“Mamá leía la mano y se volvió objetivo militar”: gitanos víctimas del conflicto
El pueblo gitano o Rrom es una minoría dentro de las minorías en Colombia, pero también sufrió los estragos de la guerra. Algunos de sus testimonios están en uno de los anexos del Informe Final de la Comisión de la Verdad.
“Cuando yo tenía 14 años, en los llanos orientales, mi mamá leía la mano y la volvieron objetivo militar, en la noche para escaparnos, nos tocó ponerle jean a mi mama y salir en caballo en la madrugada [...] cuando yo vi a mi mama por primera vez en jean, que yo todavía tengo trauma de eso, a mí todavía me quedaron secuelas, ver a mi mama en jean y sin pañoleta que la caracterizaba como gitana casada, eso para mí fue cruel”.
Este es uno de los testimonios que contiene el documento La asimilación cultural forzada como uno de los mayores impactos del conflicto armado al Pueblo Rrom Gitano de Colombia, un caso de estudio de la Comisión de la Verdad que fue publicado como anexo del Informe Final, y que sirvió como insumo para el volumen étnico con el cuál esa entidad analizó las afectaciones que el conflicto armado provocó sobre los pueblos étnicos en Colombia. Esta investigación revisó múltiples fuentes documentales y realizó 51 entrevistas, entre colectivas e individuales, con más de 200 personas que pertenecen a la comunidad Rrom.
En contexto: Todas las noticias sobre el Informe Final de la Comisión de la Verdad
El pueblo Rrom, o gitano, ingresó a Colombia én el siglo XIX en sucesivas migraciones provenientes de Europa, a donde había llegado antes en diferentes oleadas desde Asia. Eternos perseguidos y discrminados en el viejo continente, los gitanos sobrevivieron al holocausto Nazi y a leyes que proscribieron su forma de vida nómada en muchos países europeos desde hace siglos.
Aunque han jugado un papel importante en la historia reciente de Colombia, tanto que hasta Gabriel García Márquez los incluyó como personajes cruciales en Cien años de soledad, su obra cumbre, lo cierto que el reconocimiento legal del pueblo Rrom quedó rezagado, ni siquiera fueron mencionados en la Constitución Política de 1991 que sí reconoció como minorías a los indígenas y afros. Sólo hasta el 2010 un decreto, el 2957, les otorgó un reconocimiento por parte del Estado. Al contrario, existió siempre contra los gitanos una herencia racista heredada de la Colonia y perpetuada en la República con decretos de 1936 y 1937 que prohibían expresamente su entrada al país.
De acuerdo con el último censo poblacional del Departamento Nacional de Estadística (DANE), en 2018 había 2.649 personas autoreconocidas como parte del pueblo Rrom en el país, censos anteriores cifraban ese número cerca de las cinco mil personas, pero los datos de los registros realizados por las nueve Kumpanías presentes en el país (estas son los grupos familiares en los que se agrupa esta etnia) indican que dicho número ha disminuido y tan sólo quedan 1.330 gitanos en Colombia, una reducción de más del 70% en las últimas décadas. Por todo lo anterior el pueblo Rrom es catalogado por la Comisión como “una minoría dentro de las minorías”.
Lea también: Así fue la injerencia de EE. UU. en el conflicto colombiano
Acá es donde aparece uno de los principales hallazgos de la Comisión de la Verdad, que explicarían por qué la presencia de gitanos ha disminuido casi hasta su desaparición: “el contexto del conflicto armado interno y las disputas territoriales entre los distintos actores, sumado al desconocimiento generalizado y a la discriminación étnica de la sociedad mayoritaria, han ocasionado un proceso de asimilación cultural forzada del pueblo Rrom Gitano”. En otras palabras: muchos gitanos han emigrado o renunciado a su identidad por culpa de la guerra.
La afectacción más palpable tiene que ver con una característica intrínseca a este pueblo: su costumbre de vivir errantes de un lado a otro, un estilo de vida que la guerra terminó por truncar en el país: “Se han afectado elementos esenciales del patrimonio cultural del Pueblo Rrom Gitano, como el nomadismo, la “Shib Romaní” o lengua romaní, así como las pautas y los patrones de crianza y educación tradicional, contribuyendo a la reducción de la población y al exilio de muchas familias”, asegura la Comisión.
