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En el Consejo Comunitario de La Toma, a las afueras de Suárez (Cauca), hay una regla principal para estar en comunidad: “La vida no se vende, siempre se ama y se defiende”. Si bien esta forma de resistir les ha generado desplazamientos, humillaciones e intimidaciones por parte de multinacionales mineras, paramilitares, guerrillas y el mismo Estado, por generaciones no han dado su brazo a torcer ante nada ni nadie. Para ellos, su territorio lo es todo y no están dispuestos a ceder nada que los vuelva a alejar de sus raíces y costumbres.
Bajando de La Toma se llega al casco urbano de Suárez, tan cercano a Cali, donde retumba la salsa desde el momento en el que se cruza la cancha de fútbol a la entrada del pueblo. Sorpresivamente, la carranga también es popular entre los suareños. Estos ritmos están casi monopolizados por el Grupo Caña Brava, agrupación local que combina el tiple, los requintos y las guacharacas con narraciones acerca del municipio: una riquísima historia bañada en oro, que paradójicamente los ha empobrecido por la entrada de foráneos.
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Su canción más sonada es “Mi compadre no se va”, que cuenta una historia de todos: las dudas de un hombre que se quiere ir del territorio, pero que es empujado por su comunidad para quedarse, defender sus tradiciones, resignificar la minería artesanal en La Carolina y bailar, para nunca dejar de hacerlo.
En la vereda Yolombó, cercana al río Ovejas, vive Lisifrey Ararat, líder social, quien supo ser gregario imprescindible de la precandidata presidencial Francia Márquez Mina en su lucha contra AngloGold Ashanti. Un personaje querido por los vecinos, al que le gusta andar a pie para saludar a sus paisanos y saber en qué andan. Sin embargo, por momentos es prisionero de la camioneta que le asignó la Unidad Nacional de Protección (UNP) y esos apretones de mano que desea se quedan en ilusiones.
Lisifrey sonríe de forma tímida. Tiene una alegría natural contenida, pero tal vez los años, las luchas contra mineras que han querido arrasar con todo en Suárez para encontrar oro y el temor de su gente han enfriado su mirada. Aunque sabe que ante cualquier problema siempre se van a parar con dignidad.
“En 1985, construyeron el embalse Salvajina, que ante ojos ingenuos puede parecer simplemente una maravilla. Claro, es imponente, tremenda obra de ingeniería, pero detrás de esta hidroeléctrica está el desplazamiento de más de 6.000 personas que lo dejaron todo al ser amenazados por un ‘desarrollo’ que hoy se muestra como más pobreza. Pagamos una electricidad escalofriantemente costosa y nuestras aguas en el río Ovejas están contaminadas de mercurio por esas mineras canadienses y sudafricanas, que vieron en nuestro oro una oportunidad para lucrarse a costa de nuestra miseria. Esto al final del día solo nos valió para hacernos más fuertes y tener mayor empuje a la hora de defender lo que nos dejaron nuestros antepasados”, cuenta.
Y es que detrás del oro ha llegado la violencia. Para defender a su pueblo, los líderes de esta región han resistido desde sus enclaves comunitarios y también a través de la vía de la política electoral, aunque eso les haya costado hasta hoy amenazas y asesinatos. Lisifrey recuerda, como si hubiera sido ayer, el diálogo que tuvo con Karina García, excandidata a la Alcaldía de Suárez en septiembre de 2019, horas antes de que fuera masacrada junto a cinco personas más por la disidencia Jaime Martínez de las extintas Farc.
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“El día que a ella la mataron me llamó a decirme que todo estaba muy duro y que temía por su vida. Amaba a su madre como nadie, lo decía mucho en sus años de concejal… y mira cómo es la vida de cruel: ambas fueron asesinadas el mismo día. Su muerte fue el clavo que faltaba para saber que aquí ni con Acuerdo de Paz hay garantías para ejercer debidamente la política. En 1997, pusieron una bomba para que no hubiera elecciones, en el 2000 los paramilitares ponían alcaldes, en 2007 y 2011 todo era violencia armada de la guerrilla y en 2019 pasó este dolor tan grande. ¿Qué vendrá en el 2022, cuando se juega más que lo regional? Los sabios de acá bien me dijeron: ‘Cuidado con sus intenciones, porque si por la lucha minera no lo van a matar, por lo político sí’”, asegura el líder.
