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Alejandro Castillejo ha pasado la mayor parte de su vida caminando. Es una de sus obsesiones. Como también lo es la academia, la escritura, la geopolítica, los conflictos y la búsqueda de caminos hacia la pacificación. Antropólogo de profesión, con un extenso recorrido hasta los más altos niveles académicos en artes, estudios sociales y filosóficos, Castillejo fue uno de los 11 comisionados que reconstruyeron cerca de medio siglo de conflicto armado en Colombia a partir de relatos de víctimas y victimarios, documentos y otros archivos que constatan las atrocidades y secuelas que dejó la guerra en el país, y que están plasmados en el Informe Final de la Comisión de la Verdad.
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Castillejo (1967) lleva la historia y la academia en sus venas. Sus padres fueron intelectuales que, por su cercanía a las ideas revolucionarias, intentaron ser encasillados por el Estado como guerrilleros, más o menos en la década de los años 70. Sus primeros años transcurrieron en la isla porque su padre viajó allí para estudiar historia en la Universidad de La Habana, antes de ocupar cargos en el Partido Comunista de Colombia en Cuba, y su madre vivió exiliada en ese país.
De ahí que desde su niñez haya tenido tanta cercanía con la literatura, la cultura y las ciencias sociales, lo que terminaría forjando su pasión por las artes, la justicia transicional y los testimonios. Los saberes que adquirió durante varias experiencias en el mundo, por ejemplo como consultor de la Comisión de la Verdad de Perú o al entrevistar a sobrevivientes del apartheid en Sudáfrica, solo por nombrar un par de ejercicios, hicieron de Castillejo la persona indicada para consolidar un lenguaje y significar lo que él llama “el pasado violento”. Su misión como comisionado, dice, fue “en general, la complejidad y la belleza de tratar de construir un lenguaje común”.
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Fue uno de los últimos delegados en sumarse al equipo de la Comisión de la Verdad, liderado por el padre Francisco de Roux, que desde el pasado 28 de junio viene presentando a cuentagotas el resultado de una investigación inédita en la que por primera vez se escudriñaron los orígenes y consecuencias del conflicto. Llegó a la Comisión en abril de 2020 en reemplazo de Alfredo Molano, fallecido en octubre de 2019, y asumió el capítulo testimonial compuesto por un volumen escrito y otro sonoro, el primero que se realiza en el mundo como parte de un informe de esta naturaleza.
Para Castillejo, en el Informe Final que vienen presentando es esencial ese acercamiento a un lenguaje que, gracias a la acogida cariñosa y expectante de los demás comisionados, posibilitó la construcción de su propio espacio y fue comprendido por todas las personas que hicieron parte de la Comisión, que estuvieron en el proceso de construcción del documento en el que se escucharon más de 14.000 testimonios y conversaron con unas 30.000 personas que de una u otra forma tuvieron que ver con el conflicto.
Han sido más de 20 años los que ha dedicado Castillejo a investigar conflictos armados y si bien reconoce que hay elementos similares entre los diferentes casos, hay uno que sin duda marca la diferencia: los acentos. “Por ejemplo en Sierra Leona tenía un acento muy fuerte en los niños, porque allí la guerra fue muy dura con los más pequeños. Circulaban muchas armas livianas y los grupos les cortaban las manos a los niños para que no pudieran operar dentro de la guerra. En Ruanda, con un genocidio, es otra cosa. En el sur de África se ve el terror de Estado racializado. La gran reflexión de esto es que cada contexto, cada historia, cada momento, cada país pone sus propios acentos”, expresa.
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La clave, entonces, está en que cada caso debe tener muy en cuenta los contextos históricos y las interpretaciones de la guerra local. En el caso de Colombia, según Castillejo, hay acentos particulares en lo étnico, en las mujeres y en general en las distintas poblaciones que fueron víctimas de la guerra. Así, pese a su experiencia en otras latitudes, durante el proceso de construcción del Informe Final reforzó la idea de que “los efectos y relatos de una guerra son artefactos propiamente históricos que solo son comprensibles en ese momento”.
