compañeros de fila, luchó para que fueran aprobados los proyectos productivos que crearon para reincorporarse a la vida civil. Mientras tanto, tenía que lidiar con los asesinatos de sus compañeros.
Su afinidad por la lucha ’fariana’ la llevó a encabezar distintos procesos de diálogos comunitarios en el noroeste antioqueño, cuestión que, según uno de sus hermanos quien prefiere no revelar su nombre, la llevó a ganarse muchos problemas entre los grupos armados que operaban cerca a Anorí.
“Queremos olvidar el pasado de guerrillera que tuvo Yolanda. Teníamos claro que ella compartía ideales y formas de ver el mundo con muchos de sus compañeros, pero después de que se desmovilizó, su pasado llegó acompañado con dolor y con amenazas hacia nosotros, especialmente hacia mi padre y hacia mí”, relata.
Reina, secuestrada y asesinada junto a su hermana, le prestó poca atención a quienes le advertían que podía estar en peligro. A sus 17 años solo disfrutaba del tiempo que pasaba con Yolanda y de las enseñanzas que le dejaron su tiempo en la guerra.
Heyner Rincón*, uno de los reincorporados en el ETCR de Anorí, asegura que Reina era la persona más importante para Yolanda: “Fue a quien más amó en vida y con quien ahora compartirá sin tener amenazas o intimidaciones de los enemigos de la paz”. Para él, su legado de querer ver unidos a sus compañeros, a pesar de la adversidad, se mantendrá y “haremos fuerza para que logremos tener una empresa de confección como el que ella deseaba”.
(Lea también: Nuevo asesinato de exguerrillero en proceso de reincorporación en Caquetá)
Duván Arled Galíndez, gestor de paz en Cartagena del Chairá
El 3 de enero, Duván Galíndez salió sobre las 10:00 p.m. de un restaurante en su natal Cartagena del Chairá. Allí compartió con su pareja y a su salida, un sicario le disparó en tres oportunidades, dejándole heridas que le quitaron la vida mientras era trasladado al hospital municipal.
Brian*, uno de sus amigos más cercanos, lo recuerda como un hombre caracterizado por ser un soñador empedernido. Según él, entre otras cosas, eso fue lo que llevó a Duván a radicarse en Cali y dejar atrás sus días en Cartagena del Chairá.
“Él la pasaba muy bien por acá con sus más cercanos. Cuando lo mataron venía de vacaciones a relajarse un poco. Nunca nos habló de amenazas y decía que la vida en Cali lo trataba bien. Mira como es la vida, seguro lo tenían estudiado y le siguieron la pista algún tiempo. Qué perra injusticia, él solo venía por acá a estar con los suyos, y a hablar con comunidades y niños de las atrocidades de la guerra que a él le tocó vivir para que ellos no cayeran en lo mismo”, cuenta Brian.
Según otros conocidos, con la partida de Duván también se esfumaron los deseos de formar una microempresa en Cali y una pequeña escuela de paz en el sur del Caquetá en el que niños y jóvenes pudieran conocer alternativas culturales diferentes que los alejaran de los grupos armados.
Diego Yule, el mototaxismo como rebusque tras dejar las armas
La pasión por el motor estuvo vigente en la vida de Diego, antes y después de entrar a las Farc. Algunos de sus allegados, consultados por este diario en el norte del Cauca, dijeron que las motos eran su “pecado culposo” y que, a pesar de perderle la pista por casi 10 años en los que fue un combatiente, era un sueño que nunca olvidaron de él.
Al igual que Duván, Diego abandonó su tierra natal para cumplir su proyecto de vida en Santiago de Cali. Tras dejar las armas, se reincorporó en el ETCR Monterredondo, en Miranda (Cauca), pero su deseo de seguir adelante era insaciable y necesitaba navegar nuevos rumbos.
Astrid*, una de sus amigas de infancia, rememora que siempre le gustó la idea de montar un negocio que le ayudara a mantener a su familia. “Su sueño, truncado por la guerra, de ser cercano a las motos o de tener una panadería fue una bandera tan suya, algo por lo que no lo olvidaremos. Ni antes ni después de que se hubiera ido, las armas lo volvieron violento, por el contrario, mantuvo siempre su carácter noble”.
En la capital del Valle, ya asentado con 39 años y con metas por delante, se topó con el mototaxismo, un oficio que lo ayudaba a vivir del día a día y que lo acercaba de a pocos a su sueño de “sostenerse a punta de moto”, como explica Astrid.
