Yarí, la historia de una zona histórica

Entre el 17 y el 23 de septiembre las Farc realizarán en esta zona del Caquetá su última conferencia como organización en armas.

Alfredo Molano Bravo
03 de septiembre de 2016 - 05:49 p. m.
Un campamento de las Farc en área rural de San Vicente del Caguán, límites con el Yarí.
 / AP
Un campamento de las Farc en área rural de San Vicente del Caguán, límites con el Yarí. / AP
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Entre el 17 y el 23 de septiembre tendrá lugar en los Llanos del Yarí la Décima Conferencia de las Farc-Ep, que será, sin duda, la última de esa organización nacida en la Segunda Conferencia, hace justamente 50 años. Para las Farc la reunión tiene un significado similar al que tiene para el Gobierno la entrega al Congreso del acuerdo firmado en La Habana. Del lado de la insurgencia, se trata de discutir el paso de la lucha política armada a la lucha política civil. Del lado del Gobierno, la autorización para citar el plebiscito. La probabilidad de que sean rechazados los acuerdos por las dos instancias es prácticamente nula.

Los Llanos del Yarí han sido para las Farc una región de gran importancia estratégica, puesto que son corredor de seguridad del poderoso Bloque Oriental, que comunica la hoya del río Duda con el río Apaporis, que bota sus aguas al río Caquetá y, ambos, al Amazonas. Si se trazara una línea imaginaria entre Bogotá y Leticia, el Yarí quedaría en el centro. Tiene una superficie de unas 300.000 hectáreas compuesta tanto de sabanas como de selvas y atravesada por un río que se comienza a llamar La Tunia cerca de San Vicente del Caguán, para llamarse Mecaya un poco más abajo y luego, al recibir en Dosríos las aguas del Ajajú –por donde se voló el subintendente Pinchao–, se llama Apaporis, aguas que corren transversalmente entre el Guaviare y el Caquetá. El Yarí será reconocido por la historia patria como el sitio donde las Farc se convirtieron en un partido político asumiendo una enorme responsabilidad histórica.

Las Sabanas del Yarí comenzaron a ser conocidas por la opinión pública en la magistral crónica de Germán Castro Caycedo Mi alma se la dejo al diablo, que corta el aliento con las crueldades que la selva encubre, las de los negociantes de indígenas, caucho, pieles, coca o belleza. Por el Yarí ha pasado, a su manera, toda nuestra historia. No hace mucho, estuvo poblado por indígenas piratapuyos y tucanos que conocieron la brutalidad de los recolectores de juansoco, un caucho ligero que tuvo una gran demanda durante la Segunda Guerra Mundial para la producción del chicle con que los soldados gringos calmaban los nervios en la batalla de Normandía y los pilotos en el bombardeo a Berlín.

El juansoco y el caucho negro del Apaporis fueron explotados por la compañía RubberDevelopment Corporation, empresa financiada por el Departamento de Estado para la explotación del caucho amazónico cuando Japón ocupó el sudeste asiático, principal productor mundial de látex.

El biólogo Richard Evans Shultes, de la Universidad de Harvard, fue enviado a la región del alto Amazonas –Apaporis y Vaupés– para hacer un inventario de árboles de caucho como recurso militar estratégico. Shultes no se limitó a su tarea, sino que estudió sistemáticamente la coca, el yagé, el yopo y el curare, y fue uno de los primeros científicos en denunciar la extinción de comunidades indígenas y de la selva a causa de la explotación económica de la región.

Su labor fue recogida por Wade Davis en el maravilloso libro El río e inspiró la película de Ciro Guerra El abrazo de la serpiente. Uno de los discípulos de Shultes fue Thomas Van der Hammen, biólogo y geólogo holandés que escribió esclarecedores trabajos sobre la convergencia de los Andes, la Orinoquia y la Amazonia en la región de La Macarena.

La Rubber, como se conoce en la zona la compañía, construyó una trocha entre Villavicencio y Calamar, pasando por San José del Guaviare y Boca de Monte, hoy Granada. Esta vía, que era un simple tajo en la selva, atrajo una precaria colonización vinculada a las guerrillas del Llano en los años 1950.

