Francisco de Roux: una lucha por la verdad, la reconciliación y la paz grande
El sacerdote jesuita presidió la Comisión de la Verdad, que entregó su Informe final el 28 de junio de 2022, tras cuatro años de trabajo, una pandemia que casi paraliza su trabajo y la pérdida de tres de sus integrantes. Ese documento, de más de 8.000 páginas, es objeto de sus más profundas reflexiones.
Gloria Castrillón Pulido
“Yo pienso que no voy a ver a Colombia fuera de este drama de la guerra, pero les voy a entregar lo que me queda de vida a las víctimas con la esperanza de que un día vamos a ser capaces de llegar a la reconciliación”. Con esta sentencia, el padre Francisco de Roux cierra la conversación telefónica desde el Boston College, la universidad de los jesuitas en esa ciudad de Estados Unidos, adonde llegó a finales de septiembre como profesor invitado.
El cambio fue abrupto. De dormir muy pocas horas al día leyendo miles y miles de páginas y escribiendo cientos más, contestar docenas de entrevistas en un día; recibir homenajes, críticas y reclamos, ser objeto de ataques y montajes en redes sociales, presidir largas jornadas con sus 10 colegas de la Comisión de la Verdad y liderar eventos dentro y fuera del país, este sacerdote de 79 años por fin tiene una vida más sosegada.
Ahora pasa muchas horas escribiendo (se avecina un nuevo libro), preparando conferencias, consultando las bibliotecas del campus, hablando con cientos de estudiantes sobre la búsqueda de la verdad del conflicto armado en Colombia. Gasson Professor, le llaman allí a la figura de un único profesor que invitan cada año, desde cualquier lugar del mundo, para aportarle su conocimiento a la universidad. Y, claro, tiene más tiempo para meditar y correr, sus dos pasiones; las dos disciplinas, además de la oración, que lo mantienen con esa fortaleza espiritual y mental envidiable.
(Lea aquí todas las noticias sobre el Informe Final Comisión de la Verdad)
Esta nueva vida le ha dado tiempo para reflexionar. Está conectado con Colombia, con lo que pasa cada día en esa búsqueda de la paz total, la que él llamó en el Informe final de la Comisión de la Verdad la paz grande. Dice que sigue pensando en ese documento de cerca de 8.000 páginas repartidas en 10 tomos y más de 20 anexos, que le entregaron al país el pasado 28 de junio. “El Informe no deja de producir angustias a los amigos, a los conocidos, a los políticos”, dice. Y tiene razón. La derecha recibió el Informe con reservas y hasta produjeron una cartilla para “controvertir” el voluminoso trabajo de los comisionados; algunos sectores de víctimas se sintieron poco representados y organizaciones de derechos humanos esperaban un informe “más duro”.
Lo trascendente es que importantes sectores de la sociedad se sintieron, por primera vez, escuchados: comunidades étnicas, población LGBTI, las mujeres, los colombianos exiliados. El país vio a los cinco expresidentes vivos compareciendo y reconociendo -en diferentes niveles- su responsabilidad en los hechos del conflicto. Algunos empresarios aceptaron hablar sobre su participación en la guerra. Y fuimos testigos de encuentros en los que responsables (guerrilleros, militares, paramilitares) reconocieron el daño que ocasionaron a sus víctimas.
(Lea también: Así le negaron información entidades del Estado a la Comisión de la Verdad)
De Roux cree que la Comisión cumplió con su tarea, aportó lo que pudo, pero —dice— es la sociedad la que debe terminar de descubrir la verdad y dar las respuestas para lo que sigue. En mayo volverá al país y, sin duda, será protagonista de la búsqueda de la reconciliación. Y habla con esperanza del mayor logro de la Comisión, que el grueso de sus recomendaciones está en las promesas de campaña del nuevo gobierno: hablar con todos los armados, cambiar el concepto de seguridad, implementar el Acuerdo de Paz, sacar la Policía del Ministerio de Defensa, trabajar en la construcción de paz y el desarrollo consultando a los territorios, superar las exclusiones de las comunidades afros, indígenas, las mujeres y la población LGBTI.