Su asesinato no solo deja un vacío en la vida de Astrid, quien dice amarlo profundamente, sino también de sus hermanos, el ‘grupito Yule’, como se les conocía en Caloto (Cauca), con quienes se desmovilizó en 2016 del frente sexto de las Farc y con quienes prometió trazar una vida tranquila, honrosa y con pleno orgullo para sus padres de origen campesino.
(Lea: Las 10 postales que deja el 2020 sobre la construcción de paz)
* Nombres cambiados por seguridad de las fuentes
El 2021 comenzó con tristes y preocupantes noticias para los exguerrilleros de las Farc. En tan solo una semana se registraron tres homicidios de excombatientes. La cifra de este flagelo ya asciende los 252 casos desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Según el partido FARC, en las regiones no hay garantías suficientes para que estas personas tengan una reincorporación con plena calma.
El 1 de enero pasado, Yolanda Zabala, de 22 años, se convirtió en la primera excombatiente de la antigua guerrilla asesinada en 2021. Sus verdugos tampoco le perdonaron la vida a su hermana Reina, de apenas 17 años, quien siempre fue su gregaria en las buenas y en las malas, y nada tenía que ver con el conflicto armado.
Según la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el 21% del total de asesinatos de excombatientes de las Farc (con corte a diciembre de 2020) ha sido en contra de los gestores de proyectos de implementación del Acuerdos de Paz.
Este fue el caso Yolanda y también de Duván Galíndez, exguerrillero de 34 años, asesinado el 2 de enero, en Cartagena del Chairá (Caquetá). Dos líderes que después de la dejación de armas se la jugaron para ser instrumento de reconciliación y de reparación colectiva en las comunidades que en algún momento encararon estando en las filas de un grupo armado.
A pesar de que los firmantes del Acuerdo han pedido ante las autoridades protección, las estrategias para salvaguardar sus vidas no han funcionado. El caso de Diego Yule es prueba de ello. En la noche del 7 de enero, este exguerrillero fue asesinado en Cali. Tenía 39 años, era conocido también como Cristian Ramírez y había sido desplazado con medidas de seguridad desde el municipio de Caloto (Cauca), donde sufrió un atentado.
(También le puede interesar: En 2020, 73 excombatientes fueron asesinados: Misión de la ONU)
Aunque los tres cumplieron con su compromiso de dejar las armas y estar en regla con sus procesos respectivos de reincorporación en Briceño (Antioquia), Cartagena del Chairá y en Cali (Valle), fueron asesinados por sicarios, quienes aún no han sido identificados por las autoridades. Desde el partido FARC, le voy volvieron a exigir al Gobierno Nacional que cumpla con su labor de cuidar a los excombatientes. Además, le recordó en un comunicado que “la única salida a esta nueva ola de violencia es la implementación efectiva e integral del Acuerdo de Paz”.
Colombia 2020 conversó con algunos familiares y conocidos de las víctimas, quienes contaron cuáles eran sus proyectos de vida.
Yolanda Zabala, un sentido de la unión en el ETCR La Plancha
Yolanda fue reclutada por las antiguas Farc cuando era menor de edad. Según sus más cercanos, eso no fue motivo para que dejara en el olvido a su familia que día a día, con el corazón en la mano la esperaba entre Anorí y Briceño (Antioquia). Su hermana Reina siempre estuvo atenta a un regreso que parecía inminente en medio de las negociaciones del proceso de paz en La Habana (Cuba).
El fin de las Farc llegó y con ello la vida de Yolanda tomó rumbo hacia el ETCR de La Plancha en Anorí. Desde allí, junto con antiguos compañeros de fila, luchó para que fueran aprobados los proyectos productivos que crearon para reincorporarse a la vida civil. Mientras tanto, tenía que lidiar con los asesinatos de sus compañeros.
Su afinidad por la lucha ’fariana’ la llevó a encabezar distintos procesos de diálogos comunitarios en el noroeste antioqueño, cuestión que, según uno de sus hermanos quien prefiere no revelar su nombre, la llevó a ganarse muchos problemas entre los grupos armados que operaban cerca a Anorí.