“Del 2000 al 2010., que llegaron los grupos paramilitares, daba temor ir a los pueblos. Estar en medio de los dos grupos. Del 2000 al 2010, y ahí sí se puso un poco más color de hormiga”, le contó un miembro del pueblo Rrom a la Comisión, explicando que “en esa época fueron los desplazamientos más forzosos que hemos vivido, donde nos expulsaban, nos sacaban de las poblaciones, de las regiones y dejamos nuestra mercancía, nuestras artesanías, dejamos hasta casas que teníamos arrendadas y nos hacían ir del pueblo a veces con la ropa que teníamos encima, y eso para nosotros fue una época donde fue mucho sufrimiento para nosotros, por el temor como lo dije anteriormente”.
La violencia descrita en los testimonios incluye amenazas, secuestros, robos de mercancías, atentados y homicidios, cometidos por actores legales e ilegales, todo un decálogo de violencia que “los obligó a cambiar su vida nómada, por una vida sedentaria y estática que rompió su tradición de recorrer el país en diferentes rutas de itinerancia”.
Señalados de “informantes” o “infiltrados”
El rol de comerciantes de las caravanas gitanas con frecuencia fue interpretado con sospecha por los actores armados, pues los consideraban como informantes potenciales del bando contrario, un señalamiento que se agravaba por el hecho de que los gitanos hablaban una lengua distinta. Así lo narra otro de los testimonios recogidos por la Comisión:
“A uno ya le daba miedo hablar en el idioma porque de pronto lo confundían con alguien. Hubo un tiempo muy complicado, porque empezaron a infiltrarse gente, sicarios, como vendedores ambulantes, y no solo gente que iba a asesinar, si no del mismo Estado se infiltraban como vendedores, ya en los pueblos más lejanos, comenzaron a asesinar comerciantes. De ahí, el miedo del pueblo Rrom, hasta asimilarnos a las ciudades porque empezaron a asesinar mucha gente, porque supuestamente cuando uno escuchaba los rumores en los pueblos, que se metía ejército a infiltrarse como vendedores y por eso no volvieron a dejar entrar a ningún vendedor”.
La CEV encontró que estos hechos violentos redujeron las rutas de itinerancia del pueblo Rrom y los obligó a establecerse en lugares específicos del territorio nacional, convirtiéndolos en víctimas de confinamiento. Juan Carlos Gamboa, un historiador que ha dedicado su vida a estudiar al pueblo Rrom, detalló bien este fenómeno: “mientras en Colombia había unas familias desplazándose de un lugar a otro por el conflicto armado, los gitanos que siempre lo habían hecho ahora ya no se podían desplazar y estaban confinados en sus Kumpanias sin poder salir a ejercer sus actividades”.
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Los gitanos emplearon la misma estrategia que llevan usando durante siglos para sobrevivir como pueblo: intentaron pasar desapercibidos, y en el peor de los casos, partieron con sus carpas y caravanas hacia otros países como Ecuador, Venezuela y Argentina, algo que ya habían hecho durante la llamada Violencia Bipartidista que se produjo tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
De acuerdo con la Comisión “los datos de la Unidad de Víctimas registran desplazamientos forzados del Pueblo Rrom a partir del año 1985, con picos significativos en los años 2000 y 2014 y un total de 787 hechos de desplazamiento hasta el 2019. En total 705 miembros acreditados del pueblo Rrom se encuentran registrados como víctimas”, esta última cifra indicaría que según el censo de su propio pueblo, el 53% de la población Rrom del país fue víctima del conflicto.
La Comisión pudo establecer que, antes de este pico de violencia, la presencia de los gitanos se registraba en 64% de los municipios del país entre las décadas del 1960 y 1990. Su presencia abarcaba casi todo el territorio nacional, con excepción del archipiélago de San Andrés y Providencia. Actualmente la presencia de los gitanos se limita apenas al 28% de los municipios del país, evidenciando una clara restricción en su movilidad.
El sedentarismo también hizo que se perdieran viejas tradiciones gitanas, como los antiguos oficios de reparar calderos de cobre o vender caballos, incluso, limitó una de las costumbres más arraigadas de ese pueblo: las bodas. Al final, los gitanos en Colombia terminaron huyendo de la guerra, la persecución y la violencia, como han hecho durante siglos: “Nos gusta la paz, la tranquilidad, no nos gusta estar en problemas, no nos gusta que nos llamen, que nos citen, que hay una demanda, nada de eso, somos aparte de todo eso”, dijo un anciano que dio su testimonio a la Comisión.
