Niñas de Soacha pedalean por un municipio más seguro
La Fundación Niñas Sin Miedo hace talleres, actividades lúdicas y recolecta bicicletas para dar paseos por el espacio público y reclamarlo como un lugar seguro para las niñas.
Susana Noguera/@011Noguera
Natalia Espitia conoce el miedo que se siente después de una agresión, ya que durante un viaje a Argentina vivió un intento de violación en un espacio público. Esta experiencia la llevó a aislarse. Cada vez que salía a la calle se ponía audífonos para evitar hacer contacto con cualquier persona y así escudarse de ese mundo hostil e inseguro. Para volver a disfrutar del espacio público empezó a montar bicicleta.
Tres años después de la experiencia, no solo recuperó su seguridad, sino que la usó para ayudar a que otras niñas no pasen por lo mismo. Hoy ella es la directora de Niñas Sin Miedo, una fundación que hace talleres, actividades lúdicas y recolecta bicicletas para dar paseos por el espacio público y reclamarlo como un lugar seguro para las niñas.
Espitia eligió empezar el proyecto en Soacha porque ya había trabajado ahí y conocía las problemáticas que enfrentan especialmente las niñas del municipio. Soacha es receptor de miles de víctimas del conflicto armado que llegan a Bogotá. A junio de 2016, han llegado al municipio 42.200 sobrevivientes del conflicto. Más del 8% de la población de Soacha está registrada como víctima.
El barrio Los Pinos solía ser seguro, hasta bonito – cuenta Luz Mery, presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, mientras disuelve la espesa pintura rosada para pintar las bicicletas donadas a Niñas sin Miedo.- “Había mucho pasto e íbamos a jugar a orillas de la laguna. Todo eso empezó a cambiar y desde 2001 llegaron más personas desplazadas, el municipio no tuvo con qué acoger a toda la población y también llegaron distintos grupos armados”, añade.
Luz Mery se refiere al periodo entre 2001 y 2009 en el que, según cifras de la Unidad para la Atención a Víctimas (Uariv), hubo dos picos de desplazamiento hacia el municipio. Durante los últimos años el lugar también se ha vuelto más inseguro con la presencia de las Águilas Negras, Rastrojos así como posibles milicias de las Farc.
Todos los problemas ecológicos, sociales y económicos de Soacha se condensan y afectan a la primera infancia, el sector más vulnerable de la población. Eso es precisamente lo que Niñas Sin Miedo quiere combatir. Con pintura y bicicletas buscan borrar estos estereotipos nocivos y crear un nuevo mundo más seguro para las menores. “También hacemos acompañamiento psicológico a las niñas que vivieron episodios de violencia sexual. Cuando identificamos un caso contactamos a la mamá y le damos la posibilidad de que interponga una demanda. Eso es difícil porque en muchos casos los agresores son parientes y las mamás tienen miedo de cómo reaccionará la familia”, explica Espitia.
La iniciativa tuvo buena acogida y un año después de su inicio cuenta con 15 niñas que asisten a los talleres cada sábado, cuatro voluntarios regulares y decenas de patrocinadores. Las participantes del proyecto decidieron que se pondrían camisetas rosadas y cascos verde aguamarina porque querían mezclar un color de niña con otro más masculino. Los tonos dejarían claro que, “si bien nos gustan las cosas de niñas, también podemos jugar fútbol y hacer cosas que otros piensan que solo son de niños”, explica Valentina, la líder de 10 años, con cara muy seria y expresivos ojos negros que se abren cuando hace énfasis en las palabras clave.
Natalia Espitia conoce el miedo que se siente después de una agresión, ya que durante un viaje a Argentina vivió un intento de violación en un espacio público. Esta experiencia la llevó a aislarse. Cada vez que salía a la calle se ponía audífonos para evitar hacer contacto con cualquier persona y así escudarse de ese mundo hostil e inseguro. Para volver a disfrutar del espacio público empezó a montar bicicleta.
Tres años después de la experiencia, no solo recuperó su seguridad, sino que la usó para ayudar a que otras niñas no pasen por lo mismo. Hoy ella es la directora de Niñas Sin Miedo, una fundación que hace talleres, actividades lúdicas y recolecta bicicletas para dar paseos por el espacio público y reclamarlo como un lugar seguro para las niñas.
Espitia eligió empezar el proyecto en Soacha porque ya había trabajado ahí y conocía las problemáticas que enfrentan especialmente las niñas del municipio. Soacha es receptor de miles de víctimas del conflicto armado que llegan a Bogotá. A junio de 2016, han llegado al municipio 42.200 sobrevivientes del conflicto. Más del 8% de la población de Soacha está registrada como víctima.
El barrio Los Pinos solía ser seguro, hasta bonito – cuenta Luz Mery, presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, mientras disuelve la espesa pintura rosada para pintar las bicicletas donadas a Niñas sin Miedo.- “Había mucho pasto e íbamos a jugar a orillas de la laguna. Todo eso empezó a cambiar y desde 2001 llegaron más personas desplazadas, el municipio no tuvo con qué acoger a toda la población y también llegaron distintos grupos armados”, añade.
Luz Mery se refiere al periodo entre 2001 y 2009 en el que, según cifras de la Unidad para la Atención a Víctimas (Uariv), hubo dos picos de desplazamiento hacia el municipio. Durante los últimos años el lugar también se ha vuelto más inseguro con la presencia de las Águilas Negras, Rastrojos así como posibles milicias de las Farc.
Todos los problemas ecológicos, sociales y económicos de Soacha se condensan y afectan a la primera infancia, el sector más vulnerable de la población. Eso es precisamente lo que Niñas Sin Miedo quiere combatir. Con pintura y bicicletas buscan borrar estos estereotipos nocivos y crear un nuevo mundo más seguro para las menores. “También hacemos acompañamiento psicológico a las niñas que vivieron episodios de violencia sexual. Cuando identificamos un caso contactamos a la mamá y le damos la posibilidad de que interponga una demanda. Eso es difícil porque en muchos casos los agresores son parientes y las mamás tienen miedo de cómo reaccionará la familia”, explica Espitia.
La iniciativa tuvo buena acogida y un año después de su inicio cuenta con 15 niñas que asisten a los talleres cada sábado, cuatro voluntarios regulares y decenas de patrocinadores. Las participantes del proyecto decidieron que se pondrían camisetas rosadas y cascos verde aguamarina porque querían mezclar un color de niña con otro más masculino. Los tonos dejarían claro que, “si bien nos gustan las cosas de niñas, también podemos jugar fútbol y hacer cosas que otros piensan que solo son de niños”, explica Valentina, la líder de 10 años, con cara muy seria y expresivos ojos negros que se abren cuando hace énfasis en las palabras clave.