“Queremos olvidar el pasado de guerrillera que tuvo Yolanda. Teníamos claro que ella compartía ideales y formas de ver el mundo con muchos de sus compañeros, pero después de que se desmovilizó, su pasado llegó acompañado con dolor y con amenazas hacia nosotros, especialmente hacia mi padre y hacia mí”, relata.
Reina, secuestrada y asesinada junto a su hermana, le prestó poca atención a quienes le advertían que podía estar en peligro. A sus 17 años solo disfrutaba del tiempo que pasaba con Yolanda y de las enseñanzas que le dejaron su tiempo en la guerra.
Heyner Rincón*, uno de los reincorporados en el ETCR de Anorí, asegura que Reina era la persona más importante para Yolanda: “Fue a quien más amó en vida y con quien ahora compartirá sin tener amenazas o intimidaciones de los enemigos de la paz”. Para él, su legado de querer ver unidos a sus compañeros, a pesar de la adversidad, se mantendrá y “haremos fuerza para que logremos tener una empresa de confección como el que ella deseaba”.
(Lea también: Nuevo asesinato de exguerrillero en proceso de reincorporación en Caquetá)
Duván Arled Galíndez, gestor de paz en Cartagena del Chairá
El 3 de enero, Duván Galíndez salió sobre las 10:00 p.m. de un restaurante en su natal Cartagena del Chairá. Allí compartió con su pareja y a su salida, un sicario le disparó en tres oportunidades, dejándole heridas que le quitaron la vida mientras era trasladado al hospital municipal.
Brian*, uno de sus amigos más cercanos, lo recuerda como un hombre caracterizado por ser un soñador empedernido. Según él, entre otras cosas, eso fue lo que llevó a Duván a radicarse en Cali y dejar atrás sus días en Cartagena del Chairá.
“Él la pasaba muy bien por acá con sus más cercanos. Cuando lo mataron venía de vacaciones a relajarse un poco. Nunca nos habló de amenazas y decía que la vida en Cali lo trataba bien. Mira como es la vida, seguro lo tenían estudiado y le siguieron la pista algún tiempo. Qué perra injusticia, él solo venía por acá a estar con los suyos, y a hablar con comunidades y niños de las atrocidades de la guerra que a él le tocó vivir para que ellos no cayeran en lo mismo”, cuenta Brian.
Según otros conocidos, con la partida de Duván también se esfumaron los deseos de formar una microempresa en Cali y una pequeña escuela de paz en el sur del Caquetá en el que niños y jóvenes pudieran conocer alternativas culturales diferentes que los alejaran de los grupos armados.
Diego Yule, el mototaxismo como rebusque tras dejar las armas
La pasión por el motor estuvo vigente en la vida de Diego, antes y después de entrar a las Farc. Algunos de sus allegados, consultados por este diario en el norte del Cauca, dijeron que las motos eran su “pecado culposo” y que, a pesar de perderle la pista por casi 10 años en los que fue un combatiente, era un sueño que nunca olvidaron de él.
Al igual que Duván, Diego abandonó su tierra natal para cumplir su proyecto de vida en Santiago de Cali. Tras dejar las armas, se reincorporó en el ETCR Monterredondo, en Miranda (Cauca), pero su deseo de seguir adelante era insaciable y necesitaba navegar nuevos rumbos.
Astrid*, una de sus amigas de infancia, rememora que siempre le gustó la idea de montar un negocio que le ayudara a mantener a su familia. “Su sueño, truncado por la guerra, de ser cercano a las motos o de tener una panadería fue una bandera tan suya, algo por lo que no lo olvidaremos. Ni antes ni después de que se hubiera ido, las armas lo volvieron violento, por el contrario, mantuvo siempre su carácter noble”.
En la capital del Valle, ya asentado con 39 años y con metas por delante, se topó con el mototaxismo, un oficio que lo ayudaba a vivir del día a día y que lo acercaba de a pocos a su sueño de “sostenerse a punta de moto”, como explica Astrid.
Su asesinato no solo deja un vacío en la vida de Astrid, quien dice amarlo profundamente, sino también de sus hermanos, el ‘grupito Yule’, como se les conocía en Caloto (Cauca), con quienes se desmovilizó en 2016 del frente sexto de las Farc y con quienes prometió trazar una vida tranquila, honrosa y con pleno orgullo para sus padres de origen campesino.
(Lea: Las 10 postales que deja el 2020 sobre la construcción de paz)
* Nombres cambiados por seguridad de las fuentes