Lucia González, la encargada del Legado de la Comisión de la Verdad

Recorriendo las comunas de Medellín para resocializar jóvenes de las bandas de sicarios desarrolló la vocación de hablar con los marginados. Lideró un proceso de paz con 120 muchachos de las bandas y trabajó en las desmovilizaciones de las milicias urbanas. Aterrizó en el arte. Perfil de quien está a cargo de que la herencia de la comisión se mantenga viva.

Gloria Castrillón Pulido
27 de junio de 2022 - 04:17 p. m.
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Lucía González creció en la Medellín que se enfrentó al narcotráfico. Fue allí, recorriendo las comunas para resocializar jóvenes de las bandas de sicarios, que desarrolló esa vocación de hablar con los marginados, incluso con los que están en la ilegalidad. Esa vocación ella la ubica mucho más atrás, en el colegio de monjas en el que estudió de niña y en el que lideró desde temprano las misiones, el trabajo social con los más pobres de la ciudad. Así que cuando se graduó de arquitecta no fue raro que, en lugar de ejercer esa profesión que tal vez le hubiera otorgado otro tipo de reconocimiento, se fuera a trabajar con una organización no gubernamental para adelantar un proceso de paz con 120 muchachos de las bandas de sicarios en el barrio Antioquia. Ese fue el primer paso para después unirse al trabajo de la entonces consejera presidencial para Medellín María Emma Mejía, a comienzos de los 90.

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En ese momento las milicias urbanas de todos los espectros se tejían en una guerra que se disputaba cada esquina de las comunas. Los jóvenes se enlistaban en las bandas al servicio de Pablo Escobar y la ciudad tenía las más altas cifras de inseguridad y homicidios. Por eso la desmovilización de las milicias fue un objetivo primordial del gobierno de entonces que ya había logrado desmovilizar a varias guerrillas para avanzar en la promulgación de una nueva Carta Política.

Escuchar la inconformidad que los jóvenes de los barrios dejaban escapar en forma de rimas la jaló de inmediato y la ubicó en el trabajo del arte. Desde ese momento se declaró rapera de corazón. Para ella la emergencia de esa voz juvenil y urbana era muy importante y oírla era el primer paso para entender lo que sucedía en sus casas, en la comuna, en la ciudad. También le significó a ella dar los primeros pasos en ese mundo social y cultural del que no saldría y que la llevaría, 30 años después a ser una de las comisionadas de la verdad.

Y allí llegó justo con ese encargo, coordinar las acciones de la Comisión de la Verdad en torno a las expresiones culturales en la búsqueda de la paz y la convivencia, uno de los objetivos de la entidad. Su nombre fue postulado por organizaciones sociales de Medellín que trabajan desde el arte. Su paso por entidades culturales y sociales como el Museo de Antioquia, la Consejería de Paz de la Alcaldía, el Museo Casa de la Memoria, el Teatro Pablo Tobón Uribe y la Orquesta Filarmónica de Medellín le dieron ese reconocimiento para merecer la postulación.

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Algunos de los mejores recuerdos que tiene de su trabajo pasado están en la secretaría de Planeación de la Gobernación de Antioquia cuando lideró proyectos con las víctimas del conflicto armado y acompañó a Guillermo Gaviria en su campaña por la No Violencia. Por eso estaba a su lado el día que lo secuestraron, hace 20 años en Puerto Caicedo. Lo recuerda como uno de los momentos más duros de su vida, por el que les advirtió a las Farc que debían pedirle perdón a ella. Y lo hicieron. Justamente a instancias de la Comisión de la Verdad, Pastor Alape, excomandante del Bloque Magdalena Medio de esa exguerrilla, encabezó un acto de reconocimiento en el que pidieron perdón por el secuestro y posterior asesinato de Gaviria y el exministro Gilberto Echeverry.

Esa fue apenas una de las varias acciones que Lucía González coordinó como responsable de la macro región del Magdalena Medio que concentró su trabajo en la victimización y la resistencia que vivieron los habitantes de los municipios de los departamentos de Caldas, Boyacá, Cundinamarca, Santander, Bolívar, Cesar y Antioquia. Allí concentró sus esfuerzos acompañando procesos artísticos y de reconocimiento especialmente en Barrancabermeja, un municipio emblemático por ser gestor de movimientos sociales y que se convirtió en centro de la economía petrolera por acoger la refinería de Ecopetrol. Aunque también fue escenario del conflicto armado urbano y ha vivido los impactos de las disputas territoriales rurales por la presencia del Epl, Farc y el Eln y luego la arremetida de las Auc.