Confiesa que tiene varios dilemas entre pecho y espalda, como el de los llamados “falsos positivos”. Reafirma que suscribe totalmente el Informe final, pero que no puede afirmar que quienes hicieron las normas que dieron vía libre al asesinato de inocentes por parte del Ejército tuvieron la intención de que eso ocurriera. “Leyendo las normas y viendo lo que dijeron los paramilitares, lo que veo es que se establecen esos estímulos para que el Ejército salga de las unidades, entre en combate con la guerrilla y produzca bajas. Los jefes paramilitares nos dijeron que quienes entraban en confrontación eran ellos, mientras los militares seguían acuartelados. No puedo decir que el legislador quisiera que se mataran inocentes”. Y menciona un caso trágico que lo impactó: “Un comandante militar de Ocaña me dijo que les habían dado la orden de que se metieran al Catatumbo a combatir a las Farc, pero que ellos no lo iban a hacer porque no conocían esa selva y la guerrilla sí. Con la presión de dar bajas, decidieron traer inocentes de otros lugares, matarlos y presentarlos como resultados”.
“Entramos y vimos con claridad el infierno vivido por las víctimas”
Es consciente de que esa solitaria declaración que firmó semanas después de entregado el Informe despertó fuertes críticas de los defensores de derechos humanos, pero dice que su compromiso con la verdad no le permitía callar. Destaca que hay una responsabilidad ética y política de los ministros y presidentes por no haber actuado cuando supieron qué ocurría.
“Te confieso que yo no me imaginaba que ser comisionado y presidente de la Comisión iba a implicar una transformación tan profunda en mi vida”, dice. Pero, ¿qué podría transformar la vida de un sacerdote que ya había caminado por los territorios más afectados por la guerra; que había tocado la vida de cientos de campesinos y comunidades indígenas y afro, buscando que los armados los dejaran tranquilos, y medió en el momento más duro de la guerra en el Magdalena Medio? “Entramos y vimos con claridad el infierno vivido por las víctimas”, responde sin titubeos.
Ese infierno lo sigue atormentando. Le siguen retumbando en su cabeza las preguntas de las víctimas que no han sido respondidas ni siquiera por la Comisión, tras casi cuatro años trabajo. Sigue pensando en el drama de los responsables, en el dolor de un país que no ha podido resolver las situaciones de injusticia y exclusión en mesas de negociación con los armados y en esa espiral de la guerra que creció y creció a medida que aumentaba el sufrimiento y llegó a una degradación pavorosa.
“Yo pienso que no voy a ver a Colombia fuera de este drama de la guerra, pero les voy a entregar lo que me queda de vida a las víctimas con la esperanza de que un día vamos a ser capaces de llegar a la reconciliación”. Con esta sentencia, el padre Francisco de Roux cierra la conversación telefónica desde el Boston College, la universidad de los jesuitas en esa ciudad de Estados Unidos, adonde llegó a finales de septiembre como profesor invitado.
El cambio fue abrupto. De dormir muy pocas horas al día leyendo miles y miles de páginas y escribiendo cientos más, contestar docenas de entrevistas en un día; recibir homenajes, críticas y reclamos, ser objeto de ataques y montajes en redes sociales, presidir largas jornadas con sus 10 colegas de la Comisión de la Verdad y liderar eventos dentro y fuera del país, este sacerdote de 79 años por fin tiene una vida más sosegada.
Ahora pasa muchas horas escribiendo (se avecina un nuevo libro), preparando conferencias, consultando las bibliotecas del campus, hablando con cientos de estudiantes sobre la búsqueda de la verdad del conflicto armado en Colombia. Gasson Professor, le llaman allí a la figura de un único profesor que invitan cada año, desde cualquier lugar del mundo, para aportarle su conocimiento a la universidad. Y, claro, tiene más tiempo para meditar y correr, sus dos pasiones; las dos disciplinas, además de la oración, que lo mantienen con esa fortaleza espiritual y mental envidiable.
(Lea aquí todas las noticias sobre el Informe Final Comisión de la Verdad)
Esta nueva vida le ha dado tiempo para reflexionar. Está conectado con Colombia, con lo que pasa cada día en esa búsqueda de la paz total, la que él llamó en el Informe final de la Comisión de la Verdad la paz grande. Dice que sigue pensando en ese documento de cerca de 8.000 páginas repartidas en 10 tomos y más de 20 anexos, que le entregaron al país el pasado 28 de junio. “El Informe no deja de producir angustias a los amigos, a los conocidos, a los políticos”, dice. Y tiene razón. La derecha recibió el Informe con reservas y hasta produjeron una cartilla para “controvertir” el voluminoso trabajo de los comisionados; algunos sectores de víctimas se sintieron poco representados y organizaciones de derechos humanos esperaban un informe “más duro”.