“Cuando yo tenía 14 años, en los llanos orientales, mi mamá leía la mano y la volvieron objetivo militar, en la noche para escaparnos, nos tocó ponerle jean a mi mama y salir en caballo en la madrugada [...] cuando yo vi a mi mama por primera vez en jean, que yo todavía tengo trauma de eso, a mí todavía me quedaron secuelas, ver a mi mama en jean y sin pañoleta que la caracterizaba como gitana casada, eso para mí fue cruel”.
Este es uno de los testimonios que contiene el documento La asimilación cultural forzada como uno de los mayores impactos del conflicto armado al Pueblo Rrom Gitano de Colombia, un caso de estudio de la Comisión de la Verdad que fue publicado como anexo del Informe Final, y que sirvió como insumo para el volumen étnico con el cuál esa entidad analizó las afectaciones que el conflicto armado provocó sobre los pueblos étnicos en Colombia. Esta investigación revisó múltiples fuentes documentales y realizó 51 entrevistas, entre colectivas e individuales, con más de 200 personas que pertenecen a la comunidad Rrom.
En contexto: Todas las noticias sobre el Informe Final de la Comisión de la Verdad
El pueblo Rrom, o gitano, ingresó a Colombia én el siglo XIX en sucesivas migraciones provenientes de Europa, a donde había llegado antes en diferentes oleadas desde Asia. Eternos perseguidos y discrminados en el viejo continente, los gitanos sobrevivieron al holocausto Nazi y a leyes que proscribieron su forma de vida nómada en muchos países europeos desde hace siglos.
Aunque han jugado un papel importante en la historia reciente de Colombia, tanto que hasta Gabriel García Márquez los incluyó como personajes cruciales en Cien años de soledad, su obra cumbre, lo cierto que el reconocimiento legal del pueblo Rrom quedó rezagado, ni siquiera fueron mencionados en la Constitución Política de 1991 que sí reconoció como minorías a los indígenas y afros. Sólo hasta el 2010 un decreto, el 2957, les otorgó un reconocimiento por parte del Estado. Al contrario, existió siempre contra los gitanos una herencia racista heredada de la Colonia y perpetuada en la República con decretos de 1936 y 1937 que prohibían expresamente su entrada al país.
De acuerdo con el último censo poblacional del Departamento Nacional de Estadística (DANE), en 2018 había 2.649 personas autoreconocidas como parte del pueblo Rrom en el país, censos anteriores cifraban ese número cerca de las cinco mil personas, pero los datos de los registros realizados por las nueve Kumpanías presentes en el país (estas son los grupos familiares en los que se agrupa esta etnia) indican que dicho número ha disminuido y tan sólo quedan 1.330 gitanos en Colombia, una reducción de más del 70% en las últimas décadas. Por todo lo anterior el pueblo Rrom es catalogado por la Comisión como “una minoría dentro de las minorías”.
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Acá es donde aparece uno de los principales hallazgos de la Comisión de la Verdad, que explicarían por qué la presencia de gitanos ha disminuido casi hasta su desaparición: “el contexto del conflicto armado interno y las disputas territoriales entre los distintos actores, sumado al desconocimiento generalizado y a la discriminación étnica de la sociedad mayoritaria, han ocasionado un proceso de asimilación cultural forzada del pueblo Rrom Gitano”. En otras palabras: muchos gitanos han emigrado o renunciado a su identidad por culpa de la guerra.
La afectacción más palpable tiene que ver con una característica intrínseca a este pueblo: su costumbre de vivir errantes de un lado a otro, un estilo de vida que la guerra terminó por truncar en el país: “Se han afectado elementos esenciales del patrimonio cultural del Pueblo Rrom Gitano, como el nomadismo, la “Shib Romaní” o lengua romaní, así como las pautas y los patrones de crianza y educación tradicional, contribuyendo a la reducción de la población y al exilio de muchas familias”, asegura la Comisión.