Con esta orilla del conflicto armado ha trabajado con especial dedicación. Su primer acercamiento con este grupo se dio cuando ella dirigía el Museo Casa de la Memoria (2013 – 2015). En ese momento, los exdirigentes de los grupos paramilitares empezaban a salir de la cárcel por cuenta de la Ley de Justicia y Paz y anunciaron que iban a trabajar por la paz. “Me fui por ellos, me eché la bendición y llegué temblando porque nada más tenebroso que el proyecto paramilitar, pero dije: si estos señores dicen que van a trabajar por la paz de Colombia, yo me pido recogerlos y darles la mano”, recuerda la comisionada sobe ese momento.

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En ese proceso siguió comprobando lo que había visto mientras caminaba por las comunas de su ciudad: aquellos que tienen vínculos y lazos sociales y filiales se protegen del horror; esos lazos les impide salirse de la línea. Las personas que no tienen vínculos delinquen más fácil, no se deben a nadie, no tienen nada que perder. Su convicción de acompañar a los que dejan las armas es firme y parte de esa convicción. No fue gratis que cuando llegó al Museo lo haya definido como “un dispositivo pedagógico y político para preguntarle a Medellín por qué somos tan violentos y por qué no paramos esta guerra”.

Ese fue su primer acercamiento con los actores armados involucrados en el conflicto. No conoció a miembros de las guerrillas antes de ser comisionada. Y en eso es enfática. Como lo fue cuando el expresidente Álvaro Uribe y sus hijos Tomás y Jerónimo la señalaron de ser “fariana”, durante la atropellada sesión que la Comisión hizo para recoger el testimonio del exmandatario en su finca en Rionegro. Esos señalamientos de ser cercana a las Farc la han rondado durante su gestión como comisionada. Y no es que la trasnochen. Lo que pasa es que no son ciertos.

“Puedo decir sin vergüenza, sin el pudor que quieren imponerle a uno los detractores, que los exparamilitares y los exguerrilleros son mis mejores amigos y apuesto por ellos, por la paz que ellos apuesten y hago todo para acompañarlos en ese tránsito a la paz. Debemos hacer un esfuerzo por traerlos a la vida en sociedad, pero sin odio”. Con esa convicción creó, junto con ICTJ (Centro Internacional de Justicia Transicional, por sus siglas en inglés), la mesa de excombatientes, un espacio a instancias de la Comisión de la Verdad, en el que se juntaron por primera vez en la historia del país exdirigentes guerrilleros y exdirigentes de las Auc con el fin de contribuir al esclarecimiento de la verdad, a través de un proceso de comprensión conjunta, de un diálogo franco y participativo.

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“Se trató de un diálogo constructivo, no hecho para justificar, juzgar, glorificar o hacer apologías, sino para comprender qué nos pasó”, dice la declaración final que firmaron 30 hombres y mujeres que militaron en las Auc, las Farc, el Eln, el Epl, el M-19 y el Prt. Lucía González reconoce que ese encuentro histórico no hubiera sido posible años atrás y que fue el Acuerdo de Paz firmado con las Farc el que propició las condiciones para que estas personas pensaran en hacer un aporte al esclarecimiento de la verdad.

“A la gente de Farc los he visto sufrir porque se les destruye su pasado, ese que creyeron heroico y que hoy reconocen fue errático. Hoy tienen que reconocer los horrores que cometieron, después de que creyeron ser los héroes que estaban salvando la patria y la sociedad los ve como unos asesinos que hicieron daño infinito”, dice.

Este tipo de declaraciones le han granjeado muchas críticas, pero ella sigue firme en ese propósito de ver el ser humano que hay detrás del uniforme, del guerrero que se deshumanizó en medio de la degradación de la guerra. Es la verdadera oportunidad de construir un futuro con los restos que quedan del pasado. Y ese es parte del objetivo que persigue al ser la encargada del legado que la Comisión dejará al país, a partir de las expresiones artísticas de las comunidades.

“Me hice cargo del tema del arte y cultura para preguntarnos qué hay en la cultura que nos ha hecho vivir esta guerra y cuál es la dificultad de pararla, cuáles son los daños que la guerra ha hecho en la cultura y cómo las prácticas artísticas y culturales han sido importantes para nombrar lo innombrable, para hacer visible el dolor es un relato que nace del alma de las comunidades”, explica.

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Ese es su tema, apoyar a esas expresiones artísticas para puedan comunicarse ya que la mayoría de las comunidades no tienen medios de comunicación ni cuentan con la literatura y usa otro tipo de expresiones. “Nombrar lo innombrable” es la serie de encuentros que realizó durante su gestión en la Comisión y que relata cómo los artistas nos han ayudado históricamente a leer y nombrar lo que pasa en el país, aquello a lo que le hemos puesto poca atención, en el entendido de que la academia no hace lecturas sobre estas prácticas artísticas porque se dedica a hacerlo desde la filosofía, la historia, la política.

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