Uno de sus comandantes, Hernando Palma, fue autor de una masacre de indígenas que terminó pagando con su vida. Por aquella época se instaló en Caquetá don Oliverio Lara, millonario empresario cafetero que formó con mejoras hechas por colonos una gran cadena de haciendas ganaderas que iban desde la de El Recreo, en el Yarí, hasta la de Balsillas, en San Vicente del Caguán, pasando por la famosa Larandia –hoy Batallón Héroes de Güepí–, un latifundio de 57.000 hectáreas copiado del King Ranch de Rockefeller en Texas.

Don Oliverio exportaba carne en canal por avión a Chile y Perú, a cambio de frutas, vinos y harina de pescado. Construyó en cada una de sus grandes propiedades aeropuertos y carreteras para sus negocios. En la pista de El Recreo o Caquetania se recogió en la entrega de soldados durante el gobierno de Samper un grupo de muchachos. Don Oliverio fue secuestrado y asesinado por sus captores, que resultaron ser colonos a quienes el hacendado –decían– había obligado a “ceder” sus mejoras.

Al entrar en decadencia el negocio del caucho a mediados de los años 1950, comenzó, sin solución de continuidad, la llamada bonanza de las pieles o tigrilleo. Miles y miles de tigres mariposos, perros de agua o nutrias, caimanes, cachirres y güíos fueron cazados para exportar sus pieles.

Los ríos y caños fueron contaminados con cuerpos putrefactos de los animales sacrificados. Las bonanzas del caucho y de las pieles abrieron múltiples caminos a partir de la trocha abierta por la Rubber, por donde entró una gigantesca punta de colonización campesina que huía de la violencia de Tolima, Valle, los Santanderes, Cundinamarca.

Muy importante papel histórico cumplieron las Columnas de Marcha originadas en las guerras que los gobiernos desataron contra los campesinos del sur de Tolima y Sumapaz, que dieron lugar a una colonización armada organizada por las Farc entre los ríos Ariari y Caguán, cuyo centro terminó siendo la serranía de La Macarena.

Del pueblo de La Macarena parte una trocha por las Sabanas del Refugio que se junta un poco más al suroriente con la que viene de San Vicente del Caguán, pasando por Los Pozos, sede de las negociaciones de las Farc con el gobierno de Pastrana. Era hace 15 años –cuando la recorrí– prácticamente intransitable. Por ahí los negociantes en madera sacaban hasta 50.000 bancos de Carricillo hacia Villavicencio, sin que las autoridades se dieran cuenta. O mejor, dándose cuenta. Tan grave fue el hecho, que El Tiempo comentó en un editorial: “La situación se está tornando más difícil en esa tierra arrasada, por la circunstancia de que otros comerciantes, rastreadores de riqueza y ambiciosos, están comprando el derecho a los árboles que tienen los colonos, para cortarlos en la más infame depredación”.

“Alfonso Cano”, miembro del Secretariado de las Farc, en tiempos de la zona de despeje durante el gobierno de Andrés Pastrana. / AP

Al llegar al Yarí nos topamos con un pueblito que no aparecía en los mapas del Codazzi, que se conocía como Yaragua II. Aquella vez salió a preguntar quiénes éramos los que acabábamos de llegar, un hombre viejo pero fuerte de acentuados rasgos indígenas, que se presentó como Escolástico Ducuara, cabildo gobernador del resguardo.

Nos invitó a sentarnos en su casa y nos contó que era indígena pijao, nacido en Chaparral, Tolima, y que el pueblito había sido fundado por él mismo y un señor Perdomo en el año 1960 porque la tierra en el sur de Tolima era “escasa y peleada”. El Incora los ayudó a establecerse y Satena transportó a los fundadores. Hasta ahí llegó el apoyo del Gobierno.

A las pocas semanas de llegar, el maíz que habían traído para hacer chicha y mazamorra se agotó. No sabían pescar ni cazar, que era la única manera de sobrevivir mientras se daba la primera cosecha de maíz. Los salvaron de la muerte los indígenas raizales enseñándoles a cazar dantas y chigüiros y a pescar barbudos y doncellas. Ducuara y Perdomo aceptaron que otros indígenas se asentaran en la zona, con la única condición de que las tierras fueran comunales. Más tarde llegaron unos emberas que venían de Risaralda y fueron aceptados como miembros de la comunidad.

