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“¿Qué pasa con todos los efectos nocivos que han quedado en las víctimas y en la sociedad? ¿Qué pasa con los lazos rotos, las enemistades, el rencor y el dolor entre personas que deben seguir conviviendo, que deben dar pasos para continuar a pesar de todo lo sucedido? ¿Dónde queda la posibilidad de reintegración a la vida social de los responsables?”. Con esa serie de preguntas, la Comisión de la Verdad inicia uno de los 11 hallazgos del capítulo Síntesis, Hallazgos y Recomendaciones, el primero de los diez que contiene el Informe Final, cuyo contenido empezó a conocerse esta semana.
Distinto a los otros hallazgos que ponen de presente la actuación de los paramilitares y de las insurgencias, la violencia política, el papel del narcotráfico y la impunidad como un factor de persistencia del conflicto, entre otros, este es una reflexión sobre los reconocimientos de responsabilidades. Ese nombre tan extenso y complejo no es más que una serie de encuentros que propició la Comisión de la Verdad entre víctimas y responsables de hechos violentos.
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La temática aborda nada menos que uno de los puntos más importantes para la construcción de paz, pero al mismo tiempo el más difícil y personal de todos: sanar las heridas.
El informe no apunta tanto al proceso de perdón individual, sino al reconocimiento colectivo que se ha adelantado desde Colombia con ese ejercicio sui generis que junta la justicia punitiva con la restaurativa. Los espacios, deja claro el informe, no son para el perdón forzado ni para un arrepentimiento a medias.
“Los espacios de Reconocimiento han brindado a la sociedad la oportunidad para que reconozca los horrores de la guerra, supere visiones sesgadas o parciales y genere un punto de partida para que la paz se vaya instaurando entre colombianos y colombianas superando los estragos de la guerra”, dice el informe.
Uno de ellos ocurrió en agosto de 2021, cuando se encontraron cara a cara dos antiguos adversarios: Rodrigo Londoño, jefe de las antiguas Farc, y Salvatore Mancuso, máximo comandante de las Autofedensas Unidas de Colombia. Ambos se reunieron con víctimas y hablaron públicamente sobre sus responsabilidades en la prolongación y degradación de la violencia de los últimos 60 años.
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Recientemente, el pasado 10 de mayo, ocurrió otro con las Madres de los Falsos Positivos (Mafapo) en plena plaza de Soacha. Allí, los militares reconocieron su responsabilidad en las ejecuciones extrajudiciales.
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Entre los hallazgos se explica que los espacios de reconocimiento con los responsables de los hechos violentos —algunos realizados en las condiciones más adversas— fueron vitales para generar una conversación nacional, superar los sesgos y partir de un examen crítico sobre la crueldad de la guerra. Además, permitió humanizar al contrario y romper la narrativa entre “buenos y malos”.
“Con los procesos de reconocimiento de responsabilidades se ha realizado un examen crítico del pasado desde el propósito activado por la Comisión: tener una conversación nacional que permita ampliar las comprensiones de lo ocurrido y avanzar en el camino de la transformación”, dice el informe.
Lea aquí el capítulo completo de Síntesis, Hallazgos y Recomendaciones
En Colombia hay miedo y desconfianza hacia el otro
El informe señala que, aunque los reconocimientos no siempre fueron fáciles y en algunos casos no se logró lo que se esperaba, “fueron diálogos que abrieron caminos para quebrar el silencio y contribuyeron a sanar las heridas del conflicto armado y evitar su continuidad”.
Así lo explica la Comisión: “Estos diálogos implicaron para las víctimas reconectarse con sus experiencias de dolor, pero también con sus memorias de lucha y resistencia (…) Quienes participaron lo hicieron de forma valiente y voluntaria. Con dudas iniciales de sus resultados o de cómo iban a sentirse, pero con la convicción de aportar a la reconstrucción de la convivencia y de la paz”.
