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El fin de la guerra no ha logrado liberar a Colombia de la violencia organizada. Muchos expertos esperaban que el fin de la guerra más larga del mundo viniera con una nueva era de seguridad. Estos expertos tenían parcialmente la razón. Los niveles de violencia letal han disminuido prácticamente en todas partes, pero otras formas han comenzado a aumentar. Comprender lo que está impulsando estas dinámicas es crítico para diseñar soluciones para controlar la violencia luego del conflicto.
Los últimos datos oficiales sobre las tendencias de la violencia evidencian algunos signos alentadores. En el primer semestre de 2017, las tasas de homicidios disminuyeron un 6% en comparación con el mismo período de 2016. Asimismo, ciertos tipos de violencia desplegados por grupos armados también disminuyeron significativamente, incluyendo amenazas (35%), extorsión (43%), terrorismo (52%) Y secuestros (18%). Estas mejoras no se deben únicamente al proceso de paz, sino que son el resultado de un rango de políticas de seguridad pública en el país.
A pesar de estas ganancias globales, existe una sensación omnipresente de inseguridad entre los colombianos. Este temor es explotado rutinariamente por los opositores al gobierno. Curiosamente, las zonas donde los ciudadanos se sienten más temerosos son precisamente las que menos se vieron afectadas por el conflicto armado. Esto no quiere decir que no haya problemas: los robos han aumentado en las principales ciudades. En Bogotá, por ejemplo, los robos reportados han aumentado un 26%, en Medellín un 13% y en Cali un 3%.
El fin de la guerra rara vez es seguido por el florecimiento de la paz. Por el contrario, los contextos posteriores a los conflictos suelen verse afectados por un aumento de la violencia organizada, de tipo delictivo. El aumento de la victimización a menudo viene como una desilusión amarga de sociedades agotadas por décadas de lucha. Esto también es muy es peligroso: puede alimentar la polarización política e incluso puede socavar la paz por completo.
Las tasas de homicidio suelen aumentar e incluso a alcanzar máximos luego de la guerra. Consideremos el caso de Guatemala, país que experimentó una guerra civil entre 1986 y 1996. La tasa de homicidios del país aumentó de aproximadamente 19 a 21 por 100.000 durante ese período, alcanzando un máximo de 50 por 100.000 en 2009 y ahora descansando en 27 por 100.000. También El Salvador, actualmente el país con la tasa de homicidios más alta del mundo, donde los valores se dispararon después de su guerra (1979-1992) y hoy son más de 90 por 100.000.
El aumento de la violencia después de los conflictos no es sorprendente. Después de todo, las instituciones diseñadas para sostener la paz comúnmente son bastante frágiles y propensas al desorden. Los acuerdos de paz rutinariamente fracasan. De los cientos de acuerdos que han implicado cierto reparto de poder firmados entre 1989 y 2006, al menos el 50 por ciento fracasó dentro de los primeros cinco años. Sin embargo, incluso cuando las guerras se reinician, estas pueden ser un 80% menos violentas que los conflictos armados que las precedieron.
Las sociedades de la posguerra tienen una mayor predisposición a utilizar la violencia para resolver las disputas. La violencia retributiva después de las negociaciones de paz es común. Las sociedades expuestas a una turbulencia sostenida pueden volverse inmunes, tolerantes y aceptar la violencia. Esto también puede ayudar a explicar por qué la violencia del intrafamiliar puede aumentar en el final de las guerras (otra razón es que aumente la denuncia).
Un gran número de jóvenes desempleados, especialmente los excombatientes, también pueden estropear la paz. Programas para desarmar, desmovilizar y reintegrar a excombatientes son comunes al final de la guerra. Este es el caso en Colombia donde se acantonaron hasta 7.000 rebeldes de las FARC. Aunque un puñado de personas se han desplazado a las ciudades, se les acusa injustamente de conducir la última ola de crímenes urbanos.
Entonces, ¿qué explica la dinámica de la violencia en Colombia?
En primer lugar, la violencia letal está disminuyendo en la mayoría de los centros urbanos e incluso en algunas zonas afectadas por el conflicto. Sin embargo, los asesinatos aumentaron en un 15% en las zonas más afectadas por la guerra en 2017, en comparación con el mismo período de 2016. Cuando las Farc se retiran de estas áreas, nuevas facciones criminales están llenando el vacío. Uno de estos grupos -el Clan del Golfo- ya está presente en Antioquia, Córdoba, Choco, Nariño, Valle de Cauca y Caquetá.
En segundo lugar, a medida que el crimen organizado consolide su poder, su primer orden de trabajo es acabar con la competencia. Tomemos el caso de Caquetá, donde la violencia homicida ha aumentado un 67% en los primeros seis meses de 2017 comparado con el mismo período de 2016. La situación del Chocó, una zona más pobres en la costa del Pacífico, no es mejor. Ha habido un repunte en la competencia violenta entre el Clan del Golfo, la guerrilla restante - Eln - y las fuerzas armadas.
Tercero, hay fuerte aumento de asesinatos selectivos de líderes comunitarios, ambientalistas, periodistas y defensores de los derechos humanos en toda Colombia. Puesto que estos normalmente son los primeros en informar sobre las violaciones de los derechos, se les considera una amenaza para las facciones criminales y paramilitares. Más de 50 asesinatos de este tipo ya ocurrieron en 2017.
Sería erróneo atribuir todos los aumentos en el crimen y la violencia a las Farc. Centros de investigación locales han documentado una dramática descalificación de los ataques dirigidos por las Farc. La base está cumpliendo con el alto el fuego y los términos del acuerdo de paz. Es cierto que algunas facciones de las Farc, particularmente en Guaviare, Meta y Caquetá siguen causando algunos problemas, pero sus incursiones son modestas y no inesperadas.
Prácticamente, todos los acuerdos de paz van acompañados de cierta volatilidad, y Colombia no es una excepción. Siempre hay riesgos de resurgimiento de la violencia, especialmente cuando se trata de disputas de larga duración sobre la tierra. Cuando las familias desplazadas vuelven a encontrar sus casas ocupadas, las tensiones pueden estallar. Cuando los excombatientes regresan a sus comunidades, no siempre son bienvenidos a casa con los brazos abiertos. La violencia relacionada con la justicia “por mano propia” también puede aumentar si el proceso de paz no se mueve con rapidez. Lo que es notable en la situación colombiana es lo limitada que ha sido esta violencia.
Para que el proceso de paz colombiano pueda prosperar, es necesario un debate informado sobre las causas y consecuencias de la violencia de posguerra. Hay formas de violencia que se superponen en el país. Las ciudades están experimentando una disminución de la violencia letal (y el aumento de la delincuencia en las calles), mientras que las zonas rurales son testigos de un fuerte aumento de los asesinatos. Si los motivos de esta violencia son mal diagnosticados, Colombia corre el riesgo de perder la paz.
*Investigadores asociados del Instituto Igarapé, localizado en Brazil.