La Comisión de la Verdad reconoce la naturaleza como víctima del conflicto armado
El capítulo testimonial, llamado “Cuando los pájaros no cantaban”, parte del Informe Final de esa entidad, que integró los “testimonios del ambiente” para mostrar que la naturaleza no solo fue un escenario de operaciones y la causa de la confrontación, sino que también sufrió afectaciones por la guerra.
Silvia Corredor Rodríguez
“¿El dolor de la naturaleza es una forma de verdad? Sí, si aceptamos que los bosques o los manglares tienen un sentir que hemos despreciado. Aceptar ese dolor nos permite relacionarnos con la naturaleza como víctima, testigo de su sufrimiento y del de los demás que convivían con ella”. Esta afirmación está presente en el volumen testimonial llamado “Cuando los pájaros no cantaban”, uno de los 10 que componen el Informe Final de la Comisión de la Verdad (CEV), que muestra una lectura distinta sobre los impactos de la guerra en la naturaleza.
El equipo liderado por el comisionado Alejandro Castillejo desarrolló en los apartados de “Emisarios de la naturaleza”, “Diálogos con la naturaleza” y “Territorios de la escucha” las afectaciones que manglares, ríos, mares, montañas, animales y seres humanos que interactúan con ellos vivieron durante el conflicto armado. Estas reflexiones se encuentran dentro de ese capítulo testimonial, que recoge en relatos cortos las experiencias de violencia y expectativas del futuro de las miles de víctimas que dejaron casi 60 años de guerra.
Navegue aquí: “Sonido y memoria: narrativa sonora del volumen testimonial”
Uno de los caminos para identificar cómo la naturaleza fue víctima se trazó a partir de las señales de sus heridas, no muchas veces evidentes. “La violencia siempre deja marcas, y es cuestión de aprender a mirar y escuchar dónde están todas esas cicatrices. En los árboles, por ejemplo, están en la desaparición de especies de pájaros, entonces la desaparición sonora y la transformación sónica del mundo después de la violencia es una muestra de ello”, explica a Colombia+20 el comisionado Castillejo.
El equipo del capítulo testimonial identificó tres capas de la herida que dejó la guerra sobre la naturaleza: transformaciones en el paisaje, afectación del conflicto sobre la vida de quienes cuidaban al medio ambiente y los “testimonios” de la naturaleza. Para recolectar esta información acudieron al Sistema de Información de la Comisión de la Verdad, donde se encuentran alojadas más de 29.000 entrevistas, y viajaron a diferentes partes del país, en especial al Caribe colombiano, para recoger estos relatos.
Transformaciones en el paisaje
Con el paso del conflicto armado, los lugares se transforman visualmente, los olores y sonidos son diferentes y afectan también la forma en que las comunidades se relacionan con los recursos naturales, ríos y manglares. “Hablar del manglar es hablar de los tasqueros, de los cangrejos, de las pianguas o moluscos. Es hablar del mismo árbol de nato -mangle, que le llamamos-. Es hablar de ese olor a marea. El mismo olor que me decía ‘aquí hay cangrejos’. Es decir, cada animal soltaba un aroma y ese aroma era vida. El manglar conocía nuestros pasos, nuestras voces y nuestros olores. No conocía ni el paso ni el olor de la guerra. Igual que nosotros, se confundió”, manifestó una persona entrevistada por la Comisión.
Siguiendo con este ejemplo, la desaparición de especies también vino acompañada de cambios físicos del manglar. De acuerdo con los testimonios recogidos, una de las principales razones por las que estos ya no tienen raíces gruesas es el glifosato. “Las fumigaciones con el glifosato han acabado los manglares de nuestro país. Y no solo con el manglar, sino con la tierra y todos los seres vivientes. A partir de la fumigación se ha secado todo”, se lee en el capítulo.