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La experiencia, además, podía ser estresante y revictimizante. “Para las víctimas, por estar cerca de los responsables de los hechos, que tal vez no fueron directamente sufridos por ellas, pero esas personas sí formaron parte de los grupos armados o instituciones que les agredieron. Y para los responsables, porque situarse frente a las víctimas es, sin duda, su mayor miedo, por no saber qué decir o hacer, a la vez que el deseo de contribuir a reconocer los daños causados plantea una especie de desnudez del aparataje de la guerra”, señala el documento.
Con ese panorama y siendo hasta ahora la única Comisión de la Verdad en hacer un ejercicio como ese, en el escenario se presentaron dilemas éticos, incertidumbres, dudas, culpas. El norte, dice el capítulo, era siempre tener en el centro a las víctimas, sus necesidades y complejidades. También sacar a la luz -tras años de negacionismo histórico- verdades que la guerra y sus actores intentaron ocultar y principalmente reconocer que sus mayores víctimas han sido los pueblos más vulnerables y olvidados.
“Esos reconocimientos han girado en torno a hechos y formas de victimización históricamente silenciados en la narrativa del conflicto. La violencia sexual, el reclutamiento de menores, las mujeres buscadoras de sus familiares desaparecidos, el movimiento campesino o los pueblos étnicos y el exilio invisible, que muestran formas de violencia o poblaciones afectadas, con profundas heridas y cicatrices en el tejido social colombiano”, detalle el capítulo.
Esa interseccionalidad fue clave para entender que no todo los procesos podían ser iguales. No había una receta.
¿Cómo se asumieron la culpa los responsables?
La Comisión indica que un aporte significativo no solo era confirmar los horrores vividos por la víctima, sino “también un reconocimiento que suponga una sanción social, jurídica y moral sobre lo sucedido.”
Por parte de la Comisión, los escenarios de reconocimiento y de diálogo no tienen consecuencias judiciales -de hecho nada en el Informe Final lo tiene-, pero contribuyen a la convivencia y se coordinan con los valores de todo el Sistema Integral para la Paz, que incluye al Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD).
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El informe hace una breve reseña sobre la participación de diversos actores responsables de los hechos. Sobre la Fuerza Pública dice que “persiste la autocrítica” entre sus miembros acerca de la doctrina militar y las prácticas «no formales» de violencia contra los derechos humanos.
Sobre los miembros de las antiguas Farc, “los reconocimientos de responsabilidad han supuesto reconocer las consecuencias de sus acciones y cuestionar su supuesta legitimidad, su falta de visión y consideración con las víctimas, su rigidez ideológica”.
¿La verdad para qué?
El informe advierte que el ejercicio podía ser repetitivo para algunas víctimas en el sentido de que quizás no era la primera que escuchaban versiones de los responsables. Por ejemplo, en las audiencias de Justicia y Paz podrían haber tenido esa oportunidad. Sin embargo, el sentido de los encuentros de la Comisión “nacía de la posibilidad de escuchar algo distinto que les permitiera encontrar tranquilidad y alivio, o tal vez escuchar desde otra actitud y un nuevo momento”.
Así lo dijo una familiar de una víctima, participante del reconocimiento de responsabilidades por parte de las Farc en Huila, testimonio que está en el informe: “Mi corazón está más tranquilo, no por las respuestas que nos dieron, porque sigo siendo enfática, no era lo que nosotros esperábamos, porque en resumen a todos nos dijeron que fue un error y eso nosotros lo teníamos claro. Sí considero que las manifestaciones que tuvieron en este acto es que fueron más sentidas, que fue más de corazón, más de adentro y de seres humanos”.
Entonces, la verdad, dice el documento, sirve como el bien “más valorado por las víctimas”, para acabar con la estigmatización, para reparar el buen nombre, para ponerle rostro a la verdad y, en algunos casos, para acabar con la incertidumbre, precisa el informe.
Aquí, diez consideraciones que tuvo la Comisión de la Verdad sobre esos espacios.