Las difíciles condiciones económicas en que se debatía la colonización campesina en los años 1970 fueron el verdadero semillero de la bonanza de la coca. La colonización iba cada vez más lejos, el transporte era cada vez más costoso y las deudas de los campesinos con los comerciantes más apremiantes. La coca resolvió los problemas que los colonos arrastraban de mejora en mejora. Todo lo que pedían desde los años 1920 –tierra, crédito, mercado– se lo dio el cultivo de la coca. En el Yarí, sin embargo, hubo pocas chagras.

En cambio, una fábrica gigantesca de cocaína fue descubierta en 1984. En la misma hacienda fundada por don Oliverio, El Recreo, Rodríguez Gacha, el Mexicano, había instalado uno de los laboratorios del complejo productivo de cocaína –19 laboratorios y nueve pistas de aterrizaje– que se conocería como Tranquilandia, perteneciente al cartel de Medellín, formado en compañía con los hermanos Ochoa y Pablo Escobar.

El coronel Jaime Ramírez, de la Policía Nacional, quien venía siguiéndole la pista junto con el ministro Rodrigo Lara Bonilla y basado en información de los satélites de la DEA, dio el golpe no sólo a Tranquilandia, sino a otra ciudadela, Villa Coca, también en el Yarí. Decomisaron 18 toneladas de cocaína pura –avaluada en 1,2 millones de dólares– y destruyeron las instalaciones donde se podían producir hasta 30 toneladas, inmovilizaron dos avionetas matriculadas en Colombia, otras dos en EE. UU. y un helicóptero Hughes 500.

Después de ser asesinado Lara Bonilla, su hermana declaró bajo la gravedad del juramento que “(Rodrigo) había dicho que el helicóptero que habían cogido en Tranquilandia era del papá de Álvaro Uribe Vélez”. A lo que respondió el entonces candidato a la Presidencia: “Hombre, por Dios… mi padre fue socio de una empresa que tuvo un helicóptero… usado para sus desplazamientos”. La investigación sobre el helicóptero precluyó sin muchas razones y se evaporó de los medios.

El 9 diciembre de 1990, día en que se instalaba la Asamblea Nacional Constituyente, el gobierno de Gaviria inició con un bombardeo la Operación Centauro, que buscaba arrinconar al Secretariado de las Farc en Casa Verde, situada en la hoya del río Duda.

Las guerrillas, que estaban suficientemente preparadas, le hicieron frente al Ejército dejando un saldo desfavorable para el Gobierno con 50 soldados y 35 guerrilleros muertos. Las guerrillas ampliaron entonces los frentes del Bloque Oriental y una columna se estableció en el Yarí, donde el Gobierno no tenía presencia alguna. La gran ventaja de estas sabanas es que son la puerta de entrada al Chiribiquete, un laberinto de tepuyes que por su conformación geológica sirve de trinchera y refugio natural contra los bombardeos. Desde una de sus alturas Álvaro Uribe dijo imitando a Martín Luther King: “Yo tengo un sueño: ver estas extensiones llenas de palma africana”. Mientras tanto, las Farc prohibieron la caza y el consumo de animales como la danta, el venado, el borugo y aves como el paujil y la pava, prohibición con multas en dinero y sanciones a quienes incumplieran la norma.

En 1997 el Ejército llevó a cabo una gran operación llamada Destructor II, para bombardear el resguardo y todo movimiento sospechoso. Un año después, la campaña fue suspendida al reabrirse las negociaciones de Pastrana con las Farc, pero fue reanudada en el 2002. En ese año, Manuel Marulanda Vélez fue cercado por el Ejército y estuvo a punto de ser capturado o “dado de baja”. Y una vez más burló el operativo, para morir del corazón diez años después, en presencia de su compañera, Sandra.

La Décima Conferencia de las Farc tiene un gran reto: transformar su estructura político-militar en una fuerza civil y democrática.

Por Alfredo Molano Bravo

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