César Cerón, por su parte, ve con otros ojos la política territorial. Hoy es uno de los once concejales que tiene Suárez. Anda en moto y siempre carga con una mochila negra, que no suelta ni para sentarse. Está orgulloso de ser un sobreviviente de la violencia homicida. Ganó su silla en el cabildo por quedar de segundo en las elecciones a la Alcaldía y aunque su destino estuvo cerca de ser como el de Karina García, al ser un blanco militar por grupos armados que se oponían a su liderazgo en el Consejo Comunitario de La Meseta, eso no lo alejó de las urnas.
“En mayo de 2019, sufrí un atentado del que me salvé porque el arma de mis agresores no accionó de inmediato, lo que me dio tiempo para escapar entre la montaña. Vivir con miedo para ejercer liderazgos se volvió una constante que nos ha hecho perder a personas muy valiosas y ni con eso botamos la toalla. Suárez, Santander de Quilichao y Buenos Aires se volvieron territorio de camionetas blindadas que protegen líderes, eso ya habla de lo delicada que está la cosa en materia de seguridad. Queremos seguir el camino que nos está dejando Francia [Márquez] y queremos mostrar todo lo que se puede construir desde la política territorial. Somos un semillero de paz que quieren acabar las élites, pero después de tanto padecer hoy solo entendemos al miedo como algo que no tenemos”, sentencia Cerón.
Se acerca el 13 de noviembre, fecha en la que se abrirán las inscripciones para candidatos que aspiren a las curules de paz y las dudas en Suárez están a la orden del día. El nombre de Lisifrey suena para lanzarse a uno de esos escaños, pero su voluntad está lejana a eso. Él prefiere ir al río todos los días para seguir con la pesca artesanal, que le enseñó su padre. Tomó la decisión de vida de no pelear con nadie sobre temas políticos, aunque no esconde su carácter progresista.
“Todos sabemos acá que las curules de paz serán un escenario que nos dignificará como víctimas, claro, si no hay interferencia de partidos tradicionales. Don Lisi sería una buena opción, pero si no quiere, ¿qué se puede hacer? Él es inteligente, tendrá sus motivos y como pocos aquí sabe de las calenturas que tiene un año electoral. Independientemente de que alguien de Suárez o del norte del Cauca salga o no para el Congreso, nuestra lucha no cambia”, insiste César Cerón.
Los armados siguen al acecho
Mediante un mensaje de texto enviado por desconocidos, al profe Aníbal Vega y otro par de líderes comunitarios en La Toma les hicieron saber hace dos meses que tenían 72 horas para abandonar su hogar o, por el contrario, serían asesinados.
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“Pasaron los tres días y nadie vino por nosotros. ¿Así quién nos iba a llevar y cómo nos íbamos de aquí?”, dice Aníbal entre risas nerviosas. Según él, irse de su territorio sería faltar a todos los valores que le dejaron sus mayores, a quienes los considera como la voz de Dios. Desde las matemáticas, enseña a los más chicos que los números no son lo único que no tiene límites, si cargan su vida de sueños, como le enseñó su madre, a quien perdió hace poco. Desde su liderazgo en su consejo comunitario, les muestra a sus coterráneos que los problemas están para meterse al ruedo, torearlos y salir victoriosos.
Aníbal y Lisifrey andan de arriba para abajo cuando sus agendas coinciden y cuando los llaman desde el consejo comunitario. Comulgan con los mismos valores y ven en el otro a un compañero de mucho más de mil batallas. En 2004, hicieron resistencia frente a la llegada de la Sociedad Kedahda, una minera autorizada por el gobierno de Álvaro Uribe para explotar oro en más de 30.000 hectáreas de Suárez y más de once millones en todo el país. Aníbal calcula que lo que extraían ellos y posteriormente AngloGold en una semana, las familias suareñas con minas artesanales propias lo hacían en cinco años.
Por su lucha conjunta, que ahora está enfocada en mitigar los impactos del narcotráfico, su vínculo se ha hecho fuerte y no temen a nada porque se tienen el uno al otro. “Los cultivos de uso ilícito están comenzando a tomar fuerza en el norte del Cauca. Si esto sigue así, de aquí a cinco años estas montañas que tengo a mi lado estarán atiborradas de coca. Y, particularmente, el año electoral en el que estamos se proyecta para ser violento con nosotros, participemos o no en política; quieren imponerse a toda costa. Los dueños de este negocio nos ven como sus opositores, nos amenazan y nos quieren sacar. Es la misma conducta que han tenido siempre las mineras multinacionales… operan igual cuando quieren delinquir. Y ante eso yo pienso: si damos rienda suelta para que nos pasen por encima, ¿qué estamos haciendo como pueblo? Si dejamos que nos pisoteen estamos renunciando a nuestras vidas y pues, como decimos acá, la vida no se vende”, asevera Aníbal.
