Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La Comisión de la Verdad asumió el compromiso de dar cuenta de un relato histórico que se aproxime a una explicación veraz de los patrones, contextos e impactos de la violencia padecida a lo largo de estas últimas décadas en el país. Sin embargo, es urgente que su legado suscite nuevos debates nacionales sobre el conflicto y la manera en que lo hemos vivido y representado. El avance hacia una nueva militancia social y política que movilice voluntades y fomente un nuevo activismo transformador en los territorios requiere el arraigo de una conciencia histórica, el impulso en la reconstrucción de memorias colectivas y deliberativas en las comunidades y organizaciones, y desde diversos grupos poblacionales, con especial atención en las nuevas generaciones.
Esta apuesta implica, en primer lugar, el reto de instalar un debate participativo para que estas verdades sean de interés público y se conviertan en un derecho común, democrático y plural, en permanente deliberación, para evitar que el olvido y el negacionismo prevalezcan como mecanismos de perpetuación del silencio y el miedo, en provecho de quienes se han beneficiado de la guerra. En segundo lugar, es esencial evitar sucumbir ante la tentación de crear nuevas memorias oficiales, nuevos mitos fundacionales, centralizados y con un sentido unitario de la “nación” colombiana. Lo anterior implica promover una actitud crítica con el pasado y el presente, así como el desafío de fortalecer el tejido social y una conciencia histórico-política enfocada en la defensa de la democracia participativa y los derechos humanos en su concepción más amplia, como parte de un nuevo proyecto societario; uno realmente nuevo y esperanzador.
En tercer lugar, es fundamental apelar a las emociones de todos los ciudadanos y fortalecer los lazos de respeto y solidaridad mediante el reconocimiento pleno de vivencias, tragedias, temores, sueños y expectativas de las víctimas del conflicto armado en Colombia. El problema de fondo radica en que se necesita una pedagogía de sensibilización y una extraordinaria disposición humana para establecer otros códigos de relación que nos permitan identificarnos con el sufrimiento ajeno y sentir en carne propia lo que tan magistralmente define el historiador italiano Carlo Ginzburg como el “extrañamiento”; es decir, la capacidad de sortear el riesgo de “dar por descontada la realidad”.
En otras palabras, es importante que el legado de la Comisión de la Verdad posibilite una transformación que, en principio, evite que la crudeza de los acontecimientos históricos sobre la guerra se banalice y excluya la posibilidad de asombrarse y conmoverse ante el dolor del otro.
Por eso, es necesario mover las fibras más íntimas, más subjetivas, y suscitar un rechazo contundente de todo tipo de expresiones violentas, además de producir la empatía que tanto necesitamos por las tragedias de las víctimas y las comunidades en sus territorios. La fuente de aquella empatía no debe limitarse a nuestros afectos; no debe estar solamente en quienes conocemos, en quienes forman parte de nuestra cotidianidad, en los entornos comunitarios y familiares más inmediatos; por el contrario, el esclarecimiento y reconocimiento debe hacer de dichas verdades un valor social vivo, una apuesta ética alrededor de la dignidad humana mucho más compasiva, incluyente, cooperativa y universal.
* Castaño y Colorado pertenecen a la Escuela Nacional Sindical, que a su vez forma parte de la Mesa por la Verdad, un espacio de encuentro entre organizaciones del ámbito nacional y regional creado durante los diálogos de La Habana para dinamizar y poner en la agenda temas de verdad, memoria y no repetición.
*Este texto es producto de “Reflexiones sobre la verdad”, una alianza de Colombia+20 con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.