Como es evidente, la labor primaria de Castillejo en la construcción del informe fue adentrarse en los relatos de la guerra y en cómo era la mejor manera de obtenerlos y recopilarlos. Aunque pareciera que solo se trató de realizar entrevistas, para el comisionado es algo que va más allá de la dimensión fisiológica. “Se escucha literalmente con los oídos”, señala, pero al referirse a la Comisión de la Verdad como un “gran dispositivo de escucha”, había que tener en cuenta cada detalle hasta llegar al punto de las ondas sonoras atravesando el oído de cada miembro de la comisión.
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Ahí el primer gran desafío fue construir la plataforma para alojar los relatos, pero antes de eso adecuar toda la tecnología de grabación y los montajes sonoros. Eso, “para resaltar la idea de que la escucha también es un fenómeno propiamente biológico y cultural”, con lo que pudieron escuchar no solo los testimonios sino también los diferentes lugares y espacios en que se hicieron las entrevistas. La idea de todo eso era “escuchar la guerra de una forma distinta y no de manera natural con el concepto de dispositivo de escucha, ampliándolo hasta su extremo más radical”.
Pero el reto que el comisionado califica como “monumental” en realidad fueron los métodos para que cada testimonio fuera lo más fiel posible a su relato original, conservando todos los elementos que lo componen. “Lo que más fuerte me pareció fue mantener un estándar y una ética de trabajo con relación a todas esas historias”, manifiesta Castillejo sobre el deseo y el objetivo de estar a la altura con el momento histórico y con cada uno de los entrevistados, que no solo les confiaron sus palabras sino sobre todo sus silencios. Esa ética de la escucha fue fundamental para que en el informe se evidenciara el respeto a las formas, y de ahí en adelante a los territorios, oralidades y experiencias de las personas entrevistadas, por lo que cada relato se intentó editar lo menos posible y en ambos volúmenes del capítulo se mantuvieron los relatos con todos sus aditamientos.
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“Nosotros escuchábamos y seleccionábamos a través de una estrategia compleja. En principio nos fundamentábamos en los fragmentos sonoros, escuchábamos la gente hablando en la grabación y luego íbamos a la transcripción, ubicábamos la historia dentro de esa gran entrevista y esa historia la tratábamos de manera integral porque era una historia que aparecía como una hoja en medio del tronco de un árbol. Nosotros recogíamos esa historia y hacíamos la menor cantidad de ediciones posibles, mantuvimos en la medida de lo posible la oralidad y partimos del principio de que lo más respetuoso con la historia es que pudiera ser entendida sin que tuviera que ser tan intervenida”, cuenta Castillejo sobre el proceso de recolección de los crudos testimonios que se alojan en el informe.
Tras el complejo proceso de escucha para intentar descifrar lo que dejó la guerra en las más de nueve millones de víctimas que, según el informe, dejó la guerra, Castillejo espera que la sociedad colombiana dé un giro y empiece a reconocer que el conflicto armado tocó absolutamente todas las esferas del país. También espera, como ocurrió en los demás proceso en que participó, que las recomendaciones y hallazgos consignados sirvan para que desde el nivel más estructural del Estado hasta las cuestiones del día a día se realicen esfuerzos para tratar de cambiar el chip de la violencia.
Lea aquí el capitulo testimonial:
“Esa es la labor que tenemos de acá en adelante: ayudar, fortalecer o acompañar a hacer ese tejido de conexiones. Soy muy creyente en algo que llamo la paz en pequeña escala”, concluye el comisionado, un convencido de que los verdaderos esfuerzos deben hacerse en que toda la sociedad colombiana resignifique su futuro. “Hacia allá hay que empujar toda la barca. Se necesita un Estado que permita todo eso, debe haber una conversación entre las transformaciones pretendidas, pero también las micro-transformaciones de la vida cotidiana de las personas, que es finalmente donde todo esto aterriza. La gente siente que ha pasado si su vida diaria cambia. Si eso no pasa, la gente va a seguir que la violencia continúa o que no ha cambiado nada. Esa es una preocupación profunda”.
Por lo pronto, y luego de que terminen de dar a conocer el informe en distintos escenario, Castillejo se tomará unos meses de descanso. Seguirá gastando la suela de sus tenis por todo el país y luego retomará su trabajo académico. También espera retomar los múltiples escritos y libros que tuvo que dejar de lado al asumir su papel como comisionado. Y entre esos afanes de la vida después de un informe que tocó las fibras más sensibles de la sociedad, el comisionado buscará adentrarse aún más en el mundo de las artes sonoras.