“Del 2000 al 2010., que llegaron los grupos paramilitares, daba temor ir a los pueblos. Estar en medio de los dos grupos. Del 2000 al 2010, y ahí sí se puso un poco más color de hormiga”, le contó un miembro del pueblo Rrom a la Comisión, explicando que “en esa época fueron los desplazamientos más forzosos que hemos vivido, donde nos expulsaban, nos sacaban de las poblaciones, de las regiones y dejamos nuestra mercancía, nuestras artesanías, dejamos hasta casas que teníamos arrendadas y nos hacían ir del pueblo a veces con la ropa que teníamos encima, y eso para nosotros fue una época donde fue mucho sufrimiento para nosotros, por el temor como lo dije anteriormente”.
La violencia descrita en los testimonios incluye amenazas, secuestros, robos de mercancías, atentados y homicidios, cometidos por actores legales e ilegales, todo un decálogo de violencia que “los obligó a cambiar su vida nómada, por una vida sedentaria y estática que rompió su tradición de recorrer el país en diferentes rutas de itinerancia”.
Señalados de “informantes” o “infiltrados”
El rol de comerciantes de las caravanas gitanas con frecuencia fue interpretado con sospecha por los actores armados, pues los consideraban como informantes potenciales del bando contrario, un señalamiento que se agravaba por el hecho de que los gitanos hablaban una lengua distinta. Así lo narra otro de los testimonios recogidos por la Comisión:
“A uno ya le daba miedo hablar en el idioma porque de pronto lo confundían con alguien. Hubo un tiempo muy complicado, porque empezaron a infiltrarse gente, sicarios, como vendedores ambulantes, y no solo gente que iba a asesinar, si no del mismo Estado se infiltraban como vendedores, ya en los pueblos más lejanos, comenzaron a asesinar comerciantes. De ahí, el miedo del pueblo Rrom, hasta asimilarnos a las ciudades porque empezaron a asesinar mucha gente, porque supuestamente cuando uno escuchaba los rumores en los pueblos, que se metía ejército a infiltrarse como vendedores y por eso no volvieron a dejar entrar a ningún vendedor”.
La CEV encontró que estos hechos violentos redujeron las rutas de itinerancia del pueblo Rrom y los obligó a establecerse en lugares específicos del territorio nacional, convirtiéndolos en víctimas de confinamiento. Juan Carlos Gamboa, un historiador que ha dedicado su vida a estudiar al pueblo Rrom, detalló bien este fenómeno: “mientras en Colombia había unas familias desplazándose de un lugar a otro por el conflicto armado, los gitanos que siempre lo habían hecho ahora ya no se podían desplazar y estaban confinados en sus Kumpanias sin poder salir a ejercer sus actividades”.
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Los gitanos emplearon la misma estrategia que llevan usando durante siglos para sobrevivir como pueblo: intentaron pasar desapercibidos, y en el peor de los casos, partieron con sus carpas y caravanas hacia otros países como Ecuador, Venezuela y Argentina, algo que ya habían hecho durante la llamada Violencia Bipartidista que se produjo tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
De acuerdo con la Comisión “los datos de la Unidad de Víctimas registran desplazamientos forzados del Pueblo Rrom a partir del año 1985, con picos significativos en los años 2000 y 2014 y un total de 787 hechos de desplazamiento hasta el 2019. En total 705 miembros acreditados del pueblo Rrom se encuentran registrados como víctimas”, esta última cifra indicaría que según el censo de su propio pueblo, el 53% de la población Rrom del país fue víctima del conflicto.
La Comisión pudo establecer que, antes de este pico de violencia, la presencia de los gitanos se registraba en 64% de los municipios del país entre las décadas del 1960 y 1990. Su presencia abarcaba casi todo el territorio nacional, con excepción del archipiélago de San Andrés y Providencia. Actualmente la presencia de los gitanos se limita apenas al 28% de los municipios del país, evidenciando una clara restricción en su movilidad.
El sedentarismo también hizo que se perdieran viejas tradiciones gitanas, como los antiguos oficios de reparar calderos de cobre o vender caballos, incluso, limitó una de las costumbres más arraigadas de ese pueblo: las bodas. Al final, los gitanos en Colombia terminaron huyendo de la guerra, la persecución y la violencia, como han hecho durante siglos: “Nos gusta la paz, la tranquilidad, no nos gusta estar en problemas, no nos gusta que nos llamen, que nos citen, que hay una demanda, nada de eso, somos aparte de todo eso”, dijo un anciano que dio su testimonio a la Comisión.