Lea también: “Durante décadas las víctimas no han sido visibles para el país”: Informe Final
El capítulo de “Hallazgos y recomendaciones”, otro del Informe Final, retoma en el apartado de “Colombia herida”, las afectaciones a la naturaleza durante el conflicto armado, por medio de sustancias tóxicas y químicos que recibieron en medio de la guerra contra las drogas. Así lo dice ese texto: “Se depositaron millones de litros de sustancias tóxicas en la extracción con maquinaria destructiva en los lechos de los ríos, en el control de plagas exacerbadas por el desequilibrio ecológico que causan los monocultivos, en el procesamiento de la hoja de coca y en las aspersiones aéreas y fumigaciones de más de 1’300.000 hectáreas en estas décadas de la llamada ‘guerra contra las drogas’, para disminuir las áreas cultivadas”. El texto también menciona bombas, ataques a infraestructuras petroleros que provocaban residuos tóxicos, entre otros.
Los testimonios de personas que viven en zonas del interior del país también resaltaban cómo los bosques se habían transformado por la guerra. “El monte tiene secretos de dolor. El bosque, el territorio, también conoce una verdad. ¿Y cómo cuenta esa verdad? Su vegetación no es la misma cuando nos cuenta el dolor. ¿Cómo le explico? Con el color, con la forma del bosque, un cazador sabe que pasó algo anormal, que hay algo que no, que no encaja. Ese es el mensaje que nos da el monte. El monte nos dice muchas cosas”, detalla uno de los relatos.
“Uno de los mayores efectos de la guerra es la ruptura con lo sagrado”
El comisionado Castillejo igual resaltó la importancia de integrar dentro del capítulo testimonial los impactos que generaron los asesinatos de líderes ambientales, cuidadores del medio ambiente, mamos, chamanes, abuelos y abuelas o de sabedores, algunos de los cuales representaban la multiculturalidad de los más de 445.000 indígenas del país.
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La principal de las afectaciones para estas comunidades en ese sentido es la pérdida de conocimiento ancestral y espiritual de sus pueblos, pues esas personas eran quienes mantenían un vínculo con el mundo de lo sagrado, fundamental para su relación con los seres existentes, espirituales, vivos humanos y no humanos de sus territorios.
En uno de los relatos consignados en este capítulo testimonial se ejemplifican estas afectaciones. “El rol del mamo es interpretar los elementos y tenerlos conectados. Reemplazarlos no es tan sencillo. Algunos dirán: ‘bueno, se repone’». Necesitan un aprendizaje de 30 o 40 años. Preparatoria constante desde niño, desde el vientre de la madre. No es que el mamo sea el único que sabe todo, sino el que es capaz de interpretar donde no existe mucho. Creo que es el orientador del barco cuando el que estaba orientando se pierde. Alguien lo puede agarrar, puede ensayar, pero el rendimiento no es igual. Esa es una limitación directa al conocimiento. Esa es nuestra forma de ver cuando matan a un mamo”, se explica.
Al generarse esa ruptura, las prácticas con la naturaleza y los recursos naturales se tergiversan y comienzan a incorporarse represas, proyectos extractivos, contaminación, entre otros. Las comunidades expresaron que la naturaleza se manifiesta y expresa su queja con derrumbes, taponamientos o inundaciones, y son los seres humanos quienes no prestan atención a estos mensajes. “El Atrato está desbordado, ¡está reclamando! Está quejándose ante nosotros, que no lo acabemos. Esa es su forma de manifestar su incomodidad de todo el daño que se le está haciendo. La naturaleza también nos habla, sino que nosotros no hacemos caso”, expresó uno de los entrevistados por la Comisión de la Verdad.
El registro sonoro del capítulo testimonial
La Comisión de la Verdad creó un espacio en su página web llamado “Sonido y memoria: narrativa sonora del volumen testimonial”, en el que se pueden escuchar los relatos de la naturaleza y de las comunidades étnicas que participaron en el Informe Final a través de sus testimonios. Este apartado es parte del legado de la Comisión y pretender ser una experiencia sonora para una construcción distinta de la memoria.
En ese espacio se pueden encontrar una “serie de relatos sonoros, atmósferas y redes de resonancia que invitan a la sensibilización sobre el conflicto armado del país desde la inmersión en la escucha”, se explica en la página, parte de la apuesta transmedia de difusión del Informe Final.
Lea: Un millón de colombianos habrían abandonado el país por cuenta de la guerra
Allí mismo se puede encontrar el capítulo testimonial que cuenta con 515 páginas y se divide en tres libros: Anticipaciones, Devastaciones y la vida, y El Porvenir. En ellos se recogen las voces y experiencias de las víctimas antes, durante y después de vivir la violencia en carne propia.