Lo trascendente es que importantes sectores de la sociedad se sintieron, por primera vez, escuchados: comunidades étnicas, población LGBTI, las mujeres, los colombianos exiliados. El país vio a los cinco expresidentes vivos compareciendo y reconociendo -en diferentes niveles- su responsabilidad en los hechos del conflicto. Algunos empresarios aceptaron hablar sobre su participación en la guerra. Y fuimos testigos de encuentros en los que responsables (guerrilleros, militares, paramilitares) reconocieron el daño que ocasionaron a sus víctimas.
(Lea también: Así le negaron información entidades del Estado a la Comisión de la Verdad)
De Roux cree que la Comisión cumplió con su tarea, aportó lo que pudo, pero —dice— es la sociedad la que debe terminar de descubrir la verdad y dar las respuestas para lo que sigue. En mayo volverá al país y, sin duda, será protagonista de la búsqueda de la reconciliación. Y habla con esperanza del mayor logro de la Comisión, que el grueso de sus recomendaciones está en las promesas de campaña del nuevo gobierno: hablar con todos los armados, cambiar el concepto de seguridad, implementar el Acuerdo de Paz, sacar la Policía del Ministerio de Defensa, trabajar en la construcción de paz y el desarrollo consultando a los territorios, superar las exclusiones de las comunidades afros, indígenas, las mujeres y la población LGBTI.
Confiesa que tiene varios dilemas entre pecho y espalda, como el de los llamados “falsos positivos”. Reafirma que suscribe totalmente el Informe final, pero que no puede afirmar que quienes hicieron las normas que dieron vía libre al asesinato de inocentes por parte del Ejército tuvieron la intención de que eso ocurriera. “Leyendo las normas y viendo lo que dijeron los paramilitares, lo que veo es que se establecen esos estímulos para que el Ejército salga de las unidades, entre en combate con la guerrilla y produzca bajas. Los jefes paramilitares nos dijeron que quienes entraban en confrontación eran ellos, mientras los militares seguían acuartelados. No puedo decir que el legislador quisiera que se mataran inocentes”. Y menciona un caso trágico que lo impactó: “Un comandante militar de Ocaña me dijo que les habían dado la orden de que se metieran al Catatumbo a combatir a las Farc, pero que ellos no lo iban a hacer porque no conocían esa selva y la guerrilla sí. Con la presión de dar bajas, decidieron traer inocentes de otros lugares, matarlos y presentarlos como resultados”.
“Entramos y vimos con claridad el infierno vivido por las víctimas”
Es consciente de que esa solitaria declaración que firmó semanas después de entregado el Informe despertó fuertes críticas de los defensores de derechos humanos, pero dice que su compromiso con la verdad no le permitía callar. Destaca que hay una responsabilidad ética y política de los ministros y presidentes por no haber actuado cuando supieron qué ocurría.
“Te confieso que yo no me imaginaba que ser comisionado y presidente de la Comisión iba a implicar una transformación tan profunda en mi vida”, dice. Pero, ¿qué podría transformar la vida de un sacerdote que ya había caminado por los territorios más afectados por la guerra; que había tocado la vida de cientos de campesinos y comunidades indígenas y afro, buscando que los armados los dejaran tranquilos, y medió en el momento más duro de la guerra en el Magdalena Medio? “Entramos y vimos con claridad el infierno vivido por las víctimas”, responde sin titubeos.
Ese infierno lo sigue atormentando. Le siguen retumbando en su cabeza las preguntas de las víctimas que no han sido respondidas ni siquiera por la Comisión, tras casi cuatro años trabajo. Sigue pensando en el drama de los responsables, en el dolor de un país que no ha podido resolver las situaciones de injusticia y exclusión en mesas de negociación con los armados y en esa espiral de la guerra que creció y creció a medida que aumentaba el sufrimiento y llegó a una degradación pavorosa.