En varias calles de este pueblo afro se ven grafitis alusivos a las disidencias de los frentes 6 y 30 de las antiguas Farc, al igual que de los residuos de las columnas móviles Jacobo Arenas y Jaime Martínez. A Lisifrey Ararat lo que más le preocupa de esto es que, según él, ninguno tiene un rumbo ideológico fijo y no se sabe hacia dónde van a apuntar. Según las autoridades, los carteles mexicanos estarían detrás de la financiación de los grupos guerrilleros. Y, por supuesto, los habitantes de esta subregión deben lidiar con una fuerte presencia del Ejército Nacional.
Esa confrontación armada se ha traducido en combates en medio de la población civil, que se resguarda en los muros de sus casas o prefiere desplazarse, y en numerosas masacres en el norte del Cauca. En mayo de este año, en Suárez, fueron asesinados tres hombres (de 18, 24 y 30 años) en la vereda Tamboral, muy cerca a La Salvajina.
“Esta es una cara fallida del proceso de paz. Es como si a los que apoyamos la firma del Acuerdo nos estuvieran castigando desde el Gobierno. Hay un desbarajuste total en esta parte del Cauca y en el Pacífico, que son unas tierras en las que las mafias nunca se han querido ir. Ellos saben que aquí no hay alianzas con multinacionales ni con corrupción, que vemos al territorio como lo máximo y eso no es de su agrado, nos ven como enemigos”, denuncia Lisifrey.
Las matronas de Yolombó
Heidy Carabalí tiene 18 años y desde que tiene memoria sus mayores le han enseñado que la música, el respeto por sus costumbres, la conservación de su acento y la educación formal e informal son las claves para defender lo que más ama. “Mi guía es Francia Márquez. Acá eso se dice mucho, puede sonar repetitivo, pero es la verdad. Ella nos inspiró a que como colectivo lo podemos lograr todo. Mostró lo poderosas que podemos ser las lideresas y que nuestro techo solo está en la cabeza de cada una”, dice emocionada.
Aníbal Vega, su mentor, la proyecta como una lideresa política que pueda dar un salto desde Yolombó (Suárez) hasta Cali o Bogotá. Mientras eso sucede, Heidy lidera grupos musicales en su vereda, les habla de tú a tú a los líderes afianzados e invita constantemente a sus compañeros a que se empoderen con sus causas, porque si no lo hacen, otros lo harán por ellos.
“Todos aquí estamos al servicio de todos. Lo que estoy fomentando ahora es lo más bello que me enseñaron y que creceré con eso… esto es territorio de paz, de los Mina, los Lucumí, los Carabalí, los Yatacué y del sinfín de apellidos de nuestros ancestros que lucharon por nosotros. Ahora las banderas son nuestras y desde la política vamos a triunfar. Mañana me toca a mí y a las demás mujeres caucanas”, concluye.
A contados kilómetros del mirador de Yolombó, Carolina García-Mina entabla mesas de diálogo para visibilizar a las mujeres. Dice convencida que “algunos, espero que no de broma, nos llaman matronas a las que defendemos los movimientos de mujeres y la cultura feminista. Nos honra porque estamos cosechando liderazgos que se arraigan y se quedan acá. Nos estamos formando para participar activamente en procesos comunitarios y políticos. Nuestro sentir es que las luchas sociales deben tener identidad y en Yolombó, sin duda, la cuota la ponen las mujeres”.
La vereda Yolombó es la cuna del activismo político-ambiental en Suárez. Su río Ovejas, tan contaminado como querido, ha sido testigo de personas corajudas que dejan la piel por su dignidad y sus raíces. En esas aguas se puede ver que Heidy y Carolina son apenas dos de las muchas lideresas allí que no descansarán hasta que su tierra se respete por completo.
*Esta producción hace parte del especial “Defender la paz: una labor de alto riesgo”, apoyado por la fundación Friedrich Ebert Stiftung Colombia (FESCOL), a través de su proyecto “Violencia y Órdenes Políticos Locales en el Posacuerdo”.