Aunque Colombia sigue siendo un país en conflicto, el cierre del capítulo invita al lector a seguir construyendo, junto a los protagonistas de estos relatos, ilusiones sobre el futuro del país.
“¿El dolor de la naturaleza es una forma de verdad? Sí, si aceptamos que los bosques o los manglares tienen un sentir que hemos despreciado. Aceptar ese dolor nos permite relacionarnos con la naturaleza como víctima, testigo de su sufrimiento y del de los demás que convivían con ella”. Esta afirmación está presente en el volumen testimonial llamado “Cuando los pájaros no cantaban”, uno de los 10 que componen el Informe Final de la Comisión de la Verdad (CEV), que muestra una lectura distinta sobre los impactos de la guerra en la naturaleza.
El equipo liderado por el comisionado Alejandro Castillejo desarrolló en los apartados de “Emisarios de la naturaleza”, “Diálogos con la naturaleza” y “Territorios de la escucha” las afectaciones que manglares, ríos, mares, montañas, animales y seres humanos que interactúan con ellos vivieron durante el conflicto armado. Estas reflexiones se encuentran dentro de ese capítulo testimonial, que recoge en relatos cortos las experiencias de violencia y expectativas del futuro de las miles de víctimas que dejaron casi 60 años de guerra.
Navegue aquí: “Sonido y memoria: narrativa sonora del volumen testimonial”
Uno de los caminos para identificar cómo la naturaleza fue víctima se trazó a partir de las señales de sus heridas, no muchas veces evidentes. “La violencia siempre deja marcas, y es cuestión de aprender a mirar y escuchar dónde están todas esas cicatrices. En los árboles, por ejemplo, están en la desaparición de especies de pájaros, entonces la desaparición sonora y la transformación sónica del mundo después de la violencia es una muestra de ello”, explica a Colombia+20 el comisionado Castillejo.
El equipo del capítulo testimonial identificó tres capas de la herida que dejó la guerra sobre la naturaleza: transformaciones en el paisaje, afectación del conflicto sobre la vida de quienes cuidaban al medio ambiente y los “testimonios” de la naturaleza. Para recolectar esta información acudieron al Sistema de Información de la Comisión de la Verdad, donde se encuentran alojadas más de 29.000 entrevistas, y viajaron a diferentes partes del país, en especial al Caribe colombiano, para recoger estos relatos.
Transformaciones en el paisaje
Con el paso del conflicto armado, los lugares se transforman visualmente, los olores y sonidos son diferentes y afectan también la forma en que las comunidades se relacionan con los recursos naturales, ríos y manglares. “Hablar del manglar es hablar de los tasqueros, de los cangrejos, de las pianguas o moluscos. Es hablar del mismo árbol de nato -mangle, que le llamamos-. Es hablar de ese olor a marea. El mismo olor que me decía ‘aquí hay cangrejos’. Es decir, cada animal soltaba un aroma y ese aroma era vida. El manglar conocía nuestros pasos, nuestras voces y nuestros olores. No conocía ni el paso ni el olor de la guerra. Igual que nosotros, se confundió”, manifestó una persona entrevistada por la Comisión.
Siguiendo con este ejemplo, la desaparición de especies también vino acompañada de cambios físicos del manglar. De acuerdo con los testimonios recogidos, una de las principales razones por las que estos ya no tienen raíces gruesas es el glifosato. “Las fumigaciones con el glifosato han acabado los manglares de nuestro país. Y no solo con el manglar, sino con la tierra y todos los seres vivientes. A partir de la fumigación se ha secado todo”, se lee en el capítulo.
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El capítulo de “Hallazgos y recomendaciones”, otro del Informe Final, retoma en el apartado de “Colombia herida”, las afectaciones a la naturaleza durante el conflicto armado, por medio de sustancias tóxicas y químicos que recibieron en medio de la guerra contra las drogas. Así lo dice ese texto: “Se depositaron millones de litros de sustancias tóxicas en la extracción con maquinaria destructiva en los lechos de los ríos, en el control de plagas exacerbadas por el desequilibrio ecológico que causan los monocultivos, en el procesamiento de la hoja de coca y en las aspersiones aéreas y fumigaciones de más de 1’300.000 hectáreas en estas décadas de la llamada ‘guerra contra las drogas’, para disminuir las áreas cultivadas”. El texto también menciona bombas, ataques a infraestructuras petroleros que provocaban residuos tóxicos, entre otros.
Los testimonios de personas que viven en zonas del interior del país también resaltaban cómo los bosques se habían transformado por la guerra. “El monte tiene secretos de dolor. El bosque, el territorio, también conoce una verdad. ¿Y cómo cuenta esa verdad? Su vegetación no es la misma cuando nos cuenta el dolor. ¿Cómo le explico? Con el color, con la forma del bosque, un cazador sabe que pasó algo anormal, que hay algo que no, que no encaja. Ese es el mensaje que nos da el monte. El monte nos dice muchas cosas”, detalla uno de los relatos.
“Uno de los mayores efectos de la guerra es la ruptura con lo sagrado”
El comisionado Castillejo igual resaltó la importancia de integrar dentro del capítulo testimonial los impactos que generaron los asesinatos de líderes ambientales, cuidadores del medio ambiente, mamos, chamanes, abuelos y abuelas o de sabedores, algunos de los cuales representaban la multiculturalidad de los más de 445.000 indígenas del país.
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La principal de las afectaciones para estas comunidades en ese sentido es la pérdida de conocimiento ancestral y espiritual de sus pueblos, pues esas personas eran quienes mantenían un vínculo con el mundo de lo sagrado, fundamental para su relación con los seres existentes, espirituales, vivos humanos y no humanos de sus territorios.
En uno de los relatos consignados en este capítulo testimonial se ejemplifican estas afectaciones. “El rol del mamo es interpretar los elementos y tenerlos conectados. Reemplazarlos no es tan sencillo. Algunos dirán: ‘bueno, se repone’». Necesitan un aprendizaje de 30 o 40 años. Preparatoria constante desde niño, desde el vientre de la madre. No es que el mamo sea el único que sabe todo, sino el que es capaz de interpretar donde no existe mucho. Creo que es el orientador del barco cuando el que estaba orientando se pierde. Alguien lo puede agarrar, puede ensayar, pero el rendimiento no es igual. Esa es una limitación directa al conocimiento. Esa es nuestra forma de ver cuando matan a un mamo”, se explica.
Al generarse esa ruptura, las prácticas con la naturaleza y los recursos naturales se tergiversan y comienzan a incorporarse represas, proyectos extractivos, contaminación, entre otros. Las comunidades expresaron que la naturaleza se manifiesta y expresa su queja con derrumbes, taponamientos o inundaciones, y son los seres humanos quienes no prestan atención a estos mensajes. “El Atrato está desbordado, ¡está reclamando! Está quejándose ante nosotros, que no lo acabemos. Esa es su forma de manifestar su incomodidad de todo el daño que se le está haciendo. La naturaleza también nos habla, sino que nosotros no hacemos caso”, expresó uno de los entrevistados por la Comisión de la Verdad.
El registro sonoro del capítulo testimonial
La Comisión de la Verdad creó un espacio en su página web llamado “Sonido y memoria: narrativa sonora del volumen testimonial”, en el que se pueden escuchar los relatos de la naturaleza y de las comunidades étnicas que participaron en el Informe Final a través de sus testimonios. Este apartado es parte del legado de la Comisión y pretender ser una experiencia sonora para una construcción distinta de la memoria.
En ese espacio se pueden encontrar una “serie de relatos sonoros, atmósferas y redes de resonancia que invitan a la sensibilización sobre el conflicto armado del país desde la inmersión en la escucha”, se explica en la página, parte de la apuesta transmedia de difusión del Informe Final.
Lea: Un millón de colombianos habrían abandonado el país por cuenta de la guerra
Allí mismo se puede encontrar el capítulo testimonial que cuenta con 515 páginas y se divide en tres libros: Anticipaciones, Devastaciones y la vida, y El Porvenir. En ellos se recogen las voces y experiencias de las víctimas antes, durante y después de vivir la violencia en carne propia.
Aunque Colombia sigue siendo un país en conflicto, el cierre del capítulo invita al lector a seguir construyendo, junto a los protagonistas de estos relatos, ilusiones sobre el futuro del país.